Marcela Ternavasio es doctora en historia, investigadora del Conicet y profesora de la disciplina en la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Por estos días –y así se proyecta el año entero–, muy requerida desde distintos ámbitos para hablar sobre la vida y obra de Manuel Belgrano y su legado. Las razones son obvias: 250 años del nacimiento del creador de la Bandera y los 200 de su muerte. También que el presidente de la Nación, Alberto Fernández, haya nombrado al 2020 como Año del General Manuel Belgrano. Para la historiadora se trata de una buena oportunidad para “desnaturalizar” la figura del general, y mostrarlo con sus luces y sus sombras, con sus aciertos y contradicciones.
Ese perfil de hombre es el que quieren plasmar –anticipa– en un libro ilustrado para chicas y chicos que preparan la Municipalidad de Rosario, a través de la Secretaría de Cultura y Educación, el Museo de la Ciudad y la UNR con sus equipos de trabajo, y al que fue convocada como historiadora. Dice que quiere ofrecerles a los más pequeños el perfil de un Belgrano diferente, menos cercano al relato canónico del creador de la bandera nacional, y más a un hombre con incertidumbres.
En una extensa charla con este medio, rescata la figura de Belgrano como el hombre que tenía por delante una vida acomodada y eligió otro rumbo. Una mirada diferente que invita a hacerse preguntas sobre personajes clave de la historia argentina, a valorarlos desde otras perspectivas. “En general, la gente se siente cómoda con los mitos fundacionales, tocarlos es un riesgo”, afirma.
Varias vidas
Marcela Ternavasio también fue convocada por el Museo Marc para trabajar en la renovación de la exposición permanente de este museo. Lo hizo junto a otras colegas –Agustina Prieto y Alicia Mejías– en las salas correspondientes a la primera mitad del siglo XIX, en particular en la dedicada a Belgrano, por la creación de la bandera y el papel que tiene en Rosario. “Lo que se trató de hacer es de reconstruir, a partir de pequeños objetos y documentos, un relato”, dice respecto de esa tarea. El jueves 27 de febrero pasado, en el 208° aniversario del primer izamiento de la bandera, la profesora realizó una visita guiada abierta al público por la Sala Belgraniana.
—¿En qué hiciste hincapié en el relato preparado para esta sala?
—En las varias vidas de Belgrano. En primer lugar, teníamos claro lo que no queríamos transmitir: la idea de un nacionalismo avant la lettre (por anticipado), que es la idea canónica de las historiografías más difundidas, desde Mitre hasta el revisionismo y Felipe Pigna, sobre el origen de la Nación en la Revolución, y la bandera representando esa Nación. Queríamos dar la idea, a través de las varias vidas de Belgrano, de la contingencia, de la incertidumbre, de que esas eran historias con finales abiertos, donde quienes participaban de ellas sabían más o menos dónde empezaban, pero no tenían la menor idea adónde iban a derivar y menos cómo iban a terminar. En ese punto de las varias vidas, es un Belgrano que puede estudiar en Salamanca (España) y lo puede hacer únicamente porque era hijo de la familia más rica de Buenos Aires. En ese primer viaje de estudio es cuando él puede cambiar un rumbo. Como su padre era un gran comerciante, Manuel estaba designado a ser quien manejara los negocios de la familia. Entonces el padre lo manda a España porque su hijo quiere estudiar pero también, básicamente, porque quiere que vaya a hacer buenos contactos en las casas comerciales, en el marco del monopolio. Ese es un tramo de la vida de Belgrano, donde se forma y mama la idea de qué hay que hacer con la educación: es la sensibilidad ilustrada. Está ocho años en España y puede empaparse de las nuevas ideas del siglo, en los salones y tertulias. Es fuertemente crítico de la enseñanza en la universidad. Esa vida continúa con otra vida, que es la del regreso con el más alto cargo que se podía aspirar dentro de las corporaciones y en el ámbito de la burocracia colonial, el de secretario del Consulado de Comercio recién creado en Buenos Aires. Allí comienza una segunda vida, pasa de la de estudiante, de haberse recibido de bachiller en leyes, a ser el funcionario de la corona. También va a ser un colaborador de los dos primeros periódicos en Buenos Aires, El telégrafo mercantil, que es de 1801, y luego El semanario de agricultura, industria y comercio; después será editor de El correo de comercio. Esa es una segunda etapa, en la que él se convierte en un ilustrado en España y en el marco de esa sensibilidad ilustrada mantiene la ilusión de que es posible transformar desde la Corona, desde el despotismo ilustrado a la sociedad. Es decir disciplinar a la sociedad a través de la educación. Después viene su nueva vida de revolucionario donde la toma de decisión que hace es muy importante.
—En la historia se toma como hecho emblemático de Belgrano la creación del pabellón celeste y blanco. ¿Cómo mirás el acontecimiento?
—En febrero de 1812 los revolucionarios están en un momento crucial, porque en España se ha reunido un congreso que está sancionando una constitución de carácter liberal y que integra a todo el imperio, un emprendimiento constitucional en el que no participa el Río de la Plata. En ese marco ya está iniciada la guerra, desde 1810; una guerra civil, donde todos luchan en nombre del rey, de un rey cautivo. En realidad, la lucha es entre quienes propugnan el autogobierno en el marco de la monarquía, el gobierno propio con sede en Buenos Aires, y aquellos que se oponen y siguen dependiendo del gobierno provisorio de la Península. El primer foco de guerra y el que más preocupa a Buenos Aires es el que ocupa la Banda Oriental. Los realistas necesitan buscar recursos, entran por el río de la Plata y suben por el Paraná. Rosario y el Paraná se convierten así en un gran espacio de defensa frente a ese foco de guerra tan cercano. En esa guerra, que es civil, que es una guerra de recursos donde unos y otros están con soldados no entrenados, mal formados, hay que tener una liturgia revolucionaria para luchar en “nombre de”, y ahí luchar en nombre de qué es muy confuso.
—¿No estaba en el horizonte todavía una idea de patria?
—Lo que aparece es una noción de patriotismo. Hay una identidad patriótica de la liturgia revolucionaria donde sin embargo todavía no se ha renunciado al juramento de fidelidad al rey. Ya hay una escarapela con el celeste y blanco, que viene marcando una identificación con esa liturgia revolucionaria. Es en función de esa escarapela que, en Rosario, Belgrano decide crear una bandera, para que los ejércitos la tengan como emblema y, en primer lugar, no se confundan con el enemigo. En el tipo de estrategia bélica de la época, de lucha, sin uniformes, la escarapela no alcanzaba para distinguir quiénes eran el amigo y el enemigo en el campo de batalla. Tener una bandera es una forma, como bien dice Belgrano cuando le informa al Triunvirato que la ha izado y creado, de distinguirse y también de insuflar entusiasmo frente a un ejército, que tiene que salir a una lucha con final abierto. Es crear una liturgia para crear entusiasmo de honor y de gloria en el ejército que va a dar lucha, y una cuota de coacción para reclutar soldados y recursos.
—Belgrano tenía una visión clara del simbolismo que tenía una bandera para mover a la lucha.
—Belgrano está formado en el antiguo régimen en España y conoce muy bien cuáles son las simbologías de la fidelidad a la autoridad, cómo funciona eso donde el pacto de vasallaje con el rey presupone el estandarte. En ese contexto, en efecto, sí tenía esa claridad si entendemos que se trataba de tener un símbolo identitario que marque una distancia con un enemigo cuyo rostro no es demasiado claro, donde todavía todos están luchando en nombre del rey Fernando VII que está cautivo, que se trata de un marco de incertidumbre y que Belgrano crea este emblema identitario para que insufle entusiasmo y marque una relación entre un nosotros y un ellos. Ahora si nosotros le atribuimos a eso lo que la bibliografía más tradicional y canónica, y al mismo tiempo divulgativa, hoy le sigue atribuyendo tener clara la idea de Nación, no. La bandera terminó siendo la bandera de la República Argentina 50 años después, precisamente por lo que no se supo hasta 50 años después, que aquello que estaba ocurriendo iba a derivar en lo que derivó. Y podría haber derivado en cualquier otra cosa después de la bandera celeste y blanca creada por Belgrano el 27 de febrero de 1812 y que se la hace retirar el Triunvirato.
—Y también desde el Triunvirato lo retan por esa iniciativa.
—Y lo retan con sensatez porque no se había declarado la independencia, es recién el Congreso de 1816 el que adopta como símbolo oficial a la bandera. Pero sabemos que ese congreso va sancionar una constitución en 1819, que no va a poder entrar siquiera en funcionamiento y que esas provincias unidas van a terminar totalmente fragmentadas en 1820. En todo ese proceso, hasta 1860, coexisten y conviven muchas banderas, que son las de los estados provinciales. El primero que señala la gesta de Belgrano, y que lo más importante que hizo Belgrano fue crear la bandera, fue Bartolomé Mitre. Antes nadie menciona que Belgrano creó una bandera en Rosario, ni él en su autobiografía.
—Hace poco un director de escuela expresaba que su favorito era Belgrano pero no por este hecho, al que no le quitaba mérito, sino por todo lo que hizo antes. Por ejemplo la creación de las escuelas de dibujo o de matemáticas, o su visión sobre la educación de las mujeres. ¿Qué opinás?
—Por supuesto que hizo cosas por la educación, pero Belgrano reproducía las ideas ilustradas con las que se formó como hijo del más rico hombre de Buenos Aires. Belgrano se empapa de las ideas ilustradas que presupone que a las mujeres hay que darles siempre un lugar subordinado dentro de la estructura patriarcal; que se las debe formar en la función para las que están destinadas dentro de la familia. Belgrano propone ideas de las que se empapa en los salones y en las tertulias españolas. Su madre quería que hiciera el doctorado en leyes y teología, él le escribe (desde España) diciéndole que no quiere hacerlo porque donde más aprende es en las tertulias y en los salones, en las conversaciones, más que en el tipo de enseñanza que se da en las universidades, que son demasiadas rígidas. Hay un libro sobre el siglo XVIII, de la historiadora italiana Bendetta Craveri, que se llama La cultura de la conversación. Él se empapó de esa “cultura de la conversación” de los salones y tertulias. Luego de estar ocho años en España, cuando llega acá tiene poder –desde el Consulado de Comercio- para crear las escuelas de Náutica y de Matemáticas, va a reproducir en la prensa la necesidad de que no hay idea de felicidad pública si la autoridad no es la que se hace cargo de educar. Esto es una idea absolutamente del Despotismo Ilustrado, las coronas tienen que ser las que desde arriba hacia abajo transformen el orden social. Ahí están todas las obsesiones fisiocráticas, el papel de la agricultura, de la tierra, de educar a los sectores destinados como mano de obra, educar en las mejores técnicas para el uso de la tierra y de la agricultura.
—Cuando pensás en Belgrano, ¿cuál es la primera imagen que elegís de él?
—A mí la imagen que más me impacta de Belgrano es la de alguien que terminó cambiando el rumbo de su vida de manera drástica, y que si uno lo compara con el resto de los compañeros de ruta que hicieron de la revolución su propia carrera política o militar, quien más tenía por perder era Manuel Belgrano. Tenía por perder una fortuna, una carrera muy próspera en la burocracia colonial, tenía por perder ese lugar de letrado ganado entre los ilustrados como periodista y editor en periódicos, una vida cómoda. La vida que Belgrano hizo después de 1810 fue aceptar lo que venga. Y aceptar lo que viniera ocupando cargos militares para los que no estaba para nada preparado. No ocupó ningún cargo político de relevancia a diferencia de sus compañeros de ruta. Él fue vocal de la Primera Junta que inmediatamente lo manda, antes de que finalice el año, a Paraguay, a un terreno que no conocía. El diario de marcha de Belgrano a Paraguay, adonde van sin mapas, sin planos, sin tener la menor idea hacia dónde están avanzando… ¡imaginate cuando llegan a los Esteros del Iberá!, es un relato conmovedor. Siempre muy obediente a la autoridad. A mí siempre me obsesiona como historiadora saber, y si fuera psicoanalista diría lo mismo, por qué un hombre toma la decisión que toma en determinado momento de su vida. Es cierto, como dice Hannah Arendt, que los revolucionarios no se saben a sí mismos revolucionarios, inician una acción sin tener idea adónde iban a concluir porque no tenían un guión preexistente. Sí lo tendrán los revolucionarios rusos, no solo porque ya hay muchos repertorios precedentes sino porque desde Marx y Engels hay un repertorio para la acción que establece qué es un revolucionario y qué tiene que hacer. Los revolucionarios norteamericanos, franceses y luego los hispanoamericanos están en un gran laboratorio de experimentación. En ese marco, en ese laboratorio, el rumbo de Belgrano fue ese.
—Lo hace una figura muy loable para la historia argentina.
—Por supuesto, sobre todo cuando uno ve las condiciones de cómo vivía, más en Europa. Y por eso, las memorias del general Paz que van socavando la imagen de Belgrano, cuando relata que muchos de sus subordinados se burlaban por su voz aflautada. Belgrano fue educado desde los 16 a los 24 años en Europa, en un período formativo muy importante, en los lugares más tradicionales a los más modernos de la sensibilidad ilustrada. Entonces esa sensibilidad, en el campo de batalla, me conmueve mucho.
—El presidente Alberto Fernández nombró el 2020 como el Año del General Manuel Belgrano ¿Es una oportunidad para difundir su obra?
—Sin dudas siempre son ocasiones para difundir pero también para interrogarse y llevar a debate, para desnaturalizar los relatos más difundidos en el espacio público, que no son los nuestros porque son los que incomodan. En general, la gente se siente cómoda con los mitos fundacionales, tocarlos es un riesgo. Los bicentenarios son para nosotros, los historiadores, un buen momento para aprovechar la idea de debate y polémica.
—Si tuvieras que elegir un camino para contar la historia de Belgrano a las niñas y a los niños más pequeños ¿cuál sería?
—Estamos haciendo un libro ilustrado para los chicos, con la Municipalidad de Rosario, a través de la Secretaría de Cultura y Educación, el Museo de la Ciudad y la Facultad de Humanidades y Artes (UNR). Es para chicos que están en tercer y cuarto grado. Lo que no quiero que aparezca ahí es el relato canónico de Belgrano, creador de la bandera nacional; quiero que aparezca un Belgrano con incertidumbre, que –por ejemplo- cuando lo mandan a la guerra lo que hace es agarrar los libros de guerra para ver de qué se trataba eso. Quiero mostrar un personaje que tiene sus luces y sombras, como cualquier personaje. La historia tiene sus luces y sombras.
Lecturas recomendadas
—¿Qué libros sobre Belgrano recomendarías leer a una lectora o lector corriente?
—Dos libros que son contrastantes. Una biografía de Belgrano del doctor Miguel Ángel De Marco (padre). Sabe de Belgrano todo y es una biografía muy llevadera (Belgrano. Artífice de la Nación, soldado de la libertad, Emecé ediciones.) Y un libro, muy polémico, que me pidieron lo prologara: El enigma Belgrano, de Tulio Halperín Donghi, que plantea un Belgrano distinto. Es hasta una lectura psicoanalítica del personaje (El enigma Belgrano. Un héroe para nuestro tiempo, Siglo Veintiuno Ediciones). También vale la pena leer su autobiografía, que es muy interesante, es el momento más sombrío de su carrera, después de las dos grandes pérdidas de Vilcapugio y Ayohuma. Ahí hace el catálogo de sus frustraciones y al mismo tiempo un racconto de su vida anterior, cuando vino la crisis de 1808 de la corona y nosotros no estábamos pensando para nada en hacer una revolución. También la recomendaría.
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