Nos conectamos puntuales a las cinco, vamos a charlar de Vietnam, el último libro que publicó hace dos semanas en un conversatorio virtual, en streaming, junto a Liliana Ruiz, la responsable del sello local Baltasara. La modalidad de la entrevista es casi la misma y la única posible en cuarentena: una videollamada, en la que, además del libro, hablamos de lo que está pasando, porque el presente nunca se volvió tan agobiante, ni la realidad estuvo nunca tan encima de uno como en estos días. No hay a dónde ir, forma de huir, ni modo de encontrarnos que no sea a través de una pantalla. Porque es eso o nada. Entonces, desde su confinamiento, Pablo Bilsky hace su aparición en el monitor y dice: “Esto que está pasando es muy raro, muy raro”.

El tema del primer relato de Vietnam es la tos. La tos en lugares de hacinamiento, de muchedumbre (donde abundan los turistas) y sobre todo, un escenario común en el país del sudeste asiático. “La tos es un idioma universal”, dice el narrador en el texto, y Pablo Bilsky, desde su escritorio reconoce: “Eso sí que fue premonitorio, eh”.

Vietnam es un libro misceláneo que contiene poemas, crónicas y ficciones que Bilsky escribió a partir de su experiencia en las ciudades de Hanói y Ho Chi Minh, las más grandes de Vietnam, y en los poblados del delta del Mekong, durante un viaje que tuvo lugar entre julio y agosto de 2018. Podríamos decir que con Vietnam, Bilsky completa una trilogía, o continúa una serie de notas de viajero aturdido, de cronista y poeta en el turbión de la otredad. Un largo periplo que comenzó con Herodes (Yo soy Gilda, 2015), su primer libro, y fue seguido por China, crónicas de viajes (Baltasara, 2018). “En los tres libros están las mismas inquietudes con relación a la crónica, al lenguaje, al viaje, la otredad, y la dificultad de escribir. Si en China se ponía bajo la lupa está dicotomía entre turista y viajero, en Vietnam somos todos turistas, y de los más aturdidos. Porque no tenemos ninguna posibilidad de entender Vietnam”, explica Bilsky que, como corresponsal y columnista gráfico y radial de política internacional, viajó a más de 50 países alrededor del mundo.

De todos los libros que publicó en los últimos 5 años, Vietnam fue el que menos tiempo le llevó escribir. “Llegué muy alterado por la experiencia, me lo tenía que sacar de encima a Vietnam. Ponerlo en caja y que no me habite, no estar poseído por Vietnam. Algo así como viajar del viaje, alejarnos de la experiencia, y me sirvió mucho la escritura, pocas veces me ha ocurrido la escritura catártica”, reconoció.

En Vietnam hay personajes, voces (y testimonios), objetos, situaciones y fotografías que tomó el autor, todos signos que se encadenan como en la trama de un sueño, con el estilo narrativo inconfundible de Bilsky, que pivotea entre el barroco, la erudición literaria y el lirismo en tensión aguda, llevando las palabras a fuera del texto, donde ellas toman sus propias decisiones. También hay fantasmas que recorren el libro entero, los sac mi, los bandidos estadounidenses, derrotados ellos en la guerra que se extendió entre 1955 y 1975,  y un emblema en la lucha de los pueblos soberanos contra el imperialismo. “No es casual que en el libro predomine la poesía, por lo que el discurso poético permite, porque predomina el aturdimiento y el no saber. El libro cuenta todo lo que no entendí de Vietnam que es un lugar de una otredad tan inasible, pero que a la vez es disfrutable, porque siempre hay un grado de incomodidad y de desajuste con la realidad”, explica el escritor a través de la webcam. “Yo jugaba con la palabra China como un lugar inalcanzable, porque vos te acercas a China y China se aleja de vos. La pesadilla del viajero, que el lugar hacia donde va, se va de viaje, entonces uno llega a China y China no está. Pero también planteaba esto de fui, ví y no entendí. Porque está el que te dice flaca yo estuve ahí, la tengo re clara. Van tres días a la Habana y hacen un análisis sociohistórico de Cuba desde que llegaron los españoles. Pero bueno, eso es la soberbia, el narcisismo del progresista”.

—¿Se escribe desde lo que no se entiende o es ese el límite de la escritura?
—Pasan las dos cosas, hay cosas sobre las que nunca escribí que uno dice “uy, qué crónica” y después hay cosas que las empiezo a escribir a partir de esa dificultad. Hay escenas, situaciones, la mayoría de los poemas de hecho los escribí estando allá y en medio de la confusión. Escribir sobre la imposibilidad de escribir, pero algo queda. Como un mundo de sensaciones, de colores, de sonidos, más onírico y sensorial. Vos tenés una idea, un disparador y después el poema se va escribiendo solo, una palabra te lleva a la otra, es una sensación muy rara y muy hermosa también.

—Como periodista sos muy crítico y como escritor tu mirada sobre el mundo es más bien desoladora, pero siempre rescatas experiencias emancipatorias de los pueblos, Vietnam es una de ellas

—Para muchas generaciones, Vietnam fue un símbolo, lo sigue siendo para la militancia de todo el mundo, de cómo un pueblo muy pequeño venció a un imperio. Vietnam no es cualquier país, tiene la superficie de la provincia de Buenos Aires y 100 millones de habitantes. Uno viaja al Vietnam de ahora con los documentales que vio, con las cosas que uno leyó, o con los noticieros que vio durante la guerra, y con las películas que vio, y si se sobreimprime, tapa o transforma, no lo sé.  Entonces yo escribo sobre escenas del Vietnam de hoy, y también de sus fantasmas, de Vietnam como complemento, como trauma y mayor vergüenza de la mayor potencia militar de la historia. Los estadounidenses fueron derrotados y humillados, y eso habla del pueblo de Vietnam. Creo que demuestran que el imperio no es invencible, ese es el nudo de la batalla cultural. Pensar que el imperialismo y el capitalismo es todo lo que hay y no hay alternativa. Acá los yanquis fueron a matar comunistas malos y se encontraron con personas que defendían sus casas, su patria. Porque otra cosa de la experiencia de Vietnam es el sentido de lo comunitario. Nosotros queremos hacer un curso acelerado online para entender el sentido de la comunitario durante la pandemia. Y hay pueblos que nos llevan como 10 mil años en eso. Apurémonos.

Hablando de pandemia ¿cómo llevas el encierro, la amenaza de un virus y la incertidumbre?

—Es muy raro lo que está pasando, hasta el punto de no querer salir porque lo que hay afuera es peor. Se borró ese límite que es salir a la calle a cumplir un rol en el gran teatro del mundo,  como decían en la antigüedad. El gran teatro del mundo ahora está cerrado, entonces uno no tiene un rol que cumplir. Es uno con uno mismo y no la tenés que caretear con nadie, y caretearla con uno mismo mucho tiempo tampoco se puede. Ya escribí unas cuantas poesías que tienen que ver con la peste, como la peste negra, porque justamente son los aspectos más oscuros de los que estamos hablando. Y después hay un momento en que tengo cosas pendientes y no las puedo hacer, entonces se me dio por escribir otras cosas. Este es un tiempo infecto, no es el tiempo que uno deseaba tener para leer más, para escribir más, o para hacer cosas. Está contaminado. Hay una cosa moral muy fuerte flotando, como el virus. Estoy tratando de hacer un contradiscurso al discurso higienista, al discurso de que esto es una oportunidad. ¡Sí, una oportunidad para morir y para volverse loco! Estoy en un momento de cruzada contra el optimismo, feroz. Ese optimismo bobo, no es momento. Eso de estar en mi casa, levantarme a las 7 de la mañana y poner un video para hacer gimnasia, bueno, no. Estoy militando en contra de eso, no hagan eso, me permito dar ese consejo (Risas).

—Están circulando muchos ensayos y artículos de intelectuales europeos y todos hacen pronósticos muy radicales, ¿para vos cómo sigue el mundo después de esto?

¿Si va a cambiar el mundo? El mundo cambia en función de los movimientos sociales, de lo que hagan los pueblos en el terreno de la lucha política. El virus por sí solo, sí, va a cambiar el mundo, porque va a haber menos gente. Eso va a cambiar, vamos a ser menos. Lo demás, depende de lo de siempre, de las fuerzas y las luchas colectivas. ¿Que quedó al desnudo, que el mercado es criminal, que el capitalismo es genocida? Sí, pero eso ya lo sabíamos. Podemos decir: ¿vieron, capitalistas, corporaciones y banqueros que teníamos razón nosotros?. “Sí, tenían razón ¿y?”. ¿Te pensas que en Wall Street se van a poner a temblar por eso? Al contrario, ellos también ven la oportunidad de hacer un mundo todavía peor. Porque en política no gana ni construye el que tiene razón, a veces es todo lo contrario. En general es el que más miente, el que más la caretea, el más cínico. Y no nos olvidemos de que el capitalismo es un sistema que se alimenta de su propia destrucción. De sus propias crisis, las crisis lo impulsan hacia adelante. La pandemia es un terreno en disputa, por eso no estoy muy de acuerdo con los que dicen que va a pasar esto o lo otro. Es un terreno, en otro contexto, donde se sigue disputando la batalla cultural. ¿Cómo vamos a salir de esto? No sé, es muy apresurado, porque esto recién empieza.

—La idea del estado de excepción como la amenaza del resurgimiento de un “Estado totalitario” desde un punto de vista eurocéntrico, ¿no sería una oportunidad para nuestros países de fortalecer al Estado frente a la voracidad del mercado?

—Sí, un Estado fuerte, para ponerle límite al mercado, pero también un Estado fuerte como Estado represor. El Estado neoliberal es fuerte para subsidiar a las corporaciones porque los neoliberales son estatistas desde el momento que saquean al Estado, y después necesitan al Estado en su poder de represión. Hay muchos significantes que están en disputa, ¿cuál de estos Estados fuertes queremos? Tiene que ver con el contexto y la relación de fuerzas que ya existen. Por ejemplo, en Hungría, el Estado está en manos de János Áder, un nazi fascista, que detenta un poder absoluto y ese es un modelo de Estado fuerte que es muy distinto al Estado fuerte que podemos querer vos y yo, un estado de bienestar que le ponga límites al mercado y a las corporaciones. Pero la puja del poder del Estado y las corporaciones no es nuevo. Sólo que ahora está en carne viva.

 

Fuente: El Eslabón

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