Cuando Mónica perdió el trabajo de cocinera, el panorama tenía similitudes con el actual, había caídas parecidas en los indicadores económicos, pero las causas eran distintas y no había referencias institucionales, la incertidumbre en el horizonte tenía un sentido muy diferente: eso a lo que se le dice crisis del 2001, y de donde surgieron formas y experiencias políticas, sindicales y de organización del trabajo que hoy son parte fundamental en la contención de los sectores más agredidos por las consecuencias de una pandemia que recayó sobre el saldo de pobreza, recesión, inflación, desempleo y endeudamiento, que dejó el último intento de gobierno neoliberal.

Contener

A partir de aquel contexto de crisis se fueron organizando y dándole forma a la Cooperativa de Trabajo Cartoneros Unidos, que integra el Movimiento de Trabajadores Excluidos, una organización social con presencia en varios barrios de la ciudad que agrupa a trabajadores y trabajadoras de la economía popular veinte años más tarde, en otra crisis de similar proporción.

Desde barrio Industrial, Mónica cuenta que es una de esas trabajadoras que se quedaron afuera, en el renglón final de los precarizados, y una de los que salieron a cartonear para subsistir. Desde ese mismo lugar, dos décadas después, coordina las tareas con los demás espacios territoriales del MTE en una ciudad alterada por la pandemia del Covid-19.

—En esa época pensábamos que en algún momento íbamos a volver a nuestros trabajos, pero ahora ya estamos viejos–, señala.

Las medidas adoptadas para frenar el desarrollo de la pandemia sacaron a la superficie las desigualdades estructurales que agitan a la ciudad en el día a día, y se recrudeció una atmósfera ya atacada por los efectos sociales del gobierno de Cambiemos. Cuando habla con el eslabón, Mónica vuelve de una reunión con la Municipalidad donde acordaron un trabajo en red que permita brindar contención a los adultos mayores.

—Ellos necesitan de la inteligencia que tenemos desarrollada las organizaciones en los barrios, porque nosotros acá conocemos a todos los vecinos y estamos al tanto de todas las situaciones que se viven–.

Y dice que en los últimos años hubo una “renovación” de los cartoneros porque “con el gobierno pasado se acrecentó el hambre y hay gente que hasta tenía obra social que se quedó en la calle y tuvo que salir a cartonear”.

Al declararse la cuarentena, los vecinos del barrio que eran albañiles, costureras, vendedores ambulantes, empleadas domésticas, pintores, o changarines, se quedaron sin los ingresos diarios que les permitían comer. Lo que ellas hacen en el merendero alcanza a una parte de todos los que se quedan afuera de la ampliación de ayudas estatales, y aquellos a los que aún con ayuda tampoco llegan. El trabajo de los merenderos se multiplicó. Todos los días, en distintos puntos de la ciudad, un grupo de personas prepara viandas, porciones o módulos de alimentos, y los reparte entre sus vecinos. Algunos de esos son del MTE y lo hacen desde seis barrios.

Mónica destaca las medidas de seguridad que adoptaron para prevenir los contagios: las viandas deben ser retiradas por un mayor de edad con barbijo. Si no tiene, en el merendero se lo dan. Además, las mujeres que preparan la comida usan guantes, barbijo, alcohol en gel y un espray con agua y lavandina para desinfectar.

—Se trata de mantener limpio todo para que no nos venga este bendito coronavirus–. explica Mónica.

En estos dos meses de cuarentena, pasaron de 150 a 400 raciones, y tuvieron que reorganizar el trabajo con turnos de no más de cinco personas: tres veces a la semana entregan viandas durante la tarde para garantizar la cena, y dos días a la semana, dan chocolatada. Pero como la demanda es creciente, están pensando en incluir sábados y domingos. La cuarentena en los barrios populares no se reduce a la amenaza del coronavirus: la combinación del dengue y la falta de agua amplifica la vulnerabilidad.

Cuenta que tuvieron “más de 75 casos en tres cuadras, y eso es mucho”.

—Hay otros problemas que se dejaron de lado por la pandemia, y es que siguen matando a los jóvenes. Lo peor que tiene este tema es que se pierde de vista el asunto de proteger a estos barrios y cada vez hay más pibes muertos por el narcotráfico. Nosotros lo que hacemos es contener para que no explote una bomba–, agrega.

Ella rescata que con esta situación aparecieron muchos vecinos con ganas de colaborar y aumentaron los contactos entre muchas organizaciones para trabajar en conjunto.

Pero cuesta que la gente tome las medidas necesarias, las barriadas son lugares con mucho hacinamiento y el problema más grave es la no llegada del agua. Te dicen constantemente que hay que lavarse las manos, pero, ¿con qué agua?”

Mónica toma aire, pacientemente, e insiste: “Por ejemplo, el plan Abre está muy bien, hizo calles, puso luz, pavimento, cosas muy bonitas, pero no hay agua, y así no podemos combatir a este enemigo silencioso”.

Acompañar

Jesica empezó coordinando talleres en la Biblioteca Popular Empalme Norte. Después, se hizo cargo de poner a funcionar el merendero. El comedor surgió más tarde, en una fiesta del Día del Niño, cuando conocieron a la gente del Movimiento Solidario de Rosario y acordaron una logística para conseguir la mercadería y acercarle la comida a la gente.

Ella se encarga de coordinar qué se cocina, quiénes van a ir a trabajar en la preparación, quiénes en la entrega; es ella la que arma las listas y los horarios, es, como tantas mujeres en distintas zonas de la ciudad, un pequeño motor que le da vida a un esquema de ayuda horizontal que contiene, acompaña y brinda respuestas inmediatas.

Los sábados se juntan con un grupo de voluntarios y arman bolsones con alimentos secos para entregar a las 150 familias que asisten regularmente a la biblioteca. Antes cocinaban viandas de comida, pero a partir de la apertura de varios comedores en el barrio decidieron entregar mercadería para una semana y que la gente pueda buscar la comida hecha en esos otros espacios.

Los lunes, cuando se realiza la entrega de los bolsones, Jesica se para en la puerta de la biblioteca y con una lista repasa los nombres, comprueba que estén anotados, les da indicaciones a sus vecinos, les hace chistes, les aconseja que se pongan el barbijo y que no vengan con los chicos y que lleven los documentos.

Tiene la voz fuerte y los trata a todos por igual, sean grandes, chicos, mujeres, varones, vengan de a uno o de a varios; tiene la casa enfrente de la biblioteca y conoce el barrio y a los vecinos, les explica a los que vienen a preguntar cómo anotarse en la lista de espera; cada tanto, se da vuelta y comenta algo con sus compañeras: un dato, un chisme, una broma.

“En Empalme, la pandemia nos encontró haciendo la comida una vez a la semana. Son 150 familias, alrededor de 600 porciones. Formamos un grupo llamado ‘Merenderos Unidos’ para darle la merienda y la cena a las familias que más lo necesitan. Los insumos se consiguen en el banco de alimentos de Rosario, con ayudas del gobierno provincial y también con donaciones”, detalla.

Durante los primeros días de la pandemia, ellas cocinaban tres veces a la semana. Ahora, tienen a 150 familias en lista de espera porque no dan abasto para armar los bolsones con alimentos secos, leche y aceite.

Jesica dice que lo que más preocupa a la gente en el barrio es tener que salir a buscar la comida o el dengue.

“Hay tranquilidad para hacer caso en lo esencial, pero la gente sale porque tiene que comer todos los días”, describe. En algunas cosas el barrio cambió para bien, porque al estar la gente adentro, no hay tantas juntas en la calle.

Sin embargo, explica que hay algo peor con la pandemia y es que la gente se quedó sin el mango cotidiano:

“En Empalme hay muchos albañiles, amas de casa, trabajadoras de limpieza, gente que corta el pasto, y todas esas familias se quedaron sin nada, por eso nosotras hacemos algo para ayudar”.

Foto: Manuel Costa

Recuperar

Desde chica, Noelia comenzó a colaborar con su abuela, Zulma, en el merendero que ésta organizó en barrio Moderno; ahora, ella es la encargada de coordinar las tareas de más de 30 personas que consiguen las provisiones, preparan y entregan la comida, y reciben el Salario Social Complementario por su trabajo.

El jueves a la mañana, son diez las personas que trabajan repartidos en dos ambientes: de un lado amasan y moldean las tortas, y del otro las fríen. La masa de torta viaja en una bandeja por la vereda e ingresa del otro lado, donde será freída. Así llenan tres cajas grandes. Llegaron a los diez kilos de tortas fritas para repartir de a dos por chico con la merienda durante la tarde.

Afuera, pasa una camioneta con una máquina en la cúpula que expulsa una nube que llena el ambiente. Por un momento, parecería que alguien arrojó una bomba de humo. “Habían avisado que iban a fumigar”, dice uno con la remera de la Ctep que tiene en la mano el pinche con el que maniobra las tortas en el disco. Le pregunto si fumigan seguido de esa manera.

“No, nunca vienen”, me contesta.

Noelia está adentro, se la puede ver a través de una ventana que conecta los dos espacios. Le dice algo al resto de las chicas, y después sale a la vereda, aparece por la puerta de este otro lado, y se pone a contar que pasaron de entregarle la comida a 150 a 200 familias, y que los lunes, miércoles y viernes entregan pan; los martes y jueves torta y leche; y los jueves también la comida. Y que todos los días les dan la leche a los chicos.

—A mi abuela siempre le gustó el peronismo y ayudar– dice Noelia.

Zulma se acercó hoy a la mañana al merendero para saludar porque íbamos los de un diario, pero aclara que ahora no la dejan ir porque sufre Epoc y es población de riesgo.

—Así que se la pasa dando órdenes desde la casa con el celular– respira Noelia. Y las dos se ríen.

—A esto hay que valorarlo, yo siempre les digo– destaca Zulma, y Noelia asiente mientras la escucha– que pueden venir acá, ayudar, ganarse unos pesos, y después tienen tiempo para hacer otra cosa.

Al lado de Noelia hay un latón con grasa. La consiguen en las carnicerías, la derriten y la usan para preparar las tortas. Se van intercalando las tareas: Noelia es la encargada de distribuir turnos y actividades. Algunas cocinan, otras reparten. Además, empezaron otros emprendimientos: los varones tienen una huerta, y las mujeres elaboran empanadas, pizzas, canelones o choripanes.

—Aunque ahora con la pandemia se nos cortó eso– lamenta Noelia y acomoda el papel madera aureolado por el aceite que cubre las cajas.

—Esto es hacer política desde abajo– dice Zulma, y cuenta que, para ella, el merendero es parte de su historia de militancia, que hizo de todo a lo largo de su vida y que eso intentó transmitirle a su nieta.

Y dice que por suerte está Noelia, que sigue su camino. Noelia la mira, y Zulma parece indicarle que diga algo. Entonces Noelia, que ahora está sentada justo debajo de un cuadro de Evita, abrevia:

—Porque se necesita gente que quiera ayudar sin que importe lo que le digan, porque arriba a veces es firmar papeles, y lo que pasa es que somos nosotros los que quedamos olvidados.

Fuente: El Eslabón

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