Cada 28 de junio el mundo recuerda la revuelta de Stonewall (de 1969) y celebra el Día del Orgullo. La fecha es parte de nuestra historia como travestis y trans. En Argentina, sin embargo, es hora de empezar a reconocer que ya hace cinco años, el 28 de junio es, ante todo, el día que marchamos contra los travesticidios.

Tradicionalmente la Semana del Orgullo tenía que ver con visibilizar la diversidad. Pero a partir de la muerte de Diana Sacayán y la aparición de la figura jurídica de travesticidio, el reclamo social encontró un amparo legal. Ahora, en este día histórico levantamos las banderas para que dejen de matarnos. Y el lema cambiará cuando nos contemplen, cuando se tomen mecanismos de contención de nuestro colectivo.

Poder decir travesticidio no es menor. Antes de que exista, si nos mataban por travestis o trans, podían pasar dos cosas: si tenías la gracia de tener el cambio registral, te ingresaban como femicidio. Si no, eras un chongo muerto más en una estadística. Ahora tenemos una semana, una movilización y un nombre para denunciar los crímenes de odio. Y es que por el sólo hecho de ser travesti o trans estás expuesta a un asesinato.

A nosotras, sistemáticamente, durante toda la vida, nos han matado de diferentes modos. Están las personas que nos asesinan, los machos violentos que nos matan. Y está el Estado, que al excluir, al poner los cuerpos que no importan en los márgenes, al no generar políticas públicas (como la implementación del cupo laboral trans o el acceso a la salud), termina cometiendo un travesticidio social.

No hay que olvidarse de que esa persona que nos mata aprende a odiarnos desde chica, cuando aprende lo que está bien, mal, lo que es normal, lo que supuestamente le corresponde a un nene y lo que corresponde a una nena. No es sólo la desidia del Estado. Es también la vecina que, cuando te están velando, dice “¡Ay, qué bonito que era Manuel!” Y sigue sin reconocer tu identidad. Nosotras denunciamos la formación dentro de una sociedad que termina excluyendo para terminar matando.

Sin derechos

Las travestis y trans seguimos excluidas del acceso a derechos básicos como el trabajo, la vivienda, la salud, la educación y la justicia. Sabemos que ahora hay muchos derechos que antes no existían. Que antes no existía ni siquiera información de lo que era una travesti, nadie lo podía explicar, nos decían que teníamos una enfermedad mental y nos mandaban al psicólogo, al psiquiatra o a la Iglesia. Hoy se sabe que la identidad es una construcción social, subjetiva, política, cultural. Aprenderlo, cambiarlo, es lento, gradual, va de generación en generación y tiene un montón de implicancias. Mientras tanto, muchas de nosotras van a quedar en el camino, y cada una de esas muertes habrá sido evitable.

 

Pese al enorme avance que significó la Ley de Identidad de Género y Salud Integral, todavía muchos de sus artículos se siguen incumpliendo. No hay manera de abordar muchas de las problemáticas de nuestras compañeras cuando llegan a un hospital, a un centro de salud, a cualquier lugar que tenga que ver con la atención. A eso también le llamamos travesticidio social. Lo mismo que la imposibilidad de acceder a la vivienda. No existen prácticamente compañeras que hayan recibido una vivienda social, porque ninguna puede cumplir con los requisitos para acceder: no hay trabajo reglamentado, recibos de sueldo, avales, familias tradicionales, etcétera.

La pandemia, en ese sentido, recrudeció la situación, porque las travestis y las trans, mientras no tengan trabajo, sólo van a poder pagar el alquiler de su casa o pensión con el trabajo sexual. Todas complicaciones que ya existían y que en estos tiempos se han potenciado.

No queremos olvidarnos de cada vez que fuimos a hacer una denuncia y terminamos detenidas, que fuimos víctimas de un ilícito y terminamos presas, torturadas, dando explicaciones. Todos los prejuicios, la discriminación, las formas de construir justicia, los requisitos para acceder a la vivienda o las formas de ser tratadas en el sistema de salud, terminan conformando lo que es un travesticido. Si te excluyen de todo, te transformás en una ciudadana de cuarta. No pertenecés a lo que se considera normal.

Educar para cambiarlo todo

En todo esto, la educación tiene un papel fundamental. Durante años no tuvimos el derecho a ir a la escuela, porque nos expulsaban siendo adolescentes, incluso niñas. Hoy las cosas están cambiando. Se habla de infancias trans, de Educación Sexual Integral, existe el matrimonio igualitario y la Ley de Identidad de Género. Pero falta. Porque nosotras no hablamos de educación primaria únicamente, sino de todos los niveles. Eso incluye a la Universidad y la educación superior, donde se forman los y las futuras profesionales: psicólogos, psiquiatras, abogados, policías, maestras. Porque, por ejemplo, nosotras todavía tenemos que enseñarle a nuestros abogados y abogadas que podemos hacer el cambio de identidad de nuestro DNI. ¿Por qué no lo estudiaron en la Universidad?

El rol de la educación sexual integral (ESI) es fundamental. No sólo para formar nuevos profesionales, sino también porque va a permitir que nosotras lleguemos a los lugares de discusión y podamos disputar poder, estar haciendo las leyes, los protocolos, las teorías. En este momento venimos analizando la Ley de Educación Sexual Integral letra por letra y pensando qué hay que modificarle. ¿Por qué? Porque hicieron la ley sin nosotras. Ya no queremos corregir. Queremos hacer. Por eso lo que pedimos es sentarnos en la mesa de discusión, de decisión, porque es la única manera.

Lo volvemos a decir: el camino es lento, es muy lento. Pero afortunadamente ya hay compañeres que están estudiando y que ocupan lugares: desde las infancias trans en los jardines de infantes, pasando por las primarias, secundarias y la Universidad. Esas presencias ya están cambiando las cosas.

Todos, todas y todes

A muchas de nosotras nos gusta decir: “Las travas por las travas”. Es cierto que necesitamos que nos dejen hacer para después no tener que ponerle parches a las leyes y los documentos. Es cierto también que, como dice Val Flores, la ignorancia es política, porque las travestis siempre estuvimos ahí. Pero aún así necesitamos de todo el alrededor, porque, por ejemplo, todavía no tenemos una gran afluencia de travestis en la Universidad. Entonces necesitamos la mirada empática de las y los demás. Es importante retomar esto de que la lucha es con todas, con todos y con todes.

En este sentido, interpelamos directamente al feminismo e invitamos a que se apropien de estas causas, porque parece que la lucha travesti fuese de las travestis. Nosotras, que no somos cuerpos gestantes, marchamos por la legalización del aborto. ¿Quién marcha contra los travesticidios? ¿Por qué hay tan poca gente cada 28 de junio? Así como nosotras nos hacemos cargo de las banderas que tienen que ver con ampliar derechos, necesitamos que tomen esta posta. Es real que “las travas por las travas”. Pero no es real que nosotras solas podamos.

Cuando asesinaron a Pamela Tabares, hace 3 años, tuvimos que dejarla sola en el cajón para ir a hacer la denuncia a Fiscalía y movilizarnos. Nadie está bancándonos a nosotras, nadie se moviliza contra los travesticidios. Nosotras invitamos a reevaluar las prioridades, a pensar cuáles son las matrices que llevan a que estemos o no en el candelero de una discusión. Nosotras hemos ido a lugares donde nos aplauden como focas y no queremos eso. Queremos producción. Ocupar lugares. Y queremos que no quede en ese aplauso: ese es el aplauso que falta en una marcha cuando matan a una de nosotras.

Esto no es una competencia por tener más o menos trascendencia cada vez que matan a una de nosotras por ser travesti, mujer, lesbiana, puto. Pero si todas las mujeres o las identidades disidentes pertenecemos al feminismo, no queremos que exista una diferencia al momento del crimen de odio. Nosotras siempre vamos a estar dentro del feminismo que amplía derechos. Y queremos que en esas asambleas y reuniones donde no podemos estar, nos traigan a colación, lo remarquen, se pregunten: ¿no falta una trava acá? Es probable que no alcancemos para estar sentadas en cada mesa de discusión y necesitamos que invisibilizar ya no sea algo cómodo. Al menos, hasta que las travestis y trans seamos populosas en la Universidad, en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales, en las charlas, en los gobiernos. Populosas, y populares. Por supuesto.

Primero, solidarias 

Todo esto que contamos, cada una de las problemáticas del colectivo, se potenció durante la pandemia y surge con más urgencia que nunca. El hecho de que el 90 por ciento de las compañeras de Rosario y alrededores vivan del trabajo sexual hace que ya no puedan pagar los alquileres de sus casas o pensiones. Y la cuarentena implicó que muchas no puedan llegar a un centro de salud o al Cemar, que es el lugar que centraliza gran parte de los tratamientos.

Con las pocas herramientas que tenemos del Estado y la militancia, tejimos redes de asistencia con otras organizaciones y con compañeras que viven en localidades como San Lorenzo, Granadero Baigorria, Villa Gobernador Gálvez. Asistimos en mudanzas, les hicimos llegar desde medicación hasta hormonas a quienes lo necesitaron, los módulos alimentarios que gestionamos de la provincia y Nación, los kits de higiene personal para que puedan, digamos, llevar la situación de esta época de pandemia y de cuarentena.

Lo único que hizo esta pandemia fue visibilizar esto. La gente se asusta y dice “ay, tienen hambre”; “ay, no pueden pagar el alquiler”. Pero no es de ahora. Nunca tuvimos acceso a estos derechos: ni la vivienda, ni el trabajo e incluso la comida. También demostró la inoperancia del Gobierno. Más allá del marco legislativo, no hay una estructura para nosotras en esta pandemia, todo se armó sobre la marcha. No existía un relevamiento real por parte del Estado hacia nosotras, no sabíamos a cuántas compañeras buscar, asistir. ¿20?, ¿80?, ¿100?, ¿300? No se sabe. Todos los días vamos sumando y conociéndonos más.

Pero además de esto, la pandemia hizo que salga a flote la solidaridad, el laburo en conjunto de un montón de nosotras. Todo lo que hicimos en estos tres meses fue articulado con otras organizaciones travestis y no. Cuando lo vemos, nos emocionamos. ¡Es un laburo increíble!

Lohana Berkins decía que el colectivo travesti triunfa cuando se organiza. Una travesti sola no repercute. De hecho, es un blanco muy fácil en la sociedad. Cuando te organizás podés incluso trascender lo partidario. Y es lo que hicimos, como hacemos siempre. Articulamos las orgas travestis y las que no están en ningún espacio, y fuimos solidarias con nuestras compañeras. No creíamos en otra cosa que no sea esta: poder laburar de manera colectiva.

El desafío, ahora, es pensar en políticas públicas. Durante los últimos 12 años nos conformaron con parches. Ahora nos toca plantearnos: ¿qué política pública va a dejar todo esto? ¿Qué política pública podemos sentar para que esto no se lo lleve la pospandemia? No queremos dejar bolsones de comida. Esa fue la excusa para poder conectarnos con nuestras hermanas, las que conocíamos y las otras que no conocíamos y que estaban ocultas, o que recién ahora salen a ser travestis o trans. ¿Cómo no sentirse orgullosa? Todo esto es lo que nos llena el pecho de orgullo y nos mantiene vivas este 28 de junio.

 

* Esta nota forma parte de la columna quincenal de la Comunidad Travesti/Trans Rosario en El Eslabón 

* Ilustración: Jazmín Varela

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