El entusiasmo inicial por recibir las actividades para terminar la escuela primaria se fue perdiendo rápidamente con la extensión de la pandemia. Y las preguntas por las tareas cambiaron por las de la ayuda social: un plato de comida, un bolsón de alimentos. Dos responsables zonales de los Centros de Alfabetización y Educación Básica para Adultos (Caebas) describen el panorama. Rescatan lo irremplazable de la enseñanza presencial y aseguran que la situación deja a la vista los problemas de desigualdad que ya estaban. También que el retorno a los centros será complejo..
La profesora Sandra Balzi es responsable zonal del Núcleo 1.024 con sede en Puerto General San Martín, que incluye cinco Caebas en esa localidad, dos en Carcarañá, uno en Los Molinos, en Pujato y en Zavalla respectivamente. A estos centros asisten para terminar su educación primaria personas adultas, también adolescentes y jóvenes desde los 14 años. La mayoría son mujeres. “Vienen con una historia de un no constante: que no pudieron, que no llegaron a aprender a leer y a escribir. Aquí el trabajo del educador es maravilloso”, resalta Balzi.
Los Caebas –dependen del Ministerio de Educación de Santa Fe- funcionan en distintos horarios y “entidades conveniantes”, que en la práctica diaria son centros de jubilados, vecinales, bibliotecas, centros culturales y también edificios escolares.
“En la pandemia se nos complicó muchísimo el trabajo. Sentimos que estamos en una desigualdad enorme. Agotamos todos los recursos para llegar a nuestros alumnos pero se hizo todo muy difícil”, dice la docente sobre la falta de conectividad y recursos tecnológicos para trabajar a la distancia. También porque pocas y pocos poseen celulares, y cuando tienen es uno para toda la familia.
Y a esta realidad que se extiende por todo el sistema se suma que buena parte de la matrícula de los Caebas son personas analfabetas, para quienes el acompañamiento de las educadoras y los educadores es decisivo. “No todos están alfabetizados, eso complica más mandar una tarea. El adulto necesita trabajar a la par”, expresa Sandra Balzi. En los pueblos –diferencia- la cercanía permitió que muchas docentes prepararan las actividades y con todos los cuidados necesarios se las hicieran llegar.
La profesora advierte que no se distribuyeron materiales impresos para las alumnas y los alumnos de los Caebas. Los que circularon fueron de confección de las docentes. “Necesitamos otros recursos para nuestros adultos”, reclama.
La no designación de un o una referente al frente de la modalidad de educación de adultos no es un dato menor. Marca la falta de compromiso por parte del Ministerio de Educación de Santa Fe con esta enseñanza y con una población marcada por la exclusión escolar.
La profesora Sandra Balzi asegura que el retorno no será sencillo, tendrán que volver a armar los centros, salir casa por casa a buscar a las alumnas y alumnos. Las dificultades para el retorno también están dadas por los espacios donde funcionan, que estén en condiciones y disponibles para las clases. Hay que saber que los Caebas no cuentan con asistentes escolares.
Sandra describe el trabajo en los centros de alfabetización como de encuentro: “Además de aprender, en los Caebas se crean lazos muy grandes. Existe la familiaridad del mate, de los tablones largos. Por eso tanto para ellos como para nosotras este un momento muy difícil”.
Problemas a la vista
Al igual que Sandra Balzi, el profesor Alberto Giménez lleva más de 20 años de trayectoria en la enseñanza de la educación de adultos. Es el responsable zonal del Núcleo 1.019 con sede en la vecinal de Empalme Graneros de Rosario y al que responden ocho Caebas: siete de Rosario (ubicados en diferentes barrios) y uno en Ibarlucea. La matrícula de los Caebas se caracteriza –describe – por recibir personas adultas, adolescentes y jóvenes excluidas de la escuela primaria diurna, también aquellos con diferentes discapacidades que no han sido alfabetizados.
“Lo que pasó en la pandemia no nos sorprendió. Lo que hizo fue sacar a la luz lo que ya estaba: la falta de conectividad y la falta de inversión”, señala el docente entre otros males.
Dice que la enseñanza en la cuarentena fue mutando de pedir la tarea a la ayuda básicamente alimentaria. “Al inicio tuvimos una pequeña respuesta de los alumnos, pero después eso se perdió en un 80 por ciento”.
“Teníamos una reunión semanal –continúa Giménez- donde acordábamos los temas, y se los mandábamos a los alumnos por whatsapp, pero el problema era la alfabetización. Por lo general, les enviamos audios o videos para ver y comentar. Sin embargo, la alfabetización requiere de un trabajo muy presencial. Al principio había cierto entusiasmo, pero a medida que fue pasando el tiempo fue decayendo la participación por desgano o porque no estaban en condiciones de recibir esas tareas. Se mantenía el vínculo porque las educadoras los llamaban. Quien conoce estos territorios sabe que nuestras alumnas y alumnos no vienen solo a buscar el certificado de séptimo sino para escapar de realidades que son muy duras”.
Un tema clave para el regreso a las clases presenciales son los protocolos para los Caebas. Aún no tienen precisiones del Ministerio de Educación provincial para esta modalidad. Faltan respuestas, por ejemplo, para saber qué pasará con espacios como el SUM (Salón de Usos Múltiples) de la Comunidad Toba de Juan José Paso y Travesía, donde trabaja un Caeba y actualmente está ocupado con camas para asistir a familias que no pudieron regresar al Chaco.
Por lo pronto están evaluando darse una estrategia de enseñanza para el regreso presencial, priorizando el 2° y el 3° nivel (se corresponden con los últimos años de la escuela primaria), donde hay más autonomía.
“La de adultos es una modalidad que quiero muchísimo. Porque aprendo un montón y porque sé que el esfuerzo que hace la gente por estar ahí es muy grande”, reconoce el docente. Y advierte que ahora los Caebas entran en una etapa nueva, donde nada será igual, en la que se necesita seguridad para las capacitadoras y capacitadores, las alumnas y alumnos, y las familias. Y eso incluye la contención afectiva.
Fuente: El Eslabón
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