Los bordes de la ciudad se van transformando, la frontera urbana avanza y las tierras dedicadas a la producción de alimentos se reducen. Lo que se pierde es, también, la posibilidad de autoabastecimiento. Las consecuencias alcanzan su expresión más tangible con el aumento del precio y la bajísima calidad de la comida.

Desde 2013, en Rosario existe una ordenanza que define como Área de Protección Frutihortícola a las 800 hectáreas que se encuentran en la zona de Uriburu y Circunvalación. Sin embargo, la falta de políticas para promover los cultivos agroecológicos y facilitar la sostenibilidad de los productores, hizo que algunos se pasaran a cultivos extensivos como la soja, el trigo o el maíz.

El componente financiero que organizó el trazado urbano y el funcionamiento social de Rosario exhibe una paradoja alevosa: en el epicentro de la zona más fértil del país, casi no hay alimentos producidos en la cercanía y la población está condenada a pagar precios absurdos para consumir leche, harinas, verduras, aceites, huevos o carnes.

El costo es económico, ambiental, social y cultural: junto con las construcciones arrecian las lógicas especulativas que capturan desde el negocio inmobiliario cada vez más superficie y destruyen los suelos. Las últimas tierras disponibles para la producción de alimentos son disputadas por actores, a veces, visibles, y otras, solapados.

Las versiones sobre un desembarco inversor, acompañado por la iniciativa del gobierno municipal para cambiar el uso de esas tierras y designarlas para la actividad industrial con el propósito de “generar puestos de trabajo”, activó diferentes respuestas desde la oposición, pero, también, desde espacios cercanos al Municipio.

A través del contacto uno a uno con los huerteros y la presentación de ofertas que se aprovechan de la urgencia, la estrategia de estos inversores consiste en adquirir los terrenos, presionar para conseguir las reformas necesarias y especular con la cotización del mercado.

El proyecto impulsado de forma sincronizada en el Concejo Municipal por Eduardo Toniolli y en la Legislatura provincial por Lucila De Ponti tiene como objetivo preservar esas tierras al sudoeste de la ciudad a partir de la creación de un parque agrario destinado principalmente a la producción agroecológica.

Foto: Silvio Moriconi

En diálogo con el eslabón, Eduardo Spiaggi, uno de los técnicos que asesora a los productores y participó en la elaboración del proyecto legislativo, explicó que en esa franja se producen verduras de estación, huevos, plantas medicinales y aromáticas, que se venden en las ferias municipales, en algunos comercios pequeños, el Mercado del Patio y el Mercado Popular.

La producción agroecológica se basa en los parques huertas comprendidos dentro del programa de agricultura urbana de la Municipalidad y del proyecto Cinturón Verde del cual participaban hasta el año pasado 15 productores. La propuesta trabajada con Toniolli y De Ponti cuenta con el apoyo del Foro Agrario Santafesino y apunta a la producción de alimentos de cercanía con el objetivo de lograr el autoabastecimiento como alguna vez ocurrió. Esa diversidad productiva se fue perdiendo con el avance en pinzas de dos fronteras: la del monocultivo y la de la especulación inmobiliaria.

Tal como explicaron en su presentación pública los legisladores del Movimiento Evita, la intención es poner “en marcha un área metropolitana de producción de alimentos sanos, en la que se promuevan las prácticas agroecológicas y el desarrollo de servicios ambientales, educativos y turísticos para Rosario y la región».

Al respecto, los dirigentes apuntaron que la cercanía con el área industrial de calle Uriburu “es una oportunidad para dotar de valor agregado a la producción primaria de la zona” y la iniciativa contempla la creación de establecimientos para la producción de envasados, dulces, pastas y panificaciones, que permitirían entregar productos saludables, de cercanía y calidad.

La agricultura de proximidad requiere de la promoción de unidades productivas familiares y de pequeños productores, y del fortalecimiento de dinámicas de integración y diversificación para desarrollar prácticas agroecológicas que tiendan a la sostenibilidad de modo tal que esas tierras sean gradualmente reconvertidas de acuerdo a una manera diferente de pensar la interrelación entre campo y ciudad.

“Si las superficies que quedan se dejan liberadas van a ser puestas en la bolsa del mercado inmobiliario y se perderán. Por eso, es crucial la participación del Estado en la defensa de las ultimas tierras con potencial de producción de alimentos”, argumenta Spiaggi, y detalla que se diseñará un programa de transición agroecológica para que en un plazo de tiempo determinado todos los productores de la zona puedan abandonar la utilización de productos químicos.

“El problema con la transformación de estas tierras es que se deterioran servicios ambientales. Rosario ha ido perdiendo superficies de escurrimiento y absorción de agua. Las tierras cultivadas absorben más agua que el pavimento o que las tierras con otro uso. Después tenemos que hacer emisarios y obras costosísimas para sacar el agua, cuando eso puede ser aprovechado por los cultivos”, sintetiza Spiaggi.

La posibilidad de desplegar nuevos métodos para desarrollar la actividad pecuaria, la generación de circuitos turísticos y de comercialización de alimentos al interior del Parque, y la creación de una Escuela de Agroecología orientada a la formación y generación de trabajo para los jóvenes, implica un punto de partida fundamental para reformular la concepción de la agroindustria y recomponer el entramado profundo que supone la línea de acciones y actores que va desde una semilla sembrada en la tierra hasta el plato de comida en la mesa familiar. El valor agregado no solo como un indicador de precios, sino en su dimensión social: el vínculo íntimo de la creación de comunidad.

Si algo manifestó la pandemia que azota al mundo durante este 2020 es la necesidad de prefigurar ciudades con un criterio completamente distinto al que impuso el predominio de lo financiero por sobre todos los ámbitos de la vida: con más árboles, con naturaleza adentro y más amigables con el ambiente. No se trata de una cuestión bucólica, sino técnica: la de hacer “ciudades resilientes” respecto a las cuestiones ambientales.

Fuente: El Eslabón

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