Una vez un escritor rosarino, seguramente haya sido Marcelo Britos, en una entrevista que le hicimos para este medio dijo que Rosario era el único barrio de Buenos Aires al que los porteños llegaban en avión. No viene a cuento la humorada, o sí, pero en abril de este año la editorial porteña Caleta Oliva publicó Larga distancia de la poeta, escritora y bibliotecaria (en nuestra Biblioteca Argentina) Verónica Laurino (Rosario, 1967). Lo que viene a cuento es que la distancia entre Buenos Aires y Rosario en el libro de Laurino es un largo poema que viaja en bondi por la autopista que une a estas dos ciudades, que están tan cerca y tan lejos. Sólo que aquí no importan ni el punto de partida ni el de llegada, sino el viaje.
La voz lírica que construye Laurino es una testigo ocular, una pasajera que observa el afuera a través de la ventanilla empañada por la calefacción interna del colectivo de larga distancia. Para los viajantes es un recorrido rutinario, agreste, desapasionado, siempre igual, todo lo mismo. Pero esta mirada, en cambio, recrea pequeños detalles luminosos en la sucesión de campos contaminados de florecitas amarillas, la sequía, el gris del asfalto y el tránsito de camiones sin descanso. Como señala el poeta rosarino Tomás Boasso desde la contratapa del libro, estos poemas están llenos de “observaciones donde brilla tranquila la ironía”. En un lenguaje lacónico e imperturbable, el paisaje se modifica en movimiento continuo. Un trágico accidente (por suerte, la sangre no se ve), gendarmes de picnics, y entre la llanura árida, yerma, la soledad de las construcciones varían entre los pasos obligados de todo camino: moteles, parrillas y cementerios.
La segunda parte del libro es un intento de conjurar una distancia que en apariencia es generacional y geográfica. Se trata de una conversación que ocurre en este presente (el de la lectura siempre es el presente) que elude estas medidas de tiempo y espacio. La voz poética del libro que también pone en juego el yo de la autora (Verónica), evoca a la británica Virginia Woolf y a la chilena Violeta Parra, “la doble V”, y mantiene con ellas, en tanto autoras y mujeres, un diálogo sobre las pasiones y el deseo frente al desencanto del mundo, la madurez de una mujer y el desamor. También el empeño por la palabra, y la muerte (ambas tienen en común el suicidio), en suma, los límites del mundo propio de estas artistas. Cada una de ellas, situadas, envueltas en la realidad de su tiempo, comparten el mismo desasosiego con la voz poética que construye la autora, que no es para nada indulgente consigo misma. Al contrario, apela a la autoparodia mediante una serie de contrastes o de comparaciones que en lugar de ser odiosas, encierran comicidad: “A vos te desvelaba la proximidad de la guerra y a mí me despiertan los albañiles de al lado. Todo es un campo gélido”. O “Ella no podía visitar una biblioteca sin autorización de un hombre: / trabajo en una biblioteca”, en alusión a la autora de Señora Dalloway y Las Olas.
Sobre Viola señalará, con su índice, el talento de la maledicencia (Violeta maldecía como ninguna: con violenta belleza) con el mismo esmero y pasión con las que cultiva un jardín florido en una sola canción.
Verónica Laurino publicó las novelas Breves fragmentos” (2007), que fue ganadora en 2006 del primer premio del Concejo Municipal de Rosario, y Jardines del Infierno (Erizo Editora). En poesía publicó 25 malestares y algunos placeres (2006), Ruta 11 (2007, editorial Vox), y Comida china (Alción) en coautoría con Carlos Descarga. En 2011, editorial Signar publicó la novela infanto juvenil Vergüenza, escrita junto a Tomás Boasso.
Sus textos aparecieron también en varias antologías de poesía y narrativa, entre las que se hallan Nada que ver (Recovecos / Caballo Negro, Córdoba, 2012) y Yo soñaba con comprarme una combi, selección de poesía santafesina contemporánea. También participó de distintos ciclos de lectura: Poesía en los Bares y Arte por la Paz, Poetas del tercer mundo, Salida al mar, y en el Festival Internacional de poesía de Rosario. Cuando nos abramos paso de la nueva normalidad, y las distancias se achiquen, la veremos en nuevos encuentros.
Fuente: El Eslabón