La lealtad es un término inasible. Inabarcable. El mayor obstáculo que ofrece a la hora de definir a qué o quiénes se es leal parece estar en que los tiempos que corren no son demasiado propicios para transitar conceptos que atraviesan el campo desierto que deja a su paso la posmodernidad. Vale el intento, a pesar de todo.

 

El peronismo, que nació en la calle, eligió recordar ese acto iniciático como el Día de la Lealtad. Fácilmente se puede sostener que fue la lealtad al líder encarcelado la que movilizó a centenares de miles de mujeres y hombres a exigir su inmediata libertad. Pero desde aquel 17 de octubre de 1945 pasaron cosas. Muchas cosas. Y la lealtad sigue siendo la chispa que enciende las pasiones del pueblo peronista. ¿Por qué?, sería la pregunta, no qué significa “lealtad” o “ser leales”.

Una década de gobiernos peronistas, sumada a los tres años de Juan Perón al frente de la Secretaría de Trabajo y Previsión dejó huellas imborrables en el inconsciente colectivo y en la memoria histórica del Pueblo de las postergadas y los postergados, de las cabecitas negras, de millones de argentinas y argentinos sensibles y enfrentados al sentido común del poder oligárquico.

Más de tres lustros en el desierto de las bombas, las dictaduras, los fusilamientos y las proscripciones, en lugar de hacer mella en esa lealtad la ensancharon, transformando aquella lucha por la libertad del coronel Perón en otra por su retorno a la Patria. El pueblo peronista no conoce la derrota cuando se propone un desafío de ese calibre. Y el General volvió.

Como este texto no pretende ser un recorrido histórico, vale saltarse algunos casilleros y centrarse en el contenido y el significado actual de la lealtad. Y el peronismo, que es un modelo reparador de almas y bolsillos, que atraviesa el corazón y la cabeza del cuerpo social como ninguna otra fuerza política lo ha hecho en la historia argentina, ofrece la posibilidad de ensayar que se es leal al peronismo por ese misterioso efecto dual que genera de generación en generación: felicidad y emotividad.

Nadie es tan villano como para darle la espalda a quien lo hizo feliz. O casi nadie. El pueblo peronista no lo es. Y sigue siendo leal a las sonrisas de Juan y Eva Perón, a los momentos en que sus actos de justicia social inflaron los pechos de hombres y mujeres que se sintieron al amparo del odio de clase, del desprecio social, de la condena de la oligarquía y sus lameculos.

¿Quiénes hicieron más feliz al Pueblo que Perón, Evita, Néstor y Cristina Kirchner? ¿Quiénes despertaron más el odio de los enemigos del Pueblo que esas figuras? ¿Quiénes han sido capaces de conmover el alma de millones ante su partida? ¿Quiénes han sido despedidos con millones de personas en las calles, desgarrados sus corazones, ardientes sus ojos por el llanto, conmovidas sus miradas perdidas en el vacío que provoca la ausencia? ¿Quiénes pueden soportar el escarnio, las vejaciones, la persecución, la injuria, el odio y el desprecio como Eva y Cristina, esas dos enormes mujeres que han dejado jirones de vida en cada lucha?

Se es leal a esos sentimientos. Se devuelve lo que se recibe. Se abraza al que un día estiró los brazos desde la ventanilla de un tren para abrazar a todas y a todos, si eso fuera posible. Ser leal es enamorarse de alguien que se sabe que nunca va a faltar cuando sea necesario. Ser leal es no poder escribir sobre estas cosas sin sonreír orgulloso y a la vez derramar las lágrimas del dolor que a veces provoca tanto amor.

Fuente: El Eslabón

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