Yo no sé, no. Pedro recordaba que cuando llegaban visitas a quedarse un par de días, algún primo, tía o tío, si llegaban después del invierno, la cosa era acomodarse y no quedaba otra que dormir en el suelo con alguna colchoneta o colchón (cuando sobraban) o una frazada con un par de sabanas, como para que el frío del piso no te pegue mal. Cuando Pedro iba a lo de la tía Madrina, las siestas las pasaba en el suelo, y como era de madera, no hacía falta un colchón. Aparte podía espiar el patio, que era un lugar tan concurrido. Cuando se fue a otro barrio, una vez el viejo trajo un aparato como para peinar la lana de los colchones. ¡Quedaban como nuevos!, dice Pedro. Eran tiempos en los que con una manta se cruzaba a la vereda de enfrente, donde había una generosa sombra, y la tierra era un enorme colchón. En esas siestas, se imaginaba dando los primeros besos a esa piba que siempre lo saludaba camino a la escuela. Una vez, escuchó por la radio que Central había cosechado “un colchón de puntos”, y ese año peleó el campeonato.

En el equipo del barrio, uno que sabía de torneos nos decía que para estar entre los primeros había que hacer un colchón de puntos y que eso se hacía ganando todos los partidos en los que el rival era más débil, y que no había que conformarse con no perder con El Trébol o Biedma, o con ganarle al equipo del Gomero o a Cilindro (que eran los equipos más poderosos del barrio).
Estando en casa de un compañero, preparándose para rendir matemáticas, Pedro cuenta que se quedaron a pasar la noche y como estaba todo alfombrado, de tal manera que no hacía falta colchón, se pasaron la noche abrazados a lo que ya habíamos elegido: ese Peronismo tan dinámico de los 70.

Cuando por la Patria se instaló el poder financiero y la economía se extranjerizaba, los que manejaban la torta, entre otras cosas, hacían un colchón en los precios como para mostrar cierta estabilidad y en realidad te saqueaban. Por ejemplo, medio paquete de yerba cuyo valor real era 70 pesos, te lo ponían al doble y así duraba el precio unos meses, sin moverlos.
El otro día, viendo que la sombra del último verano, hoy transformada en un colchón de hojas, Pedro me dice: “Mirá si son miserables las empresas que producen alimentos, esas dos o tres que tienen casi todo, que están presionando con el dólar como para que se dispare el precio del morfi y así volver a hacer un colchón con los precios, como si toda la producción tuviera un costo en dólares. Por eso, para mí, cuando vaya pasando lo de la pandemia, o antes, hay que volver a aquellas conquistas que desde aquel 17 de octubre se transformaron en un colchón, que era de vivienda, de salud, de educación, de trabajo y jubilaciones dignas, de vacaciones, de un estado de bienestar en ascenso. ¿Y sabés qué?, si pasaron 75 años, y todos los nuestros lo conmemoran, la cuestión es revivirlo, para que el colchón sea enorme como la Patria que soñamos.

Pedro se despide y va hacia la pieza, donde esta noche estrena colchón, y seguro volverá a soñar con aquellos partidos, aquellas siestas, aquellas trasnochadas de Peronismo, aquellos besos, aquellos 17.

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