En 1875, un grupo significativo de mujeres protagonizó una rebelión que logró frenar el traslado de la Colonia Jesús María (hoy Timbúes) a otro lugar. Fueron unas cien quienes defendieron el territorio de intereses especulativos de aquel momento. Al frente estaban la María, la Petisa y la Sardeña. En todos estos años, esta historia fue contada en forma escueta, siempre como algo anecdótico, “pintoresco” o como la de las mujeres “furias salidas del infierno”. Una educadora y un educador de la región cambiaron el ángulo desde donde mirar ese hecho histórico, investigaron y la producción de esa tarea la volcaron en una publicación: “La revolución furiosa. Mujeres: resistencias y territorios”.
Carina Trivisonno es docente, directora de la Escuela N°90 (Rosario), participa activamente del movimiento de mujeres y sobre ese campo cursa una especialización universitaria (en géneros y sexualidades). Ricardo Celaya es profesor de historia, investigador y un educador para quien la perspectiva de género es clave al momento de leer los hechos del pasado y el presente. Una y otro son quienes indagaron y escribieron sobre esta parte de la historia regional, que buscan difundir “a 145 años de la revolución de las mujeres de Timbúes”.
Según pudieron recopilar de periódicos de la época, un anuario departamental de 1933 y una edición especial publicada en 1974, a pedido de la comuna y por los 100 años de la localidad (de Carlos Marc y César Mansilla), y alguna investigación más reciente, fueron la María, la Petisa y la Sardeña quienes estuvieron al frente de aquella revuelta.
Lo que sí se conoce es que con ese accionar consiguieron detener el proyecto de desplazamiento de la colonia que promovía Valentín Bergamino, dueño de una buena cantidad de terrenos en la zona. Tal como escriben Trivisonno y Celaya, en mayo de 1875 este señor dona una fracción de tierra para levantar una plaza, “lotea los terrenos circundantes, mueve sus influencias con el objeto de fijar el asiento de la población en los terrenos de su pertenencia”.
Los pobladores varones exponen ante las autoridades locales sus temores de verse afectados por este traslado, pero nada lograron. Y en el momento en que se decide concretar el emplazamiento, es cuando se da el enfrentamiento con las mujeres.
El 27 de octubre de 1875 –cuentan Trivisonno y Celaya en la publicación– las mujeres “marcharon con los más variados instrumentos agrícolas sobre el «pueblo nuevo», distante a tres kilómetros. Tres carros cargados con entre 80 y 100 mujeres, manejados por ellas con la consigna «¡Abajo la municipalidad! ¡Abajo!» arribaron a la naciente plaza a las 11 de la mañana, y luego de pronunciar discursos se dividieron en grupos, sacaron todos los árboles recientemente colocados, quemaron una pirámide de madera, arrancando la inscripción que se hallaba en lienzo, llevándosela en señal de triunfo. En menos de una hora, aquel proyecto de pueblo estaba «todo borrado»”.
La rebelión duró toda esa semana, hasta que el 1° de noviembre de ese año se pidió ayuda a la fuerza política de Rosario, y es entonces cuando estas tres mujeres que lideraron la resistencia, junto a una más de quien se desconoce el nombre, “son llevadas a caballo a Rosario para comparecer ante el jefe de policía de esa ciudad, no habiendo documentación en la actualidad sobre el trato que recibieron”.
“Hoy, casi ciento cincuenta años después, analizar este hecho histórico en las nacientes colonias santafesinas de finales del siglo XIX a través de la lupa de la perspectiva de género resulta, como señala Walter Benjamin, «escribir la historia a contrapelo»; esta vez en la voz de las vencidas”, dicen la autora y el autor de esta producción.
También recuerdan que no por casualidad en el registro histórico de la época se las llama las “furias salidas del infierno”: “Desde Mary Wellstoncraf (la filósofa inglesa que en el siglo XVIII pugnaba por la igualdad de derechos entre mujeres y hombres), quien fue apodada «la hiena con faldas», pasando por las sufragistas tildadas de «estúpidas, feas y solteronas» hasta llegar a «las locas de la plaza» (en nuestra historia reciente) y las «feminazis», «aborteras», «asesinas» e «incogibles» de nuestros días, el patriarcado ha sabido desde siempre cómo estigmatizar a las mujeres”.
Conflictos y tensiones
Ricardo Celaya es oriundo de Aldao. En el repaso sobre cómo es contado este hecho de la historia regional, destaca la mención de hace un par de años de la arquitecta Silvia Docola, quien estudia sobre urbanismos y territorios. Lo hace también para diferenciar positivamente ese aporte de los anteriores relatos que contaban lo ocurrido como anecdótico o para demonizar a esas mujeres que rompían con el orden establecido.
“Son mujeres anónimas pero su lucha, en ese momento, hizo que el pueblo se quedara en el lugar donde actualmente está Timbúes”, resalta, y compara aquel accionar con la actualidad, “donde también está en boga el tema de la tierra y la lucha de las mujeres”.
Celaya señala que el trabajo encarado busca mostrar que la historia no es lineal y menos exenta de conflictos y tensiones. Esto es lo que ocurre en esta colonia agrícola a fines del siglo XIX, cuando era un incipiente poblado urbano, y aparece este hombre Bergamino con un “interés económico y especulativo” para mover el poblado a otro lugar. Hoy, en el lugar que había elegido para levantar el poblado hay un campo con soja. Y el nombre de Bergamino se fue perdiendo de vista sucesión tras sucesión de esas tierras.
“Muchas veces –agrega– se enseña una historia en la cual no hay resistencias, no se nombran a las mujeres, incluso todavía hay en Timbués muy pocas calles con nombres de mujeres. El currículum, sea el de la escuela o el de la historia, tiene que ser más diverso, más complejo, más femenino, en este caso”.
Invita a mirar cómo se refleja aquella lucha en la actualidad y menciona una movilización del lunes 2 de noviembre pasado, convocada por las mujeres de Timbúes para denunciar un hecho de violencia de género.
Para Celaya este trabajo debe aportar para que cuando se pregunte –casi despectivamente– “¿Y por qué marchan las mujeres?”, se recuerde esta Revolución Furiosa y se pueda responder: “Porque ya hace 145 años que aquí las mujeres luchan”.
La otra mirada
Carina Trivisonno es oriunda de Timbúes pero actualmente vive en Rosario. El profesor Ricardo Celaya estaba en sus clases de 6° y 7° grado de la escuela primaria cuando ella era maestra en Aldao. Se reencontraron con los años, cuando él ya era profesor de historia y compartían el mismo interés por esta disciplina, la educación y también la lucha de las mujeres. En ese campo común de amistad y trabajo encaran esta investigación, y van por otras también sobre la historia regional.
“Desde el lado de la perspectiva de género o del movimiento de mujeres mi inquietud es muy personal porque soy feminista”, dice además de señalar su preocupación por contar la historia desde otro lugar. “Desde el lado de les vencides –precisa– y, por supuesto, desde el lado de las mujeres, porque han tenido mucho protagonismo, pero en los relatos de los pueblos quedan perdidos o subsumidos”.
Al hablar de los horizontes que se abren con esta producción, se entusiasma pensando en un libro donde reunir estas y otras historias locales. Un puntapié para discutir la historia instituida –dice–, a través de este y otros textos que reúnen testimonios relacionados con temas como la explotación laboral y los crímenes de la dictadura.
La educadora dice que para escribir La revolución furiosa buscaron posicionarse “en un feminismo más de la praxis”. Lo dice recordando que “las mujeres que hicieron esta revolución, que se opusieron a los intereses de los ricos, no se denominaban feministas, pero lo eran con sus acciones”.
“Se trata de reconocer –analiza como oportunidad– que hay momentos en la historia de cada una de nosotras en los que hemos tenido que empoderarnos o hacer algo para cambiar nuestra situación de dominadas”.
Fuente: El Eslabón
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