El año 2020 prometía ser un punto de llegada para un proceso muy importante en el campo de la salud mental en Argentina. La Ley Nacional de Salud Mental 26.657 (LNSM) establece para este año el cierre definitivo de los manicomios en todo el territorio nacional y su sustitución por hospitales generales o dispositivos comunitarios. A pesar de la legislación vigente y el esfuerzo de trabajadores y pacientes resulta evidente que el objetivo está lejos de cumplirse. Sin embargo, la lucha antimanicomial sigue vigente y una de las tareas imprescindibles es repensar qué entendemos por locura y manicomio.

Comencemos diciendo que dentro de la medicina no existe una categoría de locura. Locura es una representación establecida por la sociedad. Creamos un espacio en el cual colocamos a ciertas personas cuyo comportamiento se aleja de la normalidad. Las y los locos, entonces, forman un grupo heterogéneo donde conviven una gran cantidad de personas con problemáticas en sumo variadas pero que de una manera u otra no responden a las formas de ser en el mundo que la vida en sociedad considera adecuada. La barrera que separa a los locos de los sanos es tan difusa como el criterio de cada uno de nosotros. Por supuesto que desde el campo de la salud existe una gran diversidad de categorías de estudio que ayudan a la hora de llevar adelante una práctica, pero ninguna de esas disposiciones (o en su ausencia) coloca a una persona en el campo de la locura o por fuera del mismo.

A su vez, tenemos el hospital psiquiátrico o manicomio. Éste sigue siendo la institución de salud mental por antonomasia. Se espera de él una función correctiva, en el sentido de dar respuestas a los padecimientos de quienes la habitan y modificar sus formas de relacionarse con el mundo. Sumado a esto, posee una característica que lo diferencia de otras instituciones, a saber, el encierro. La persona que ingresa a un manicomio permanece aislada del medio social exterior y su comportamiento es monitoreado de manera permanente: se establece una rutina diaria, tratamientos médicos, actividades, comidas, muchas veces no pueden disponer de sus pertenencias, dinero o documentación y las salidas o visitas son sumamente acotadas. La LNSM establece pautas respecto de las internaciones que rompen con esta lógica, pero tradicionalmente el manicomio, al igual que las cárceles, constituye una privación de la libertad para los internos.

Si indagamos a través de la historia de la psiquiatría los motivos para la creación y perpetuación de los psiquiátricos, no podemos dejar de considerar la idea de peligrosidad. La privación de la libertad para quienes sufren de padecimientos mentales se volvió legítima en tanto sus conductas eran consideradas peligrosas para sí mismos o para terceros, al menos mientras no pudieran ser rehabilitados y dados de alta.

Pero es en este punto donde la institución psiquiátrica tradicional falla por completo en sus objetivos. Los tiempos de internación y la cantidad de reingresos son evidencia de la ineficacia terapéutica del manicomio. Las personas que son ingresadas son ahogadas por una dinámica que no hace sino alienar y desubjetivar a quienes la padecen. En innumerables casos las y los internos se vuelven un simple objeto de las prácticas médicas. Dentro de la institución se configura un escenario mediado por la ausencia de vínculos significativos, el aislamiento, las internaciones eternas, el exceso de medicación y el control rutinario, prácticas que no hacen más que profundizar los padecimientos que posee la persona que ingresa al manicomio.

Entonces, ¿de qué manera podemos seguir considerando el encierro una práctica en salud mental? Existe un complejo de factores que intervienen en la continuidad del manicomio que nada tienen que ver con el bienestar del paciente. Entre ellos podemos enumerar la escasez de dispositivos sustitutivos al mismo, la mercantilización y medicalización de salud, la formación inadecuada de profesionales, la categorización de los sujetos en función de su capacidad productiva y una sociedad profundamente segregadora de quienes considera diferentes a sí misma. Todo esto deviene en una continua vulneración de los derechos humanos de usuarios y usuarias de salud mental, aún de quienes logran permanecer lejos de los muros del manicomio pero que no dejan de estar atravesados por su lógica.

Como decía antes, las personas que se encuentran atravesadas por un padecimiento en salud mental no son un grupo homogéneo. Allí se escabullen una infinidad de problemáticas que deben evaluarse para pensar un proceso de salud-enfermedad-cuidado, partiendo de la premisa de que un tratamiento adecuado no puede llevarse adelante desde una acción generalizada, sino atendiendo a la singularidad de cada una de las personas que requieran asistencia. Ponderar correctamente los motivos, establecer una planificación en el tratamiento, pensar una externación garantizando condiciones dignas de existencia y establecer un marco de consentimiento, son algunas de las pautas que recuperan el estatuto de sujeto de derecho del paciente.

Podríamos preguntarnos, entonces, qué sucede con aquellos y aquellas que sufren padecimientos mentales graves frente al cierre definitivo de los manicomios. En ese sentido debemos planificar qué abrir para cerrar. Debemos priorizar recursos y esfuerzos a la creación de espacios que reemplacen al manicomio y brinden asistencia al usuario sin caer en la lógica del encierro. Es una necesidad, además, crear estrategias terapéuticas que den lugar a la voz y el deseo de los usuarios, que permitan que estos establezcan formas sanas de vincularse con la sociedad. No podemos permitirnos seguir con etiquetas indelebles de peligrosidad para una persona con padecimientos mentales. Tenemos que dejar de pensar a la salud mental como algo estático e inmutable. Y, en caso de necesidad, llevar adelante internaciones en hospitales generales sin que aparezcan como soluciones definitivas, sino como intervenciones en un momento determinado.

La LNSM es una herramienta imprescindible para quienes soñamos una Argentina sin manicomios. A diez años de su sanción, necesitamos recuperar su potencial transformador y comprometernos en esta lucha urgente y necesaria.

*Acompañante Terapéutico.
Miembro de PRISMA. Cooperativa de trabajo en Salud Mental.

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