Se aproxima el final de un nuevo ciclo escolar y la pronta llegada de las vacaciones de verano, momento ansiado por toda la comunidad educativa. Maestras, profesores, estudiantes y familias desean tomarse un descanso, para que el año próximo sea posible continuar aprendiendo. Sin embargo, esos deseos suelen encontrarse con nuevas exigencias y tareas. Porque, cuando noviembre aparece en escena, intentan apresurarse los tiempos de aprendizaje de las niñas, los niños y adolescentes. Se pretende que los contenidos, que no pudieron ser abordados ni aprendidos, se presenten y enseñen –casi por la fuerza– en el último suspiro.
Esta realidad también genera nuevas imposiciones al trabajo docente ya que se proponen más evaluaciones, actividades y trabajos prácticos. Las familias tampoco se encuentran a salvo, porque estas demandas recaen sobre sus hijas e hijos y, en consecuencia, sobre quienes tienen a cargo la responsabilidad de acompañarlos en sus aprendizajes.
Ahora bien, este año escolar no se parece en nada a tantísimos otros. Este ha sido un tiempo singular en el cual toda la comunidad educativa ha redoblado la apuesta, para construir nuevos modos de enseñanza y aprendizaje. Por fortuna, contamos con algunas certezas en medio del temor que siempre impone lo novedoso, lo desconocido. Porque, una vez más, docentes y profesores se cargaron la escuela al hombro, para garantizar la educación de las infancias y adolescencias.
La palabra de maestras y maestros permitió sostener el vínculo afectivo pedagógico, imprescindible para que la construcción de nuevos saberes sea posible. Sus voces supieron nombrar la ausencia para que extrañar no doliese tanto. Sus palabras lograron crear puentes imaginarios para estar cerca de sus estudiantes y entonces les confirmaron que el deseo de aprender nunca se detiene. Consiguieron hacerlo a través de propuestas lúdicas y literarias, mensajes, clases virtuales, entrega de materiales a pie o en bicicleta y radios comunitarias. No es ninguna novedad, sabemos que las maestras y los maestros nunca se rinden.
Las niñas, los niños y adolescentes tampoco se tomaron licencias. Siguieron aprendiendo, a pesar de las frustraciones que marca este tiempo. No es fácil aprender lejos de las escuelas, las maestras, los docentes, las compañeras y los compañeros. Ni que hablar de aquellas infancias que no cuentan con los mismos derechos; que no tienen acceso a dispositivos tecnológicos ni conectividad; que habitan la pobreza, la exclusión y el desamparo.
Las familias pusieron todo su empeño para colaborar en el proceso educativo, que requiere siempre de su participación, pero que en este caso se convirtió en un sostén urgente.
Pronto finalizarán las clases y es fundamental que se valoren los esfuerzos de la comunidad educativa, los aprendizajes conquistados y aquellos que han quedado pendientes, al momento de evaluar este año tan particular y programar el próximo ciclo escolar.
Además, es necesario reflexionar acerca de las intervenciones que se gestaron durante el confinamiento. La reformulación de las prácticas educativas devenida en tiempos de pandemia, la creatividad para sostener el vínculo afectivo pedagógico a la distancia y la versatilidad para pensar nuevas estrategias didácticas debieran invitarnos a realizar las transformaciones necesarias en el sistema educativo.
Pero la tarea no termina aquí. Es primordial pensar en el retorno a las clases presenciales desde una política de cuidados y derechos, que procure contemplar la salud integral de las infancias en el contexto educativo. Es decir, no alcanza con evitar contagios y aprender a respetar normas de higiene. Además, debemos atender a los efectos que provoca el distanciamiento social en la construcción de los vínculos, la subjetividad y la capacidad para comprender estas difíciles circunstancias, si deseamos que las infancias continúen aprendiendo.
Cuando sea posible volver a la escuela, será necesario tomarse tiempo para que la palabra circule, para que estudiantes y docentes se encuentren a conversar. Porque, tal como lo expresara Bruner, el relato es nuestro medio específicamente humano de poner en orden los acontecimientos de tiempo. La narración de las vivencias y los sentires, que acontecieron durante la pandemia, será esencial para la construcción de nuevos aprendizajes.
Desde luego, también debemos pensar en quienes se encuentran transitando su primera infancia, y que necesitarán de la creación de espacios lúdicos para expresar, comunicar y tramitar los pesares devenidos durante el aislamiento.
Este tiempo nos ha propuesto nuevos desafíos. Sería bueno que podamos asumirlos y animarnos a otros. Deseo que este tiempo nos permita estar más atentas y atentos a la trayectoria escolar de cada estudiante que al calendario escolar, y que podamos confirmarles a las infancias y adolescencias que nos sentimos orgullosas y orgullosos del trabajo que han hecho junto a sus docentes.
(*) Fonoaudióloga, docente de la Facultad de Ciencias Médicas (UNR) y autora de El tiempo de ser niñas y niños y Cuentos desobedientes para cuidar a las infancias (Laborde Editor).