¿Por qué todo este dolor que parece será infinito? ¿Cómo es que todo un pueblo llora porque sabe que a partir de ahora no dejará más de llorar? Es que no se puede escribir algo que lo merezca, ni siquiera como un método de descarga. No hay chances de descargar todo este dolor. Sabemos que algo terminó. Y que fue lo mejor que nos sucedió. El más grande, como reza el rezo. Como dice el saber del pueblo, que es el saber genuino. Ese pueblo que llora y tiene sus múltiples Maradona. Cada uno con el suyo. A un solo llanto. Porque no hay nada más que decir ante lo inevitable. La aparición fantasmática del Diego en la historia traza el rumbo preciso de la Argentina que hoy nos duele, porque nos deja precisamente eso -Él- que hacía de ese país en caída irreparable una fiesta de dignidad y orgullo. En medio de la agonía, reinventó la esperanza y sacó de la guerra la creación. Cuando la Argentina empezaba a derrumbarse, surgió Maradona como remedo de una épica insoslayable. La Argentina rodeada por la muerte, la desilusión y la decadencia. Y Maradona, patriota de una hazaña sentimental. Del final al final. Habitante del límite. De lo último. Del infinito. Ese dios de acá, todo lo que puede decirse humano en la Argentina.
La parábola entre los años es elocuente y feroz: del ’76 al ’97 se curvó su magisterio en la cancha. Del ’98 en adelante fue el héroe de una remontada por la vida, insistente, trágica y extática. Con un 2001 de fin de siglo, de cierre, de reconocimiento ulterior: la pelota no se mancha y adios. Una Argentina que ya podía percibir de qué se trataría eso de vivir un mundo con Maradona afuera de la cancha. Un fútbol sin Él. Un largo adelante hecho de una ausencia. Una reconstrucción eterna. Crisis y resurrección, caerse y otra vez levantarse, ser, siempre, Maradona, la Argentina, eso que se destruye y renace, eso que lastima y enamora: eso que no podemos dejar de ser y entonces tenemos que amarlo y odiarlo enloquecidamente. Tan demencial como una muerte en este año del infierno. Los dioses no mueren, pero se toman estas vacaciones del cuerpo que nos dejan dolientes a todos. Ahora será cuestión de enfrentar a la Argentina sin tenerlo a Maradona. Una historia como un mundial del ’94 en constante loop. Seguir jugando sin el Diego. Un partido sin sentido. Un juego que se acabó. Queda eso otro: el país de los déficits crónicos y la pobreza estructural, de los muertos guardados y los secretos bullentes, de las acusaciones, las grietas y las deudas perpetuas. Una verdad tan trágica como decir una Argentina sin Maradona.
No: no lo queremos escuchar. Ahí lo vemos: un pueblo que comienza a forjar su resistencia a esa imposición de la naturaleza: su épica maradoniana, ahora sí como una trascendencia religiosa. No hay Argentina sin Maradona. Nunca más. No la misma. Hay algo que se nos muere, no lo podemos negar. Es lo más básico, real, nuestro. Es la realidad sencilla, el ídolo elemental, sin caretas ni imposturas. Lo concreto sin agregados, la exageración propia del que vive porque es y no porque pretende o aparenta o le dicen. Ahora queda todo lo otro: la falsedad, la volatilidad, la inconstancia. Nos queda esta realidad de mierda, con pibes apurados de genialidad autoproclamada que se creen Gardel por acumular un millón de vistas y de viejos agretas que ya perdieron toda esperanza y no hacen más que repudiar al prójimo. ¿Y la nuestra? Un poco se nos muere, en sentido biológico: se nos va ese superhéroe. Todo lo que quisimos ser, ya no es. Definitivamente.
Entonces nos queda la fe, su experiencia mágica: todo lo que somos porque existió Él. Porque es Maradona. Y nadie elige serlo. Nadie puede prometerlo. Nadie puede realizarlo. Solo él. Y ahora hay que verlo en un cajón, despedido por millones. Un cuerpo que vivió 60 años y todas las vidas imposibles. Y lo cierto es que él era lo imposible en el país devastado por su posibilidad. Era el sueño alcanzable cuando todos los sueños habían sido exterminados. Una constante necesidad de volver a empezar, tomar los restos y rehacer un país. La nación en juego. Maradona. Estos son días de patria desgarrada. De fin de la historia, la verdadera, la que hizo él, que fue todos nosotros, pero principalmente él, y por eso lo llora un mundo. ¿Qué es esta sensación? Es la de saber que nada alcanza. La de no poder escribir porque se llora. Todo el día tirado en un sillón, quieto, mirando una pantalla, llorando. Esperando una nueva confirmación. Que alguien diga, por el amor de dios, que es mentira. Que no puede ser. Que el Diego, no. Nadie puede escribir sobre Maradona, porque el Diego estuvo siempre un paso antes de la cualquier letra. Después, vienen los mortales. Los que mueren y dejan sus restos. Maradona queda en su entera enormidad de mito viviente. De haber sido encarnación. Lo que únicamente le sucede a los que fueron, de algún modo, elegidos. En el país del fútbol, en el mundo del fútbol, él fue Maradona.
Fuente: El Eslabón