Las maestras no son apóstoles, ni santas ni puras. Eso ya lo decidieron ellas mismas cuando en 1973 y luego de años de lucha y largas discusiones decidieron sellar su afiliación sindical en una central de trabajadoras y trabajadores de la educación. “Lo que nos costó la letra T!”, decía el maestro César Oxley cuando repasaba cómo se había constituido la Ctera (Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina) y los debates a los que había convocado (esta es una anécdota que recordó hace poco la profesora Mariana Caballero durante la presentación del libro Maestras Argentinas. Entre mandatos y transgresiones).
Esa letra T pesó también para afuera. Y mucho. Hasta el día de hoy las maestras tienen que salir a explicar que son trabajadoras, que viven de un salario, que pelean por condiciones dignas y eso también implica debatir las políticas educativas. Qué y cómo se enseña no es algo ajeno a su tarea.
Pero que además el magisterio esté conformado mayormente por mujeres que opinan, que marchan, que cuestionan y pelean por otras formas de aprender y que se sindicalizan tampoco lo quieren digerir quienes sí las quieren apóstolas, santas, casi inmaculadas. Y calladas.
Es justamente esa organización colectiva y solidaria la que le permitió al magisterio en poco tiempo, y cuando todo era incertidumbre, ponerse al hombro el sistema educativo. Lo hicieron con clases virtuales que debieron aprender a diseñar sobre la marcha –ya no vivíamos en la Finlandia educativa-, con materiales impresos que llegaron mucho antes que los que editó el Estado, repartiendo casa por casa la tarea, respondiendo mensajes a cualquier hora, organizando encuentros presenciales para las consultas de lo que no se entendía, trabajando como en un call center (una situación común en la educación privada), triplicando la jornada laboral, sosteniendo la enseñanza con su bolsillo y contestando todo tipo de demanda social.
Claro que las y los docentes saben que las chicas y los chicos extrañan, quieren volver a encontrarse con sus compañeros, con sus maestras, jugar en el patio. Lo saben porque sostienen la presencia a la distancia apelando a lo que sea. Escuchan a las pibas y a los pibes. También saben y asumen lo prioritario que es cuidar la salud. (A propósito, da cierto pudor leer que una diputada escriba en su cuenta de twitter que es quien sí escucha a las infancias por el solo hecho de haberse conectado un día a un zoom, con un grupo de chicas y chicos, desconociendo el afecto que transcurre todo el tiempo en las aulas a la distancia).
La docencia también sabe que hay muchas y muchos que han quedado en el camino. Y cómo duele eso. Lo denuncian, lo avisan. El propio Ministerio de Educación de la Nación reconocía en agosto pasado que había un millón de estudiantes con quienes no se había tenido casi ninguna comunicación. Los informes oportunos y necesarios de diferentes organismos que surgen después confirman esas advertencias.
Todo lo que haga el magisterio organizado nunca será suficiente para quienes reclaman #AbranLasEscuelas o se presentan, por ejemplo, como #Padresporlaeducación. Estas movidas tienen la meta de seguir profundizando el odio, principalmente contra los sindicatos docentes, y la descalificación de la maestra que no responde porque sí a estas demandas. Y a la que sea.
Detrás están quienes no tienen otra política que la de arrasar con la educación pública, y que en los cuatro años de macrismo dejaron a la vista su desprecio por el derecho a educarse: desde los “caídos en la escuela pública” hasta el “desierto educativo” o “la universidad a la que nunca llegan los pobres”.
En la provincia, la cara más visible de las movidas de estos días es el radical sumiso de Cambiemos Mario Barletta, a nivel nacional todo el equipo de Juntos por el Cambio, con la ministra de Horacio Rodríguez Larreta, Soledad Acuña, al frente.
Si se abren las escuelas a la presencialidad dirán que fue tarde, si se trabaja en el verano que no es suficiente, y si el ciclo lectivo de 2021 arranca en marzo que se ha perdido un tiempo valioso. Nunca nada estará bien ni será suficiente. El gobernador Omar Perotti y su ministra Adriana Cantero deberán decidir si responden al plan apretador de Cambiemos (y sus socios ocasionales) o escuchan a la docencia santafesina.