En la esquina de Moreno y Santa Fe un grupo de mujeres se sube a sus bicicletas para dar inicio a la caravana por el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Una joven escribe en un papel: “Las feministas también lloramos a Maradona”. Es 25 de noviembre y una multitud verde ocupa las calles, pibas, chicas, mujeres de todas las edades. Es una movilización marcada por la esperanza depositada en la presentación de un nuevo proyecto para la legalización del aborto. Y los pañuelos verdes, multiplicados por miles, son su inconfundible sello. Diecisiete años antes, en la misma Rosario, nacía ese símbolo hoy emblemático, en el XVIII Encuentro Nacional de Mujeres (ENM).

“En los preparativos del encuentro recibí una llamada de Marta Alanis, de Católicas por el Derecho a Decidir, y como nosotras estábamos en la comisión organizadora desde el Instituto de Género, Derecho y Desarrollo (Insgenar), nos proponía la idea de traer pañuelos, y le dije que me parecía fantástico”, recuerda Susana Chiarotti en diálogo con El Eslabón.

“Cuando empezamos a discutir sobre el color, yo tenía la idea de que el verde era naturaleza, era vida y no quería que los antiderechos nos robaran la bandera de la vida porque nosotras estábamos peleando por la vida de las mujeres”, agrega la abogada y militante por los derechos de las mujeres.

Por su parte, Mabel Gabarra, apunta: “Se aportaron 10.000 pañuelos que fueron recibidos por todas las participantes de la marcha que protagonizaron en avenida Pellegrini la primera marea verde de la ciudad”. La fundadora de la Campaña Nacional por el Derecho al aborto Legal, Seguro y Gratuito cuenta que en aquel ENM se inauguró el taller de estrategias para ese fin, y que se realizó la Asamblea por el Derecho al Aborto, convocada por Dora Coledesky.  Según dice Elsa Schvartzman, socióloga e integrante del Foro por los Derechos Reproductivos, fue en aquellas jornadas que el tema salió del espacio privado y habilitó la posibilidad de hablarlo.

En el ENM de 2003, como cuenta Cecilia “Checha” Merchán, en su texto Marzo de Pañuelos, cientos de mujeres integrantes de organizaciones sociales en todo el país que crecían en medio de la crisis, participaban por primera vez de en un encuentro: “Fue en ese proceso movilizador de piquetes y comedores en que empezamos a hablar de nuestras historias personales y a entender que la violencia que vivíamos en nuestras casas no era algo individual ni un problema de la familia en el que nadie debía meterse”.

Entre los pañuelos verdes hay gestos, historias, nombres y una pertenencia evidente, la del histórico pañuelo blanco de las Madres y Abuelas de plaza de Mayo. El verde resignifica el blanco y ejercita la memoria feminista. Chiarotti recalca que el uso de los pañuelos en la cabeza “es un símbolo que tiene trayectoria y recorrido en la historia argentina” al haber sido utilizados también por las Madres de Plaza de Mayo con el nombre de sus hijos. “En 2003, en la marcha que se hizo al final del encuentro eran miles de cabezas verdes que se veían por la calle”, agrega emocionada.

Nuevamente las palabras de Merchán cobran especial importancia para enlazar la lucha de “las locas de Plaza de Mayo” y la de quienes paraban la olla en 2003. “Las mujeres de los comedores comunitarios, de los merenderos, de los piquetes, se estaban organizando porque no tenían nada para dar de comer a sus hijas e hijos”, cuenta. “La identificación con su lucha era la mejor manera de asociar los derechos humanos de ayer y de ese presente, de entender que la entrega de nuestro patrimonio y de nuestras fuentes de trabajo era continuidad de aquel plan de terror de los 70 que les arrebató a esas madres con pañuelo blanco sus criaturas preciosas”.

El pañuelo blanco y el pañuelo verde se constituyen así en emblemas de las experiencias vitales del pueblo.

Hace 17 años los pañuelos no tenían el logo de la Campaña ni llevaban aún la frase “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”. Chiarotti subraya: “La tela de aquel pañuelo era tafeta, pañuelos muy sencillos, sin dobladillo”. “Tenía consignas contra la violencia contra las mujeres y por el derecho a decidir”, completa, por su parte, Gabarra.

Foto: Sol Vassallo

De sujetarlo en la cabeza a atarlo en mochilas, riñoneras, carteras, en puños que se agitan y tensan al unísono, la apropiación del pañuelo se fue extendiendo “como si fuera una mancha de aceite en un papel”, describe Chiarotti.

Gabarra coincide y afirma: “La apropiación del pañuelo se dio en forma paulatina”. En los comienzos, relata la militante feminista, el uso del pañuelo era muy provocador para quienes estaban en contra del aborto, recibiendo ella y sus compañeras insultos cada vez que lo exhibían en las intervenciones en la Plaza Montenegro, en las peatonales o en una marcha.

Con tiempo y militancia, de cientos de mujeres en todo el país, se logró su instalación. Gabarra traza una genealogía: “El Ni Una Menos del 2016, donde la legalización del aborto fue la consigna que presidió la marcha en todo el país, movilizó miles y miles de jóvenes con pañuelo verde y configuró la marea verde en todo el país. Esta marea se expresó en una dimensión impresionante en el ENM del 2016, curiosamente en el mismo lugar que en el ENM del 2003, la avenida Pellegrini fue el escenario de esa marea que, esta vez recibió la adhesión y los aplausos de quienes desde las veredas eran partícipes del reclamo”.

Chiarotti y Gabarra echaron raíces para que hoy el paisaje esté repleto de símbolos verdes. Así, en 2018, las jóvenes se apropiaron del pañuelo en el marco del debate legislativo por el derecho al aborto y se dio la llamada “revolución de las hijas”, que utilizan la mesa familiar para convencer a su padre o su madre de lo que desean para ella y sus congéneres.

Valentina Terrazino tiene 17 años. “Mi primer pañuelo fue un pañuelo verde, hermoso, grande, suave, que todavía tengo y es el que llevo a todas las marchas y me cuelgo en el cuello o en la muñeca”, cuenta. “Son simbólicos y representan toda nuestra militancia, nuestras convicciones y nuestras ganas de seguir luchando, los pañuelos perduran”, agrega

Para Luisiana Balbuena, de 16 años, usar el pañuelo es “una militancia diaria, un símbolo que es organizarse, insistir y resistir”.

Nuria Fernandez tiene 17 años y lo usa desde los 14. “Me lo regaló mi mamá cuando fue  a Buenos Aires por una manifestación docente”, señala. Y recuerda emocionada lo que sintió aquel día: “Fue tener en mis manos un símbolo de lucha tan grande, que lleva tantos años vigentes, y empecé a sentirme más comprometida con el feminismo, con la militancia  a favor de la legalización del aborto”.

Para las jóvenes, cada vez que el pañuelo verde se cruza en el paneo que hace una mirada en la calle, en el colectivo, en el barrio, en la escuela, en el trabajo, genera una atmósfera de confianza. Se trata de una contraseña con un mensaje claro: “No estás sola”.

“Cuando veo a una chica con el pañuelo verde me siento protegida”, apunta Nuria en complicidad con sus compañeras.

La línea de tiempo de la lucha por el aborto legal es larga. En ese recorrido, que tantas caminaron, y continúan hoy, 2003 se volvió hito: desde ese año hay pibas, mujeres agitando pañuelos verdes, para que el aborto sea ley.

 

Fuente: El Eslabón

 

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