El 25 de enero de 1997 asesinaron al reportero gráfico José Luis Cabezas. Un año antes, el fotógrafo de 34 años que cubría la temporada de verano en la costa atlántica para Editorial Perfil había tomado la primera imagen pública del empresario Alfredo Yabrán, publicada en la tapa de Revista Noticias. La fotografía fue sacada en las playas de Pinamar, provincia de Buenos Aires, gobernada por entonces por Eduardo Duhalde.

El homicidio de Cabezas respondió a las características de un crimen mafioso: fue realizado por una banda de delincuentes comunes, conocidos popularmente como Los Horneros, debido a que eran de la localidad platense Los Hornos. Estos hacían trabajos para punteros políticos que se relacionaban con policías corruptos de la Bonaerense y gozaban de la protección de la “zona liberada”, uniformados que también se vinculaban con un ejército de custodios privados con contactos con represores impunes de la dictadura militar. Todos ellos remitían a un nombre: Alfredo Yabrán, un empresario hiper poderoso con una profunda vinculación con el gobierno de Carlos Menem, presidente de la Argentina en aquel momento. El crimen del fotoperiodista se realizó en una complicidad entre estos actores para evitar, como sea, que la prensa revele y ponga en peligro sus ocultos negociados. 

“La realidad demostró que sólo luego de la movilización de la población civil comenzó a conocerse lo ocurrido”, señala el informe elaborado por ARGRA (Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina) y el CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales) a partir de su participación en el juicio oral por el asesinato de Cabezas. Y detalla: “La movilización social como medio eficaz de presionar la investigación y romper el muro de ocultamiento corporativo policial”, y que para promoverla se apelaron a las dos consignas emblemáticas: “No se olviden de Cabezas» y “La impunidad de su crimen será la condena de la Argentina”. A raíz del hecho, y en homenaje a José Luis Cabezas, se promulga la Ley 24.876, que establece al 25 de enero como Día Nacional del Reportero Gráfico.

Para hablar de esta reacción colectiva y del legado de Cabezas a poco de cumplirse un nuevo aniversario de su asesinato, el eslabón se contactó con Guillermo Canton, colega y amigo de José Luis. En ese sentido, el fotoperiodista dialogó con este medio sobre el homicidio de Cabezas, cómo afectó a la profesión, y la tarea del reportero gráfico en la actualidad.

¿Cómo conociste a José Luis Cabezas?

—Lo conocí trabajando, yo era fotógrafo en la Editorial Abril, que es una editorial que desapareció y tenía allí un laboratorio muy grande propio y hacía trabajos para terceros, José Luis llevaba sus rollos allí y ahí lo conocí. Después yo me fui y él ya estaba trabajando en Noticias y me invitó a que fuera a trabajar, me presentó y empecé a trabajar en Noticias cuando él ya estaba en el staff.

Además de ser compañeros de trabajo, ¿eran amigos?

—Sí, fuimos amigos antes que ser compañeros de trabajo en Noticias, que es donde trabajamos juntos, y ahí nos hicimos más amigos. En realidad, no éramos íntimos amigos en ese momento, éramos conocidos, colegas, teníamos afinidad, como pasa con los colegas con los que uno tiene buena relación.

Respecto a la foto de Cabezas con su hija bebe en brazos que tomaste vos, ¿recordás cómo fue aquel momento?

—Esa foto fue en mi casa, en un quincho, un domingo que habíamos hecho un asado. Hay otra foto que anda dando vueltas que es del mismo día, con Hugo Ropero, que también era un colega y el jefe de fotografía en Noticias en ese momento. Curiosamente, el día que lo asesinan a José Luis, nos empiezan a llamar de los otros medios para pedirnos fotos de José Luis, fotos de él. No teníamos nada a mano y en la locura del momento, con Hugo pasamos esa foto que está con la bebe, que fue la foto que salió en Clarín por ejemplo con la noticia del asesinato.

Imagen de José Luis Cabezas junto a su hija Candela tomada por su colega y amigo Guillermo Canton

¿Recordás dónde estabas cuando te enteraste del asesinato?

—Sí, estaba en mi casa. Fue a la mañana muy temprano que me llamó Cristina –pareja de José Luis Cabezas– desde Pinamar y atendió mi hija y me dice «llama alguien llorando que quiere hablar con vos». Ese día, al ratito, me fui para la editorial, nos juntamos y empezó todo ese proceso que duró años.

¿Cómo fue ese proceso y las movilizaciones de aquel momento?

—Fue increíblemente fuerte. No recuerdo movilizaciones espontáneas, por fuera de la estructura de la política, tan grandes y tan fuertes como esa durante bastante tiempo. Después, la cosa se fue encauzando de otras maneras, pero fue de una reacción espontánea de la gente muy impresionante. Las manifestaciones que se hicieron en Buenos Aires, enfrente de la revista en calle Corrientes, eran muy impresionantes. Pero a mí hubo dos cosas que me impresionaron mucho: una fue un viaje a Dolores, en un momento que se hizo un acto allá, que creo que fue al mes del asesinato y que el Sindicato de Prensa había contratado un tren para ir a Dolores con montón de organizaciones, y había gente en los costados de la vía saludando y adhiriendo a esa celebración, a ese acto, fue muy impactante, ibamos en el tren y veiamos gente al lado, parada, con carteles; y otro día que hubo un minuto de silencio en pleno Buenos Aires, en todo el país en realidad, pero yo estaba en Buenos Aires, se hizo un minuto de silencio y se paró todo, estaba la ciudad parada, los colectivos parados en la calle, fue muy impresionante.

¿Qué sentiste como profesional cuando te enteraste de su homicidio? ¿Sentís que tu profesión cambió en algo a partir de ese hecho?

—La profesión cambió y de alguna manera siento que el asesinato de José Luis fue una visagra en el periodismo y en el fotoperiodismo en particular, como un quiebre, que de alguna manera anunció un final. El periodismo y el fotoperiodismo, como lo ejerciamos y como lo hacía José Luis Cabezas, no existe más. No por el asesinato, pero sí fue parte de un proceso que significó la transformación total del periodismo, que tiene que ver con muchas cosas, con tecnologías, con la política. Pero esa profesión que ejercía José Luis, no existe más.

En relación al quiebre que significó el homicidio de Cabezas, ¿pensas que de alguna manera hubo un cambio de paradigma respecto a la libertad de expresión?

—Sí, yo siempre hablo de eso porque la respuesta al asesinato de José Luis fue tan fuerte que de hecho termino con el gobierno de Menem, la creación de La Alianza, que era una alianza politica que se esperaba que luchara contra la corrupción y contra la mafia involucrada en el Estado. Tenía una sensación de que esa respuesta espontánea de la gente, el valor que supuestamente la gente le daba al periodismo independiente, era el lado positivo, como pensando «esta muerte sirvió para algo». Pero hoy siento que no sirvió para nada, que la muerte de José Luis sólo sirvió para que unos chicos se quedaran sin padre y una mujer se quedara sin su compañero, porque no creo que hayamos avanzado para nada en ese aspecto. No pienso que el pasado fue mejor, pero hay una transformación en los medios que, desde mi punto de vista, está en proceso. El poder, el control que ejercían los medios, que era la función que tenían tradicionalmente los medios de comunicación, de ejercer un control social sobre el gobierno, se ha trasladado a otros lugares, o se está trasladando, y no está muy claro cómo funciona. Esto de la posverdad y la circulación de información tan grande que existe a partir de Internet tiene un lado positivo, pero también se ha desacreditado mucho la información, y eso es lo que ha pasado en los medios, que nadie cree en nada.

Respecto de la actualidad del trabajo fotoperiodístico y la libertad de expresión a poco de cumplirse un nuevo aniversario del asesinato de Cabezas y por tanto el Día del Reportero Gráfico, ¿quisieras agregar algunas palabras más?

—El problema del reportero gráfico, y vuelvo sobre Cabezas para hacer referencia a una cuestión: cuando se dice que a Cabezas lo asesinaron por una foto que sacó, que es parcialmente cierto, pero no lo asesinaron porque sacó una foto, lo asesinaron porque sacó una foto que fue producto de una investigación periodística y que fue publicada en un medio que tenía una trascendencia determinada, y por eso generó la molestia que generó. Y como consecuencia de esto, fue asesinado José Luis, como un mensaje a ese poder que era el periodismo independiente. No está mal recordar eso, porque el trabajo del reportero gráfico solitario no tiene ningún sentido. El tema es la investigación, el trabajo fotográfico, la publicación y la difusión de ese material de manera que tenga peso, que sea creíble, que llegue a mucha gente, que sea un documento de la historia. Y eso pasa cuando hay un equipo, cuando hay una organización y hay trabajo serio. Los reporteros gráficos somos parte de un equipo. No tiene sentido pensar en un reportero gráfico como alguien que trabaja en solitario. De nada sirve si lo que uno hace no se conoce y no se conoce de manera que sea bien valorado.

¿Qué significa para vos el lema «No se olviden de Cabezas»?

—Es muy curioso porque estaba haciendo el afiche que se hizo tan conocido en blanco y negro de ARGRA, y como no había fotos de Jose Luis se hizo con la propia foto de la credencial, y a un amigo se le ocurre poner «No se olviden de Cabezas», que pensándolo bien era como un hecho premonitorio, porque el día que lo habían asesinado estábamos preocupándonos por el olvido. Una cosa hubiera sido reclamar justicia, pero poner esa frase, para mí significaba como un temor a que nos olvidáramos. No nos hemos olvidado ni nos olvidaremos quienes estuvimos cerca de José Luis y sentíamos la profesión, pero creo que no hemos aprendido nada como sociedad. No siento que esa muerte haya creado una consciencia, creo que nos seguimos acordando un grupo de gente, que hay mucha gente que lo tiene presente, pero no que el periodismo haya capitalizado esa muerte.

¿Cómo lo van a homenajear el lunes en este momento signado por la pandemia?

—Se van a hacer actos en Pinamar, en La Plata. Se sigue con el tema de plantar árboles, que es un acto que hemos hecho desde el primer aniversario. Y les cuento una anécdota linda dentro de lo que significa el recuerdo, que siempre tiene un lado triste recordar un asesinato. Cuando Cristina, su mujer, deja el departamento donde ellos vivían, que no era lejos de donde yo vivía en ese momento, un departamento muy chiquito, con un pequeño patio donde tenían un arbolito en una maceta, ella lo vacía y me lleva la planta y me dice: «esta te la dejo, cuidala vos». Y yo la tomé, era muy fuerte, muy metafórica la idea de cuidar un árbol que era de José Luis. Lo tuve en mi casa y en un momento pensé «no me lo puedo quedar yo, lo tengo que compartir», entonces le comento a los compañeros de ARGRA y se nos ocurre, en el primer aniversario, plantar el árbol en algún lado. Empezamos a evaluar dónde plantarlo, cuál era un buen lugar, y todos querían plantar el árbol más cerca suyo. Decíamos «por qué lo vamos a plantar acá y no en otros lugares del país», porque no nos olvidemos que el tema de José Luis se nacionalizó muy rápido, tuvo trascendencia en todo el país. Entonces, a alguien se le ocurrió que en vez de plantar ese árbol, plantáramos árboles en todos los lugares donde la gente quisiera recordarlo. Y se han plantado miles de árboles ya, todos los 25 de enero. Cada tanto paso por algún lugar donde sé que hay uno y veo cómo va pasando el tiempo. Porque, si para algo sirven los árboles, es para notar cómo pasa el tiempo. Y es una manera bastante esperanzadora. No es un monumento, no es una placa, es algo que está vivo.

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