Todos los 27 de enero, la zona de la Terminal de Rosario se pone más puteril que de costumbre. A las cooperativas de trabajadoras sexuales y a las mujeres y travas que ocupan varias esquinas de la zona, se le suman putas de todo el país, megáfono y banderas en mano, que recuerdan que un día como ese, seguramente igual de caluroso, igual de húmedo, mataron a una de ellas. Esta vez se cumplieron 17 años del femicidio de Sandra Cabrera, la secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (Ammar) Rosario que había denunciado la explotación sexual de niñas y adolescentes y la caja negra de lo que en ese momento era Moralidad Pública. El asesinato, aún impune, generó el efecto contrario a su cometido. Literalmente, Sandra se multiplicó por todo el país y su vida y muerte dedicadas a la militancia sindical significaron un legado que lejos está de apagarse.
“Mi primer viaje militando en Ammar fue a Rosario, cuando se cumplieron siete años de la muerte de Sandra Cabrera. Por eso hoy sentí una emoción total. Siempre se siente esa presencia, esa fuerza que habrá tenido la compañera, ese legado”, cuenta Laura, de 53 años. La militante de Ammar llegó desde la Capital Federal el 27 de enero junto con la secretaria general del gremio, Georgina Orellano (34). Por la mañana participaron de un homenaje a Cabrera en el Cementerio La Piedad. A las 18, fue el turno de copar –en la medida de lo posible por la pandemia– la zona de la Terminal. Entre una cosa y otra, las militantes recibieron al semanario El Eslabón.
“Rosario es la pieza fundamental de la historia del movimiento de trabajadoras sexuales”, dice Orellano. A lo largo de la entrevista, suena y resuena el nombre de Sandra Cabrera y la huella que dejó su militancia para marcar el camino que hoy transitan. No es menor. Todos los debates de los que Ammar forma parte están atravesados por esa decisión que en algún momento tomaron las (ahora viejas) putas: ser, primero y ante todo, un sindicato, ser trabajadoras organizadas.
Georgina, Laura y Gabriela, referenta de Ammar Rosario, recibieron a este medio un día en que el calor no dio respiro. Las bikinis y los corpiños fueron el outfit ideal para charlar. De fondo, sonó sin parar el chapoteo del hijo de Gabriela en la pelopincho salvadora. Cada una tuvo su correspondiente mate, taza de té o vaso de agua helada. En la habitación se lució un altar con Cristina Fernández de Kirchner y el Indio Solari como protagonistas. También una bandera de la diversidad, otra de Cuba y un cuadro del Che. “Este me lo regaló un cliente”, dice Gabriela, señalando la obra de arte con la cara del revolucionario en primera plana. “Estoy segura que hubiera estado con nosotras”, agrega, sonriente, la sindicalista.
Las tres se sentaron durante más de una hora frente al grabador. No fue la primera vez, tampoco será la última. El rol de Ammar en los últimos años va marcando los pasos de los debates dentro del feminismo, que cada vez más son los debates de la política nacional sea de los poderes ejecutivos o legislativos locales, provinciales o nacionales. Sin embargo, tanto como se sabe que la discusión sobre trabajo sexual clandestino o no es la que divide a los feminismos, el gremio de las meretrices continúa lidiando con las problemáticas de esa clandestinidad: violencia institucional y la falta total de derechos laborales.
—¿Cómo sienten y cómo viven esta jornada?
—Georgina: Es muy emocionante para nosotras, sobre todo porque somos de la generación posterior a lo que le pasó a Sandra. Cada una de nosotras conoció la historia de Sandra gracias a que las compañeras fundadoras de Ammar se las ingeniaron siempre para seguir manteniendo viva la memoria y muy presente la historia. Una vez que conocimos lo que sucedió, no dudamos en seguir alzando la bandera y por eso es muy importante estar presente cada 27 de enero en Rosario y hacer un homenaje, aunque sea pequeño, simbólico, pero que signifique seguir hablando de ella y permita transmitir a las nuevas generaciones de trabajadoras y trabajadores sexuales que existió Sandra Cabrera y que fue asesinada por la policía porque denunció muchas de las situaciones que lamentablemente siguen estando muy presentes en la vida cotidiana de las trabajadoras sexuales
—Gabriela: Nosotras pudimos organizar esta jornada dentro de lo que es el Comité de Movimiento Feminista en Rosario. Y eso nos parece muy importante, porque estos últimos años en ciertos sectores se fueron creando esas empatías con respecto al trabajo sexual y eso genera mucha conciencia. Y realmente, como recién lo decía la compañera Georgina, lo que hacemos es levantar su bandera, la de su legado. Es muy importante que acá, en Rosario, que todavía es la capital de trabajo sexual y de la prostitución, se tome en cuenta y reivindique la lucha sindical de una dirigente como Sandra Cabrera.
—Tienen la suerte de contar con compañeras como Myriam Auyeros, por ejemplo, que se formaron y militaron con Sandra. ¿Qué generan esas experiencias en las nuevas generaciones de sindicalistas?
—Georgina: Primero, habla de la solidaridad y la humildad que tiene Myriam de no tener miedo a darle paso a las nuevas generaciones de trabajadores y trabajadoras sexuales, algo que no pasa en todos los sindicatos. Siempre hay mucha resistencia a quedarse con la historia y a no abrir caminos. Sin embargo, Myriam, como otras compañeras de Entre Ríos o de Mendoza, que están hace muchísimo tiempo en Ammar, son las que impulsan que haya compañeras nuevas, que haya nuevos liderazgos y siempre nos dan el mensaje de que “bueno, nosotras ya hicimos un montón, estamos muy viejas, pero tenemos la experiencia, ustedes tienen la garra”. Eso habla del modelo sindical que nosotras pudimos construir, que se sale por fuera de ciertas lógicas que lamentablemente están muy atravesadas en el mundo del sindicalismo. Entonces, escucharlas, que estén ahí con nosotras o verlas, es muy importante. Hoy son ellas las que se ponen primero la remera que dice Puta Feminista, cuando fueron el sector que se resistió a reapropiarse de estas palabras y que a la vez se abrieron a contar qué significó esa palabra para ellas en sus vidas, en su contexto, y entendieron que los contextos eran otros y que ahora no nos podíamos quedar fuera de la historia. Nosotras a Myriam le decimos La Enciclopedia. Se sienta con nosotras a tomar mate y empieza a contar la historia del trabajo sexual, nosotras le contamos la actual y siempre resalta cómo cambió, cómo se actualizó. Eso nos pasa a todas. Tenemos nuevas compañeras trabajadoras sexuales que empiezan y al tercer mes ya lo dicen públicamente. Y a la vez, tenemos compañeras que tienen 30 años de puta en el clóset, con todo lo que significa vivir con culpa y con vergüenza. Pero parte de que haya compañeras que lo puedan decir, contar abiertamente, puedan empezar a romper estigmas, tiene que ver con este legado y con tantos años de lucha.
—Georgina, da la sensación que mantenés un vínculo muy importante con Rosario, ¿por qué?
—Para nosotras, Rosario es la pieza fundamental de la historia del movimiento de trabajadoras sexuales. Santa Fe fue una de las primeras provincias en derogar los códigos contravencionales, después del femicidio de Sandra. Rosario también es la ciudad donde nosotras recuperamos el Taller de Trabajo Sexual de los Encuentros Nacionales y creo que justamente es la ciudad en la que pudimos darle nuevamente la reapertura a este taller por la historia y lucha de Sandra. No hubiera sido posible si se hubiese dado en otro punto del país. Cuando llegamos a Rosario para ese Encuentro, nos ahorramos de explicarle a muchas compañeras de distintos sectores sindicales, sociales y políticos qué era Ammar, porque ya lo sabían, porque hubo una Sandra que batalló y articuló con distintos sectores. Y de hecho, el último taller que nosotras tuvimos antes de que nos sacaran de la grilla del Encuentro Nacional de Mujeres fue en Rosario y lo coordinó Sandra. Cuando llegamos ese día al Encuentro, y estábamos ahí, detrás del Monumento a la Bandera, escuchamos cómo las compañeras del Movimiento de Mujeres y Disidencias de Rosario pedían y exigían el esclarecimiento del caso y justicia para Sandra Cabrera. Nosotras no habíamos hecho ese pedido, lo habíamos puesto como objetivo principal del taller. Y ya estaba.
—¿Qué diferencia marca dentro del movimiento feminista que Ammar sea un sindicato y no una agrupación feminista? ¿Qué implica nacer de la organización gremial?
—¿Qué nos aporta que la experiencia de Ammar sea primero en una central obrera como estamos ahora y después haber dado los debates de los feminismos? Creo que un montón. Nosotras estamos en un sindicato y somos reconocidas como trabajadoras en una central obrera. No necesitamos que el Estado o el feminismo nos den un carné. O sea, ya hay una central obrera que discutió hace 25 años atrás si las prostitutas iban a estar adentro o no. Entonces, siempre que viene algún compañero o una compañera caída de la palmera, yo le digo que se perdió 25 años de historia, que esta discusión ya se dio y ya está saldada. Estamos en nuestra central y te vas a cruzar con las putas todos los días. Ese es nuestro piso de reconocimiento. Algunos compañeros son temerosos con la cuestión del feminismo, nos han dicho que bajemos un poco el tono. Pero no. Tenemos que subirlo, porque la policía cada vez nos caga más a palos. Y si entonces vos no bajas el tono cuando la patronal despide a tus compañeros, sino que hacés una huelga, cortás la calle y llamás a la prensa, nosotras hacemos exactamente lo mismo. No podemos bajar el tono, ya está. No podemos retroceder ni tampoco queremos hacerlo. Y a la vez hay un montón de compañeros que nos aportaron un montón de cosas. Formación sindical, pensar en tener un estatuto, pensar en las afiliaciones, las asambleas. Si no fuese porque los compañeros se tomaron el trabajo de sentarse y explicarnos qué era un sindicato, cómo nos teníamos que organizar, no tendríamos el conocimiento que tenemos hoy por hoy de cómo resolver conflictos en un territorio, cómo convocar una asamblea, por qué es importante hacerlo. Conocimos todas estas herramientas dentro de la central de trabajadores y trabajadoras. Cuando llegamos al feminismo, a la CTA le decían de todo. Y a nosotras también. Decían que éramos un invento de la CTA, algo súper machista y patriarcal de borrar que nosotras nos organizamos y todo el esfuerzo que conllevó que recuperamos la palabra, la visibilización, que pensamos también en tener las mismas herramientas. Así que para mí, si Ammar hubiese sido una simple ONG o una organización de mujeres, las trabajadoras sexuales no hubieran tenido cada uno de los argumentos que hoy tienen para defender su trabajo. A veces, cuando viajamos a otros países, las compañeras o distintas organizaciones resaltan un montón esa característica. Creo que no le damos la suficiente importancia de que estamos dentro de una central de trabajadores, pero las compañeras de afuera o los movimientos de afuera siempre resaltan que es la única organización a nivel internacional que, pese a que no está reconocido el trabajo sexual en Argentina, sí está dentro de la central de trabajadores. Cuando nos preguntan qué es lo que pasó para que ustedes estén ahí, nosotras lo que tratamos de contarles es que pasó el peronismo. Eso es lo que pasó. Nos pasó que los movimientos sociales articulan con el Estado, que tienen otra forma de negociación, que tienen una súper impronta, que si no te organizas no podés sobrevivir. O sea, esa es una de las cosas más hermosas que nos dejó el peronismo: que si te pasa algo con tu trabajo, tenés que organizarte. Allá, en Europa, es todo lo contrario. Si te pasa en tu trabajo, salvate solo, una cosa muy individualista. Nosotras lo que explicamos es eso: que la experiencia de Ammar no solamente es la lucidez que tuvieron en ese momento las compañeras fundadoras de ir a una central de trabajadores, sino que también es la Historia, el contexto, el país, ¿no?
Un año a prueba de fuego
“No hubo descanso”, sonrió Georgina, relojeando a la vez su celular, que no para. En enero, el balance por el año que acaba de terminar es inevitable. Más cuando se trata del año en que una pandemia que aún persiste puso en jaque a toda la sociedad y dejó a la vista las mejores y las peores realidades del país. Para Ammar, y las trabajadoras sexuales que no están nucleadas en el gremio también, el 2020 ya había marcado su intensidad en sus primeros meses. El lanzamiento de la canción Puta de Jimena Barón, y la reunión de la cantante y actriz con Orellano, abrieron un debate que llegó a todas las reuniones de amigas, grupos de WhatsApp, asambleas feministas; y que en muchos momentos rozó altos niveles de violencia.
Casi un año más tarde, Georgina y sus compañeras, con una pandemia encima, habiendo aguantado desalojos y el recrudecimiento de la violencia institucional, se acuerdan y sonríen. No desestiman la discusión del momento. Sí, como todas, se sorprenden de todo lo que pudo pasar en un año.
— ¿Qué balance hacen de lo que fue el 2020? ¿Qué quedó descubierto con la pandemia y la cuarentena que atravesamos?
— Gabriela: En Rosario fue como muy caótico, porque al haber un Estado ausente, sin reconocimiento de nuestros derechos hace que todo sea todo mucho más complejo. El abuso policial fue sostenido, muchas compañeras fueron detenidas arbitrariamente trabajando en la calle. Nosotras ya llevábamos un año trabajando en territorio y eso dio una contención que este año no estuvo, pero se transformó en 10, 15 llamadas telefónicas por día pidiendo una ayuda, ya sea algo de mercadería o medicamentos o asesoramiento legal. Fue muy importante que se sepa que hay nuevamente un sindicato en la ciudad, que no estamos más solas ni solos. Lo que quedó en evidencia son todas las necesidades que hay hoy por hoy. Y ni el Concejo, ni el Municipio, ni la provincia pueden mirar para otro lado. Necesitamos que se hagan políticas públicas concretas ante nuestra realidad, que la mostramos sí en el día a día. Nosotras no somos solo nosotras. Yo tengo un hijo, pero mis compañeras tienen cinco, seis o siete y me imagino lo que debe ser sobrecargar con esta crisis económica, con esta violencia y esta falta de trabajo que estamos atravesando.
— ¿Y cuál fue la situación a nivel nacional?
— La pandemia nos puso a todas nosotras, y a la herramienta sindical básicamente, a prueba de fuego, sobre todo por ver cuál era nuestra capacidad para poder sostener a las compañeras y compañeros que iban llegando a la organización con distintas demandas alimentarias, habitacionales, de violencia institucional, o también de acceso a alguna política o algún programa social. Empezamos a hacer cosas que, al menos desde nuestra experiencia, Ammar había dejado de hacer posterior al 2000, 2001. Un día nos encontramos en un mayorista buscando precios y armando bolsones de alimentos. También tuvimos que sentarnos a ver qué tiene un bolsón de alimentos y con cuánto dinero contábamos, que alcanzaba cada vez menos porque era más las compañeras que se acercaban con el paso de las semanas. Era masivo, no solamente en Capital Federal, sino a nivel nacional. Nos llegaban urgencias de compañeras donde no hay delegaciones de Ammar, como en el caso de Villa María, Córdoba, de Corrientes y Chaco. Entonces también buscábamos aliados o aliadas en esos lugares para que las compañeras pudiesen trasladar la demanda directamente al Estado.
— Tuvieron que crear un Fondo Nacional de Emergencias, ¿funcionó?
— Los primeros meses funcionó muy bien y después ya no. Porque también la economía de todos y de todas comenzó a mermar. Ahí sí nos dimos cuenta de que más allá de que defendemos mucho la autonomía y la autogestión, también entendimos que tiene un límite. No podemos vivir todo el tiempo haciendo rifas o sacando flyers para que la gente done, porque eso puede resolver el problema hoy, pero el mes que viene vamos a seguir teniendo ese problema. Y el otro. Y el otro. Entonces hicimos un plenario a nivel nacional en donde decidimos trasladarle todas estas problemáticas al Estado, y la manera que el Estado conozca lo que nos está pasando es que cada referente de su municipio vaya, golpee la puerta, mande un mensaje de WhatsApp, llame por teléfono y diga “Mirá, hay cien compañeras que quieren alimento, hay tantas compañeras que están siendo desalojadas, hay tantas compañeras que no tienen documentación y no pueden acceder al IFE o escribirse en el programa Potenciar de Trabajo, hay tantas compañeras que están sufriendo violencia institucional en la cuarentena”. Porque esa es una de las cosas que también lamentablemente se ha incrementado. La policía está desatadísima, dueña del espacio público total y contando con la protección del Estado y con la validación social.
— ¿Tuvieron problemas de denuncias por parte de vecinos durante la cuarentena?
— Tuvimos muchos casos de compañeras que salían de sus casas, de sus hoteles a los comedores, a comprar al supermercado, y eran denunciadas por los propios vecinos. Durante varios meses apareció esta cosa del sujeto de la peligrosidad. Lamentablemente venimos arrastrando ese estigma hace muchos años y con la pandemia pasamos a ser las posibles sujetas peligrosas que propaguen el virus al resto. Había compañeras que decían que era muy parecido a lo que pasaba en los ‘90 con el VIH. Así que fue un año re agotador, que nos puso a nosotras como prueba de fuego y también a saldar algunas deudas que teníamos, algunos debates que teníamos de internos pendientes. Me parece que la pandemia apresuró a decir que hay que articular más con el Estado, que solas no podemos, no tenemos los recursos suficientes. Y la otra prueba fue ver qué nos responde el Estado. Porque no es que le estamos llevando un pedido para que despenalice el trabajo sexual. Estamos llevando cuestiones básicas. El lugar en el cual sentimos nosotras que hizo eco de nuestros reclamos, de nuestras demandas, fue el ministerio de Desarrollo Social. O sea, no hizo falta que nos sentemos a explicarle qué era el trabajo sexual, los debates y demás. Directamente nos pidieron un listado. El INADI también nos ayudó muchísimo. Y aparecieron otras nuevas alianzas, como Inquilinos Agrupados, por ejemplo, que tomó los casos de desalojo de las putas.
— Este año arrancó con un debate muy violento después del lanzamiento del tema Puta, de Jimena Barón. ¿Cómo impactó en Ammar esa discusión respecto de trabajo sexual sí o no?
— Gabriela: A nosotras nos generó mucha impotencia porque veíamos que más allá que el sector del abolicionismo va contra el sindicato, contra la organización, también fueron puntualmente contra nuestra compañera, nuestra dirigente. Esa es esa parte en la cual se sobrepasaron… era odio.
— Georgina: ¡Cierto! Fue todo el mismo año. No hubo descanso (se ríe). Tuvimos un plenario porque en marzo del año pasado Ammar cumplió 25 años, y sí, reflexionamos, nos preguntamos qué fibra movilizó a cada una. A muchas de nosotras esto ya nos ha ocurrido, hemos estado en situaciones muy complicadas y en asambleas muy violentas. O sea, no es que fue algo nuevo, algo que nace de a partir de la canción de Jimena Barón, esto es el abolicionismo, y así fue siempre. Yo no me sorprendí para nada, porque hace diez años las asambleas eran peores. Éramos dos o tres y nos silbaban, nos interrumpían, no nos dejaban hablar o que cuando nos presentábamos como trabajadoras sexuales empezaban a prepotearme. Eran cosas súper violentas y nadie ponía un freno a eso. Por cosas así no nos sorprendimos. Después, lo que sí nos sorprendió para bien es que un montón de compañeras trabajadoras sexuales empezaron a contar que son trabajadoras sexuales. Creo que esa violencia también empujó mucho el proceso de compañeras para ser visibles, y eso para nosotras era algo impensado. Nosotras somos de la camada de las fotos con máscaras en las actividades, de ir a marchas con antifaces. Eso pasaba hace diez años. Corrió un montón de agua y va a seguir corriendo porque esto no le vamos a cambiar la cabeza a quien tiene, como esa puta fobia, ese odio, lo va a seguir teniendo y les va a molestar cada avance que tengamos las trabajadoras sexuales. En ese punto, lo que molestó fue la masividad, porque llegamos de la mano de un personaje de los medios que llegaba a un montón de lugares que nosotras nunca, ni siquiera con los 25 años de militancia DE Ammar, lo podríamos haber logrado.
— Lo que me parece que también pasó en ese momento, no sólo fue el hecho de que ella escribe una canción que se llame Puta, porque a lo mejor pasaba desapercibida, porque la palabra puta está en todos lados y nunca hubo tanto quilombo, sino que ella eligió juntarse con una dirigente gremial de cara a este tema.
— Hay canciones que se llaman así, como Putita, de Babasonicos, y nosotras bien, gracias. O sea, nunca se sentaron a hablar con nosotras, nunca se solidarizaron. Y ella al menos se acercó para entender un poco por qué la estaban atacando tanto en las redes sociales. Yo le dije que se metió en un tema que no es igual que aborto, es un tema que divide a todos los feminismos y es un tema súper complejo. Es el tema que divide al movimiento feminista no solamente en nuestro país, sino a nivel internacional.
— En estos últimos días vos venis teniendo una actividad fuerte en Instagram, mostrando el día a día de tu trabajo, y eso también tuvo mucha repercusión. Pensaba en por qué lo haces. ¿Por qué sentís que vale la pena este nivel de exposición?
— Yo lo hago primero porque estoy convencida de que el próximo debate que se va a dar en nuestro país es la legalización del trabajo sexual. La legalización del aborto dejó un piso de conquista de derechos donde se habla de la autonomía, se habla de la soberanía de los cuerpos y se habla también de que elegir es justicia social. Nos parece que nosotras tenemos ahí un poco el camino allanado para poder instalar la demanda, la urgencia de que se legalice el trabajo sexual. De hecho, muchos de los argumentos a favor de la despenalización del trabajo sexual son muy parecidos a los que se utilizó para que el aborto sea legal, seguro y gratuito. Y muchos de los argumentos que hay en contra del trabajo sexual son re parecidos a aquellos que se oponían a la interrupción voluntaria del embarazo. Aunque en este caso quienes utilizan estos argumentos no son la Iglesia, son un sector del feminismo. Estamos convencidas de que el trabajo sexual es trabajo y que ya no podemos seguir esperando más. Y aparte de una de las cosas que nos súper movilizan es que haya compañeras que tengan 60 o 70 años y que ejercen el trabajo sexual, y no se pueden jubilar de nada, y no pueden cobrar ningún plan ni el IFE. Hay un sector que está quedando afuera de todas las políticas públicas y que no tiene para ampararse en nada, en absolutamente nada, sigue ejerciendo el trabajo sexual en pandemia, exponiéndose a un montón de situaciones de vulneración de acceso a derechos. Y nos parece que nosotras como compañeras, como trabajadoras, tenemos que demostrarles que estamos haciendo algo para que el futuro sea distinto. Y también el futuro de las próximas que vamos a pasar por esos años también sea distinto.
Fuente: El Eslabón