Yo no sé, no. Pedro se acordaba de aquel febrero del 66 que arrancó lluvioso. Bah, dos nubes y 4 gotas ya eran suficientes como para pensar en la suspensión de los bailes de Carnaval. Con los pibes tenían planificado ir al club El Pino (Francia y Gálvez), porque pintaban lindos los bailes ahí, o por lo menos ese era el comentario de los más grandes.

El 3 de enero de 1966, en Cuba, se llevaba adelante la Primera Conferencia Tricontinental de La Habana y se creaba la OSPAAL (Organización de Solidaridad entre los Pueblos de África, Asia y América Latina). El presidente de EEUU, en tanto, declaraba que invadía Vietnam para desalojar el comunismo.

En las teles yanquis aparecían Batman y Robin y Bob Dylan lanzaba al mercado el primer álbum doble de la historia de la música.

El Wincofón, nacido en el oeste de Buenos Aires, marcaba el agite en casi todas las casas y lo más importante, aparte de saber manejar bien sus tres velocidades, era tener una púa de repuesto siempre, para que el baile –al que llamábamos asalto– no se suspenda. Y menos a la hora de las lentas.

Ese año se suspendía la democracia, que ya era débil pero mucho mejor que la dictadura que se vendría y en julio se producía La Noche de los Bastones Largos. Los milicos entraban a los bastonazos en varias facultades y el resultado, aparte de muchas cesantías, fue que emigraron 301 profesores universitarios; 215 de ellos científicos; 166 se insertaron en universidades latinoamericanas, básicamente en Chile y Venezuela, y otros 94 se fueron a Estados Unidos y Canadá. Se suspendía también el conocimiento propio.

Ese febrero, en la cancha de San Nicolás y Bulevar Seguí, una tarde, en un mini torneo, una pelota con mucha potencia pasó por encima de nuestras cabezas, que estábamos detrás de un arco, y Pedro corrió para traerla como 40 metros. Cuando volvió con la pelo, el partido estaba suspendido y lo que pasaban por sobre nuestros melones eran piedras y botellas. Nacional y Primera Junta (uno de los clásicos del barrio) estaban en una trifulca descomunal.

Diez años más tarde el horror, con su peor cara, suspendía el derecho a la vida. Y en los febreros ya poco importaba si arrancaba lluvioso, la alegría también estaba suspendida.

Pasaron otros 10 años y en el 86, el plan Austral que había arrancado un año antes, ya hacía agua. Y la ortodoxia en lo económico nos suspendía una vez más toda expectativa de desarrollo.

Del pasado reciente todos nos acordamos, o deberíamos. Pedro me dice: “Mirá, muchos pibes estarán cumpliendo 10 ahora y será como un arrancar para ellos, como lo sentíamos nosotros. Algunos cumplirán 20 y otros 30 y cada uno, capaz que en esa fecha redonda de su vida, vea una nueva etapa”.

Ya vemos que este febrero arrancó con agua, y que los encuentros carnavalescos están suspendidos, porque primero está la salud y la vida. Pero eso sí, tenemos que estar atentos para que no entremos a décadas en las que nuestros sueños se suspendan. Sabemos que por momentos fue posible un bienestar para las mayorías, volver a pelear por esos momentos es pensar en un mañana cerquita en el que, por más nubarrones que haya, la alegría, la alegría no esté suspendida.

 

Fuente: El Eslabón

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