“Todo es descartable, los objetos, los vínculos, las memorias, libros. Todo se consume, se descarta, se compra”, afirma Carolina Zoppi, restauradora, bibliotecaria y profesora de Historia, además de especializarse en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en la Conservación y Restauración de libros y docente de Alfabetización Informacional en la Universidad Autónoma de Chiapas, México.
“Se debe romper con el «presentismo del aquí y ahora», sin pasado. Hay familiares, instituciones, organizaciones barriales que necesitan recuperar la primera carta que escribió el abuelo, la foto de la abuela, un dibujo de la pequeña sobre la familia reunida en el patio, el banderín del club barrial que cerró, la vieja acta de fundación de una comuna. Como en búsqueda de la memoria familiar y colectiva, se suele preservar profundos valores, algo tan importante como restaurar la mejor imagen de la Mona Lisa”, dice la profe que también integró el equipo de trabajo del Programa de preservación documental, investigación, formación y extensión de la Facultad de Humanidades (UNR).
“Todos tenemos un patrimonio, las necesidades de recuperar el banderín del club que cerró, tiene que ver con una construcción colectiva que surgió desde abajo. Somos forjadores de historias a las que debemos darle un valor político. No puede existir una vivencia sin pasado. Es una cuestión política, ética y estética, y es un desafío cuando llegan queriendo recuperar, por ejemplo, viejos diarios muy arrumbados y de ellos se intenta recuperar datos, fechas, sucesos o personajes”, señala Carolina.
Explica que con un libro, foto o documento se restaura vida, protagonismo, participación. Menciona que “al restaurar el acta fundacional de una comuna rural, los pobladores y autoridades festejaron emocionados reencontrarse con el antiguo e inaugural documento de su pueblo e historia, y así lo interpreta al pueblo que festejaba acompañando el rescate”.
Y advierte Carolina que “no todo lo valioso está en el museos”. Resalta que “no se puede aplicar en una biblioteca popular de un barrio latinoamericano las mismas normas creadas para el parisino museo del Louvre. Debemos descolonizar los lineamientos de la conservación y restauración de libros y documentos”. Los criterios mal llamados «internacionales», no lo son: son europeos y europerizantes, estadounidenses y «yanquizantes»”. Y afirma que “se trata de construir una línea latinoamericana de la conservación y restauración, advierte la especialista en Educación y TIC por el Ministerio de Educación de la Nación.
“Mi tarea en la Biblioteca Vigil es restaurar los ejemplares”, cuenta la investigadora. Y agrega: “Comenzamos a trabajar la primera semana de enero y el objetivo es abrir al público el acceso a estos libros, montar un sector de Editorial Biblioteca con estos ejemplares recuperados para que vuelvan a ser leídos y disfrutados, rescatarlos del olvido que intentaron imprimirle los genocidas biblioclastas”.
Conservación preventiva
“Cuando llegamos y llenamos los hospitales puede ser que estemos rotos, por no prevenir las enfermedades y sin preocuparnos por la salud. También la conservación preventiva es esencial con los libros”, indica. “Las ciencias están muy cerradas, es necesario romper en serio las fronteras y no sólo mirar lo chico y ver el todo, no acuerda con el modelo médico que apunta al ojo, un pulmón y no a la persona en forma integral”, añade.
“En la conservación preventiva, no esperamos, trabajamos para que no siga el deterioro y aumente el daño”, dice Carolina, también docente de historia en nivel medio y superior.
“Hay que militar a nivel pedagógicos en museos, escuelas, bibliotecas, universidades y en la familia, para el cuidado preventivo”, resalta la investigadora, quien además de haber integrado la cátedra de Residencia Docente, coordinó las prácticas de educación no formal de lxs estudiantex.
Bibliotecas que son trincheras
“La restauración de documentos es a veces restauración de luchas, proyectos o memoria. Con un grupo de estudiantes –agrega Carolina– de varias carreras de las facultades de la UNR intervenimos entre 2016 para identificar, estabilizar y que perduren legajos de universitarios y universitarias desaparecidas durante el terrorismo de Estado. En paralelo, la reparación histórica, con familiares de las víctimas, se buscó organizar un fondo documental con un inventario y clasificación. Coordinamos desde la biblioteca de Historia de Humanidades, y estabilizamos legajos que estaban muy destrozados”.
Además, refiere Zoppi, “también rastrearon libros que fueron prohibidos por el terrorismo de Estado. A veces los pedíamos en préstamo a las distintas facultades. Pero en forma institucional –no por favores– para impulsar la práctica del derecho a acceder a obras y romper con el paradigma del «Nombre de la rosa» y la versión del bibliotecario guardián y carcelero de las obras”.
“En 2017 hicimos en Humanidades una feria con esos libros recuperados. Durante la muestra se desató como un movimiento sobre nuevas historias y relatos de quien los veía. Esos libros estaban invisibles en estanterías de las biblioteca», indica con emoción Carolina.
“Eran documentos de carácter histórico, de interés público y hemos asumido, como profesionales de la Historia, la tarea de rescatar y comenzar a organizar esta inmensa masa documental”, afirma.
También relata que en las muestras de libros prohibidos “había un momento especial, cuando se invita a la gente a tomar esos libros censurados, cuando los ven y leen”. “Las páginas vuelven a tomar vida. Las bibliotecas son resistencia, son como trincheras”, asegura.
Zoppi explica que “en universidades nacionales argentinas el gran volumen de documentos producidos y recibidos suele acumularse en depósitos sin clasificación”. “Lo que pone en peligro la propia historia de las instituciones y al archivo universitario como garante de derechos”, advierte.
La articulación de los saberes
“La biblio de mi padre era un territorio de búsqueda y exploración, él nunca me puso límites, aprendí a leer y escalar, aprendí a romper libros y a arreglarlos en forma experimental. Luego quise formarme en ello”, recuerda la investigadora.
“Estudié historia, conocí bibliografía específica, el contenido, y luego busqué el continente para saber de adentro que es una biblioteca, su servicio y fui al Iset. Pero además faltaba la materialidad del libro, y eso no se veía en ningún lado con el contenido”, rememora Carolina.
“Amé un proyecto y gané una beca para ir a la Dirección General de Biblioteca UNAM mexicana. Debí armar un combo de becar para poder llegar, me ayudó la carrera de Historia, la UNR, y mi padre”, cuenta Zoppi. Y continúa: “Fue también contactos de profesores los que permitieron vivir allá y hospedarme en la casa de una profe rosarina, Climentina Battcok –graduada en la UNR–, quien también fue mi tutora”.
“Por mi búsqueda o kilombo en la formación, no estoy encasillada en un campo y deseo hacer estallar las fronteras disciplinarias. En la recuperación se puede dialogar con distintas voces, tonalidades, saberes y luego articularlos y hacer una recuperación integral al cambiar las reglas de juego, de acuerdo a la comunidad”, reconoce la especialista.
Carolina cuestiona la “cultura formal, hegemónica, blanqueadora, mitrista y samientina”. “Esa que nos dice que somos todo cabeza, pero ni un sentido. La educación integral pone todo, en la Vigil coordino las visitas guiadas con un criterio diferente”, indica.
El histórico edificio de Alem y Gaboto, al contar con libros de la biblioteca, documentos y fotos, produce una emoción especial el recorrer ese territorio de tantas historias, proyectos y sueños, además del autoritarismo que en épocas de la Dictadura se vivió. Carolina remarca cómo los visitantes comentan esa sensación de recorrer los pasillos, escalera, subsuelo y lugares donde no borró ese pasado que se respira en el ambiente. Esa humedad y silencios hacen comprender y revivir con el cuerpo esa sensación que transmite el recorrido tan profundo.
Saberes que están separados
Apasionada y militante de su oficio con compromiso social con la memoria, Carolina sostiene que la restauración es maravillosa porque “se suman saberes que estaban separados, hay que ver cómo es el papel, conocer el químico para buscar como los hongos afectan al material, o cómo se dañó con la manipulación y se quebraron muchas hojas”.
“Por eso trabajamos con varias personas, en lo que tiene que ver con la historia, los químicos, los biólogos. Nuestros objetivos contemplan la preservación documental, la investigación histórica, la formación de estudiantes”, agrega Carolina.
La conservación y la restauración se pueden desarrollar con distintas estrategias, técnicas y materiales. Hay trabajos en madera, obras arquitectónicas, pinturas al óleo y acrílico, talla en mármol, papiros antiguos y diversas piezas, según las épocas en que se produjeron. Pero se intenta siempre evitar y prevenir los posibles daños o pérdidas de su valor, deterioros o destrucción. Por ello se estudia el contexto en que se crearon y las causas de los daños registrados.
Las intervenciones de restauradores no deben invadir o transformar la apariencia del material sobre el que se trabaja. Por eso la conservación preventiva es primordial: como el atender al control de humedad, la iluminación, la temperatura y la manipulación.
Para que se vuelvan a leer
Zoppi agrega que “en la Biblioteca Vigil –de Alem 3078– se presentó en la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (Conabip) un proyecto para recuperar la colección histórica de Editorial Biblioteca, ¡y lo ganaron! Y ahora estamos llevando adelante el proceso de restauración de esta serie de libros de gran valor patrimonial”. “El objetivo además de abrir el acceso a esos libros al público es rescatarlos del olvido que pretendieron imprimirle los genocidas biblioclastas, un término que refiere a la destrucción de libros y soportes de conocimiento, y también a la vulneración de derechos de las instituciones y agentes colectivos o individuales encargados de protegerlos”, subraya la investigadora.
Finalmente, Carolina Zoppi, sostiene: «Somos muy pocos los formados para restaurar, en Rosario, seremos dos los que trabajamos en este oficio. La intención es que no sean sólo las instituciones, museos o bibliotecas, y que una persona en su casa diga «esto es valioso para mí, para mi familia y nuestra memoria», y entonces elijan resguardarlo. Me llegan de esos casos a mi taller. Tras investigarlos, les digo cómo protegerlos y cómo los puedo restaurar”.
Fuente: El Eslabón