Aunque postergadas por las nuevas restricciones pandémicas, las elecciones en Newell’s generan alegría en el pueblo leproso que padeció, durante 14 eternos años, la tiranía de López.
Votar en Newell’s nos hace mejores. Se vive con alegría e inevitablemente nos conecta con un pasado no tan lejano, que a veces se resiste a marcharse y en el que lograr las elecciones fue consecuencia de una larga y valiente lucha colectiva, que nos permitió echar a Eduardo López.
Lo que hoy va siendo rutina fue, durante unos cuantos años, bandera de una pelea en la que hubo que enfrentar no sólo a un tirano, sino a sus aliados en la Justicia y en los principales medios de comunicación. Se dio batalla en los tribunales, en el ámbito político y también en la calle. Hubo una militancia sostenida –a veces, clandestina– en los barrios, hubo marchas y concentraciones, convocatorias por chats y blogs. Hasta se tomó la sede de Gobernación, unos días antes de la votación de diciembre de 2008
“¿Cómo no sentirme así?”, dice una bandera colgada en el alambrado de la “Diego Maradona” y esa es la sensación: votar hubiese sido imposible sin aquella épica que unió a jóvenes y viejos muchachos y donde las mujeres tuvieron altísimo protagonismo.
Entonces, leprosas y leprosos, celebremos que vamos a las urnas, pese a que ahora se ha abierto cierto interrogante respecto de la fecha y que el estado de la pandemia nos obligará a redoblar cuidados; y que nos pueden gustar mucho o poco las listas que se postulan. Porque, más allá de discrepancias, en cada una hay genuino amor por el club.
Si repasamos los últimos cuarenta años –y más también–, estas elecciones se presentan como un pleno ejercicio de la democracia, casi inédito. Si bien la pandemia obligó a postergarlas, se llega sin fin anticipado de mandatos, como en 2016, y en un clima de tranquilidad que es muy saludable.
Creo, entonces, que cada elección es una nueva oportunidad para alejarnos de esa tiranía que nos gobernó entre 1994 y 2008, así como también para despojarnos de algunos resabios de un club no tan abierto en lo político; porque, más allá de la buena gente que nos condujo entre los 70 y los 90 y de sus grandes logros, en ese período la política era algo parroquial y, en definitiva, no fueron muchas las ocasiones en las que votamos.
Así que no hay otra manera que vivir un acto eleccionario como un día de fiesta; y me gusta pensar que, gane quien gane, se conduzca al club fortaleciendo su democracia interna y nos vayamos desprendiendo de residuos lopecistas, que a veces no tienen nombre y apellido ni están concentrados en una lista en particular.
Hace muy poco dejamos atrás uno de los grandes lastres del lopecismo: la monstruosa deuda. Fue un logro de varias administraciones y del cual socios, socias e hinchas también fuimos artífices. Fue muy gratificante la manera en que se lo anunció, reconociendo a las anteriores gestiones y grupos políticos que participaron de la planificación y concreción de esa gesta.
Es que la gratitud hacia quienes nos preceden es también un antídoto contra ese tiempo nefasto en el que alguien creyó que con su llegada al club se abolía la historia y comenzaba una era. Digo, votar comisiones directivas, y no una persona en particular, implica un reaseguro para no alimentar egos autoritarios.
En ese sentido, otra sucesión de hechos que nos alejaron de aquellos años infelices ha sido sostener una política de reconocimiento, reparación y convocatoria a grandes próceres. Y también hacerlos parte de distintas listas electorales. Que hayan regresado a casa algunos campeones, y que Jorge Griffa vuelva a caminar el club como en los viejos tiempos, son grandes logros. Y nos comprometen a más.
Ahora bien, dejar atrás al lopecismo –o los rastros que quedan en el club– no comienza ni termina en un acto electoral, sino que continúa al día siguiente. Esto demandará un reconocimiento a quienes ganen y un compromiso de acompañarlos en beneficio del club, el pleno funcionamiento de la Comisión Fiscalizadora, y también que la lista triunfadora sostenga el pacto con el electorado que la llevó al triunfo: que la Comisión Directiva dure todo el mandato, para no repetir el reciente desmembramiento que dejó jirones del grupo que había llegado en 2016. De lo contrario, el poder se concentra y eso no es bueno.
Dejar atrás el lopecismo deberá comprometer a erradicar una práctica que se impuso en aquellos años horribles y que tuvo réplicas tiempo atrás: asambleas en las que se agredió a opositores. A la socia y al socio no se le debe tocar un pelo.
Del mismo modo, un club que ha modernizado su comunicación, y en algunos aspectos ha llegado a niveles de excelencia, no precisa formas perversas como una constelación de cuentas falsas en redes sociales que participan con éxito del campeonato de injurias. Tampoco necesita perpetuar vínculos con periodistas que desde hace rato parecen escribir sentados sobre el regazo de los sucesivos presidentes. Es un gasto innecesario y una práctica antidemocrática.
También nos vamos a alejar del lopecismo si respetamos los derechos y cumplimos con nuestras obligaciones con las empleadas y los empleados del club. No hacerlo es sostener aquellos viejos métodos en los que se despedía arbitrariamente a quien no acataba los caprichos del mandamás.
Por cierto, nos alejamos del lopecismo cuando consolidamos políticas institucionales que reconocen igualdad de derechos a nuestras socias; así como también los avances en cuanto a diversidad, que nos presentan como un club plural. Entiendo que hemos aprendido y avanzado mucho.
También me permito pensar que dejar atrás el lopecismo es evitar que algunas iniciativas –presentadas en aras de posibles modernizaciones– dejen la puerta entornada para que se cuelen intentos privatizadores parciales o totales. Sin la intención de generalizar, me merecen dudas los empresarios que en su actividad son precarizadores y/o vaciadores, que se presentan como exitosos, y que parecen llegar a los clubes con fines altruistas. Porque, de algún modo, así empezó López: financiando el Fútbol de Salón. Y se quedó con todo y destruyó todo.
Me gustaría más imaginación para que el club abra las puertas a miles y miles de hinchas que sólo pueden entrar a la cancha en los Banderazos y ven la televisión desde la vidriera, pero aman estos colores como cualquiera de nosotros. Por eso, amo la continuidad –que atravesó gestiones– de “De todos lados, todos los barrios”.
Me gusta más esa política rebosante de agrupaciones y peñas que construyen desde abajo y desparraman solidaridad por Rosario y su Región. Allí está el futuro, cerquita. Es cuestión de ir avivando ese fueguito.
Si vemos las listas, en todas hay gente buena y capaz. Lo importante es que esa bondad y esa capacidad no estén al servicio de vanidades sino del club. A partir de ahí, podremos cumplir nuestros sueños: seguir creciendo con un cielo leproso poblado de más estrellas.
En cada elección, uno siente que estamos dejando atrás tiempos oscuros. Por eso, ahora con cierta incertidumbre respecto de la fecha, pero sabiendo que esto ocurrirá, ¿cómo no sentirme así cuando el pueblo leproso vota?
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