Yo no sé, no. Pedro se acuerda de aquellas tardes en las que tipo 5 se iba a lo de unos vecinos a ver la tele. El aparato estaba al fondo en un cuarto en el que sólo había unas cuantas sillas y una mesa en la que la abuela de Gracielita planchaba. Cuando en la pantalla del 7 aparecía Félix, el gato, la sensación era que todo se aclaraba, en esos dibujitos casi transparentes. En el mundo suspendían hechos como la conexión del llamado teléfono Rojo, se comunicaban Nikita y JFK, y los soviéticos lanzaban una nave con Valentina a bordo. En Dallas asesinaban a Kennedy y la investigación nunca fue clara. Y aquí, en el gobierno de Guido, se proscribía a todas las listas que llevaran peronistas como candidatos. Unas elecciones poco claras por estos pagos.
Ya en el nuevo barrio, en el fondo parecía todo tan claro y transparente que se podían ver las montañitas de la Vía Honda, y cuando se nos caía algún barrilete remontado con más de 200 metros de piolín, se lo encontraba al toque. Hasta las vacas del tambo parecían volverse transparentes para que podamos ver el barrilete caído en desgracia. Las zanjas con agua de lluvia eran tan transparentes que el cazar ranas se nos hacía fácil. Teníamos 11 años, y en Bolivia asesinaban al Che.
Para el otro lado, el barrio tenía otro fondo. Y, pegadas a las vías de Acindar, las primeras casillas, casi transparentes, aparecían entre las cañas.
Al tiempo, un caminito hecho por el transitar de las bicis se volvió tan transparente que el pasto lo tapó y nadie se dio cuenta. Las bicis habían dejado de pasar.
Qué pena que hoy la tele no esté en un cuarto, separada de nuestros almuerzos y nuestras cenas, de nuestros descansos. Pero, bueno, uno sabe que no está como para que el aparato tenga su propio cuarto. Eso sí, lo que es feito es que en casi todos los canales hay un mensaje poco claro y para nada transparente. Lo que más nos preocupa es que eso también ocurre en las pantallas del Estado. ¿Será que están gestionadas por algunos que se formaron para darnos el mensaje del coloniaje? No sé.
Pedro, con su optimismo, me dice: “Mirá, siempre que llovió, paró. Y aclaró. Ya llegará la hora en que la transparencia se imponga”. Y mientras mira el reloj, casi transparente, que está en la pared, le contesto: “Ojalá que no pase mucho tiempo, porque el futuro del barrio, nuestra pequeña Patria, y la Gran Patria, lo necesitan.
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