María José Borsani

Tenemos que hacer el esfuerzo de que la escuela sea un lugar seguro y si para eso se medicaliza, que no se medicalicen también el aprendizaje, la espontaneidad, la creatividad, la posibilidad de alojar al otro”. En este pedido se para la profesora María José Borsani para quien es clave resguardar el gesto de amorosidad que significa siempre la tarea pedagógica.

María José Borsani es una educadora reconocida por su trabajo a favor de una educación plenamente inclusiva, capaz de alojar a todas y todos a partir del valor de las diferencias. Es terapista ocupacional, maestra especializada en educación diferencial y trabaja en espacios de formación docente. También es autora de una rica producción bibliográfica en estos temas. Su último libro es Aulas inclusivas: teorías en acto.

La educadora será la primera en participar, el próximo 20 de mayo, de las Tertulias educativas de los jueves, organizadas por Homo Sapiens Ediciones, y que se transmitirán los jueves, de 18.30 a 19.30, por el Facebook live de la editorial. La propuesta es libre y gratuita y cada semana contará con diferentes especialistas invitadas e invitados.

Borsani conversará sobre Aulas inclusivas para escenarios complejos. La pandemia deja –dice– la importancia de entender que “los aprendizajes no se guían por tiempos cronológicos”, de ir más allá y superar esa idea de cumplir con programas vacíos de sentidos o de nivelar alumnos, “porque esa es la escuela de la simulación”. 

—¿Qué debate no debiera perderse en esta escuela centrada en los protocolos del cuidado?

—Todo este escenario de pandemia de alguna manera ha medicalizado la escuela. Ha habido una medicalización del escenario cotidiano, donde todos estamos con cuidados muy estrictos y extremos. Eso es también lo que ha permitido abrir las aulas, con barbijos, con alcohol en gel, con distanciamientos. En paralelo a estos cuidados tan médicos que han aparecido dentro del aula, también tenemos que darle una importancia superlativa a la sensibilidad, a la amorosidad, a toda esa solidaridad que tiene el gesto pedagógico. No puede ir una cosa sin la otra, porque eso tiene sus consecuencias. Además, el momento de este 2021 es diferente al de 2020. El 2020 fue el año del impacto.

—Una de las frases más escuchadas de parte de las y los docentes en 2020, que se corresponde con esa idea de impacto, es “estamos haciendo lo que podemos”.

—Exactamente. Y lo fue con muchas preguntas: ¿Cómo hacemos? ¿Qué hacemos? Fue el año que se corrió la cortina, se vio la cocina pedagógica, quedó todo muy a la luz. Hoy, en 2021, sabemos que la pandemia dejó en evidencia todas las desigualdades del sistema y cómo el colectivo escolar se vio resentido. Pero también hay inequidades históricas, innegables y preexistentes que no las podemos soslayar ni minimizar, que quedaron totalmente al descubierto y son la responsabilidad de este año. Esperamos que, con una presencialidad muy cuidada, se puedan paliar esas inequidades, tenerlas en cuenta, compensarlas, garantizando la continuidad de los aprendizajes de todos los alumnos. ¿Voy a seguir reproduciendo esa escuela tradicional, que de alguna manera responde al mandato homogeneizador del hombre racional de la modernidad o me voy a plantear qué ha pasado en la escuela con la pandemia?

aulas clases docentes
Las aulas inclusivastienen como eje el valor de la diversidad. Foto: Educación provincial.

 —¿Cómo se resignifica el concepto de aula inclusiva en la pandemia?

—A mí me ayudó mucho el año pasado guiarme por algunos puntos (elaborados en la prepandemia) para pensar en aulas inclusivas. El aula inclusiva deja de ser una cuestión de principios para pasar a ser una cuestión de derechos. Y de derechos enunciados por las Naciones Unidas, por la Educación para Todos de Unesco, en la ley de educación nacional en 2006. O sea, la educación inclusiva plantea un modelo educativo que va a recibir a todos los niños, niñas y adolescentes, tomando la diversidad de cada uno como un valor y no como una causa de exclusión. Esa es una mirada muy profunda. Aquí se pone el énfasis en la necesidad de actuar para que las escuelas sean para todos, celebren las diferencias, respalden el aprendizaje y respondan a las necesidades de cada uno. Ese es el eje. Es el derecho a la educación, el derecho a la igualdad de oportunidades, que es hablar de equidad. Es el derecho a ser educados sin restricciones, junto a los compañeros de la misma edad. Es el derecho de que los estudiantes de una comunidad aprendan todos juntos, independientemente de sus condiciones personales, sociales, culturales. En vez de hacer acciones individualizadas para alumnos y estudiantes particularmente impactados, tenemos que planificar desde la lógica de la diversidad, de que la propuesta sea lo suficientemente amplia para que todos puedan trabajar. Esto tiene que ver con la idea de justicia curricular, justicia cognitiva y justicia social. No podemos reproducir el formato homogeneizador de una escuela tradicional. Y que, de alguna manera, en la pandemia fue cuestionado cuando aparecieron discursos del orden de “los chicos se atrasan”, “no llegan”, “no alcanzan” o “van a perder el año”.

—¿Son discursos ligados estrictamente a los contenidos?

—Sí, ligados a los contenidos. Además, el año no se gana ni se pierde, se vive. Subjetivamente y pedagógicamente se vive. ¿Y eso pasa por saber una tabla de multiplicar más o por cómo estamos desde las aulas acompañando en tiempos de pandemia los aprendizajes? Es ir un poquito más allá de la idea del año lectivo, de la gradualización, de la idea de la simultaneidad, que son todos los pilares de la escuela tradicional y desde donde surgen todos estos enunciados. Sin embargo, el aula inclusiva sostiene la idea de que no todos los alumnos aprenden lo mismo ni de la misma manera, mucho menos en los mismos tiempos, ni con los mismos métodos. Ahí es cuando prevalece la idea del derecho, la equidad, la oportunidad y de trayectoria pedagógica, que es lógico en un momento de tanta convulsión como estos. ¿Cómo vamos a pensar que todos los chicos han transitado lo mismo en 2020, cuando hubo algunos que no tuvieron conectividad y otros no salieron a la vereda? Cuando hablamos de aulas inclusivas lo que se pone como eje es la diversidad como un valor humano y educativo.

—No es nada fácil atender el doble desafío de proyectarse hacia una escuela inclusiva y a la vez atender la emergencia que provoca la pandemia.

—Hay una gran energía desde las escuelas, que ves cuando las recorrés o hablás con quienes las están gestionando desde adentro. Están con un esfuerzo muy grande para sostener la escuela, que sea segura, y que además el aprendizaje llegue a todos. La pandemia medicaliza lo cotidiano. Hoy todos estamos hablando “si satura o no satura”, sabemos de respiradores, de saturación de oxígeno, de síntomas… Es tremendo lo que nos ha pasado subjetivamente. Por eso tenemos que hacer el esfuerzo de que la escuela sea un lugar seguro y que si para eso se medicaliza, que no se medicalicen también el aprendizaje, la espontaneidad, la creatividad, la posibilidad de alojar al otro.

 —El derecho a la educación de las niñas y niños que marcaste como eje, ¿puede ser una buena brújula para orientarse cuando corre la emergencia de atender cuestiones sanitarias?

—Puede ser una muy buena brújula. También el hecho de pensar el aprendizaje como un acontecimiento inter e intrasubjetivo, que no depende de una edad ni un sujeto ni de una capacidad. También saber que lo inter es algo pendiente que quedó del año pasado. Porque si hubo algo que la pandemia sustrajo fue el par, el otro. A la escuela se va para aprender con otros. Esto es fundamental. Una niña, un niño, un adolescente va a la escuela para compartir un escenario de aprendizaje con el otro. En ese escenario está esa pregunta tan inquietante del otro: ¿Y por qué lo hiciste así? ¿Y si lo hacés diferente? Lo que te provoca la inquietud del otro te interpela continuamente para construir. Ese fue un gran faltante del año pasado. Por eso sería un riesgo querer “nivelar” a los alumnos como si fueran vasos comunicantes. Nunca fue oportuno, menos hoy.

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Hubo docentes que llegaron «hasta donde la accesibilidad la pensábamos como imposible”, dice Borsani. Foto: Educación provincial.

 —A pesar de los esfuerzos, fueron muchas las chicas y chicos que quedaron por fuera de todo.

—Quedaron por fuera de la idea de accesibilidad. Y si el aula inclusiva tiene algo que la caracteriza es la idea de accesibilidad. Es una noción clave sobre la que se construye la inclusión, porque de alguna manera habla del grado en que las personas pueden utilizar un objeto o acceder a un bien cultural como es la educación. Sabemos que por múltiples razones en la pandemia se vulneró la accesibilidad. Pero también que algunas fueron sorteadas con una capacidad de pensar en el otro: hubo docentes que llegaron hasta donde la accesibilidad la pensábamos como imposible. La accesibilidad es el eje donde empezar a pensar: ¿Este alumno accede a este contenido que el docente intenta trabajar? ¿Desde dónde? ¿Cómo? Y si no accede, ¿cuáles son las barreras? Y las barreras están en el contexto.

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