Yo no sé, no. Pedro volvía del almacén una tarde otoñal con temperatura de verano, y a metros de su casa una duda se le presentó: con este calor quizás era flit lo que tenía que comprar y no alcohol, o las dos cosas. Se dijo: «seguro me equivoqué y mi vieja me sacude un tirón de orejas o, lo peor, no me dejará salir ni este viernes ni el sábado». Se la veía venir.

El domingo de esa semana se escuchaba una ovación que llegaba desde la cancha de Ñuls y el lunes leyó en un diario que uno del rojinegro pateó desde lejos y al arquero se le coló junto a un palo; también decía el diario que el arquero de la visita “no la vio venir”. 

Ese fue el último año en la casa de la calle Zeballos. En esa cuadra había aprendido que la pulpo tiene rebotes rebeldes y hay que aprender a verla venir, y también que entre el entusiasmo, porque se iría a vivir a un barrio con espacios enormes, se le colaba la tristeza de dejar esa cuadra de baldosas, paredes y esos enormes árboles de sombras amigables. Se la veía venir .

En el nuevo barrio había dos canchas que corrían de este a oeste y en algún momento el sol no te dejaba verla venir. Y en los partidos que se jugaban desde las cinco en adelante, había que estar atentos, sobre todo él que jugaba ahí en la cueva, a veces de 2 y otras de 6. A pesar de que esto lo tenían en claro, una tarde en la cancha de Cilindro, ni él ni el arquero, en dos pelotas sobre el final, la vieron venir, lo que les costó el partido.

Ese año descubrió a Nicolino en su mejor pelea: se esquivaba todo, las veía venir, mientras que el japonés Fuji se comía todas las manos, no veía venir ninguna. Al año siguiente en Alemania, el Torino quedaba en la historia, el mundo sorprendido por Oreste de Alta Gracia, porque no vieron venir su magia con los fierros.

Ese año 69 Pedro comenzó la secundaria a la mañana y en un cole del centro. Llegando a Córdoba y Laprida, vio a lo lejos unas corridas y humo. No sabía de qué se trataba, pero escucho tiros y sirenas y se tomó el raje para el lado de calle San Luis. Se la veía venir. Cuando llegó a su casa, por la radio se enteró del tole tole que armaron los estudiantes. La verdad es que al Rosariazo, la dictadura de Ongania no lo vió venir.

Al tiempo, algunas noches esperando el 15, me decía: «sabés, no sólo lo presiento sino que veo venir las victorias de muchas batallas». Doce años más tarde, el gobierno de Alfonsín encaraba el hambre con la caja PAN, tanto habíamos retrocedido con la dictadura que la vimos venir. Diez años de Menem, con los 90 a cuestas, no lo vimos venir.

La otra noche, cuando con Pedro veíamos los números de la segunda ola del bicho, él me dice «viste te dije», como diciendo que la había visto venir, como los mejores de los nuestros que están al frente de la batalla. Al otro día por la tarde, escuchando una radio pública con distintas tonadas de nuestro litoral que alguna vez fue Artiguista, me dice Pedro que capaz sea una buena señal, quién te dice una de esas en un tiempo no muy lejano se empiezan a dar vuelta ciertas cosas, mientras escuchábamos la derrota del Pinochetismo. Ahora –me dice entusiasmado–, si estamos atentos y le metemos pila contagiosa –hace un silencio, cierra los ojos– hay que mantenerse vivo, que algo bueno para la Patria veo venir.

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