Organizaciones sociales, instituciones y profesionales de salud se encontraron en una jornada de lucha nacional contra la producción y distribución del trigo transgénico. Los riesgos para la población y el medioambiente.
Un pan hecho con harina agroecológica a cambio de algo de información. Un alimento sano en tu mesa a cambio de saber que puede no seguir pasando, puede no ser sencillo conseguirlo, o en todo caso, que va a ser indispensable tenerlo a mano para cuidar la salud propia y colectiva. Con ese objetivo, distintas organizaciones, instituciones y profesionales de la salud se juntaron el pasado martes en la plaza San Martín de Rosario, y en plazas y parques de todo el país, en lo que se denominó el Panazo, una jornada de lucha contra la producción y distribución de las semillas de trigo HB4, más conocidas como “el trigo transgénico”.
“Estamos compartiendo panes y chapatis hechos con harina agroecológica de trigo de productores locales, pero la idea es generar un espacio de intercambio y hacer visible esta situación, y sobre todo, rechazar la producción y la comercialización de trigo transgénico en la Argentina por todos los problemas para nuestra salud y nuestro ambiente que eso generaría”, explicó Natalia Rematar, nutricionista y miembro de la Sociedad Argentina de Nutrición y Alimentos Reales (Sanar), en diálogo con el programa Seamos Libres (Radio Comunitaria Aire Libre).
La tecnología HB4 se presenta en la página web de la empresa de biotecnología agropecuaria Bioceres como “un nuevo capítulo en la historia de la agricultura”, resaltando sobre todo la posibilidad de que los cultivos continúen desarrollándose aún frente a las condiciones de sequía. A pedido del Instituto de Agrobiotecnología Rosario (Indear S.A), el 7 de octubre de 2020 el gobierno nacional informó a través del Boletín Oficial la autorización de comercializar esta semilla únicamente con el permiso de importación de Brasil, permiso que todavía está a la espera. Mientras tanto, sin embargo, organizaciones medioambientales denunciaron que ya hay cerca de 25 mil hectáreas en el país sembradas con semillas de trigo transgénico. Y el objetivo es frenar el avance de esta tecnología.
“Está claro que esto se puede hacer por los planes de grandes corporaciones y la complicidad de los gobiernos, pero lo cierto es que también falta mucha información. La ciudadanía no sabe que está pasando esto”, explicó Mauricio Cornaglia, integrante de la organización Paren de Fumigarnos. En ese sentido, la actividad del martes sirvió para que, a lo largo de tres horas y pan en mano, distintos activistas y profesionales puedan dialogar con la ciudadanía y abrir el debate sobre qué tipo de alimentos se consumen ahora y se podrían consumir en un futuro no tan lejano. “El balance es positivo porque pudimos acercarnos e informar. Un altísimo porcentaje no tenía idea de lo que sucedía. El desconocimiento es absoluto. Queda claro que hay una intención de que la información no llegue o llegue en partes, porque se presenta a esta semilla como algo positivo y necesario, y nadie puede estar en contra de algo que se anuncia así”, remarcó Cornaglia. Cabe señalar: el trigo transgénico se presenta como la semilla resistente a la sequía obviando destacar su tolerancia al glufosinato de amonio, un herbicida más tóxico que el glifosato.
“El productor va a rociar esa planta de trigo con el veneno y la planta no se va a morir porque va a resistir a ese herbicida, pero sí se van a morir las otras plantas que pueden llegar a crecer en ese lugar. El problema, como ya pasó con la soja, como ya pasó con el maíz, es que esas plantas que al principio se morían con el veneno empiezan a transformar su genética y empiezan a ser resistentes a ese herbicida. Así se tiene que aplicar cada vez más cantidad, más litros del químico para lograr combatir la maleza”, explicó Retamar. “Eso genera grandes daños a quienes están expuestos a la aplicación de ese agroquímico. También sabemos que tiene efectos residuales, genera toxicidad en el ambiente, aparece en el alimento cuando lo comemos o en el agua”.
La nutricionista destacó otras desventajas del uso de este tipo de semillas: generar patentes (que alguien sea el dueño de ese alimento); ampliar las fronteras agropecuarias, es decir, que el cultivo esté en territorios en los que antes había monte, selvas o incluso humedales; se provoca una contaminación genética de otras semillas de trigo nativas y se pierde biodiversidad. “Sabemos que el uso de estas sustancias nocivas genera grandes perjuicios para la salud de los seres humanos y para la flora y fauna de nuestro territorio”, subrayó.
El Panazo no será la única acción en este sentido. Las organizaciones ya lo anunciaron como el puntapié de otras tantas, porque no se trata únicamente del trigo o una acción contra una empresa. Se pone en juego la tan nombrada, anunciada y deseada soberanía alimentaria. “No se está respetando el derecho de nuestro pueblo a decidir la forma de cultivar y consumir el alimento”, consideró Retamar. Y sostuvo: no es un capricho. El trigo es el cereal que más llega a la mesa de los argentinos y argentinas. Se siembra, se cosecha, se muele y se hace pan, empanadas, tortas fritas, fideos. “Su principal uso es de consumo alimenticio. El 90 por ciento del trigo producido en la Argentina es para el autoabastecimiento con fines comestibles, el 70 por ciento de lo producido va directamente a la elaboración de pan tradicional. Imagínense si nosotros empezamos a comer un trigo transgénico e hiperfumigado. El producto químico va a estar presente directamente en nuestros platos”.
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