Una experiencia territorial de trabajo con las infancias y juventudes que demuestra el poder de la organización y la fuerza de una frase: Hay que seguir andando. La potencia del encuentro, la comensalidad y el juego como pilares. Los vasos comunicantes.

Cada movimiento que despliegan jugando con la pelota es seguido atentamente por la mirada de Peclo. Mientras corren, llevan y traen las risas y los gritos, dinámica propia de las infancias. Él se encarga de que todo eso suceda en un marco de cuidado. Por eso observa en silencio, dejando que la niñez transcurra en las veredas de Humberto Primo y Felipe Moré, en el corazón de barrio Ludueña. Son las diez de la mañana de un martes cualquiera de agosto y eso alcanza como indicador para saber que en el frente de La Hormigonera lo que está ocurriendo es el espacio de Infancias ATR.

“Nosotros éramos parte de La Cabida, otra organización de Ludueña. Nos dividimos, vinimos para este lado y armamos esto”. El que habla es Rodrigo Bichito Gauna y cuando dice “armamos esto” se refiere a todo lo que vienen motorizando desde La Hormigonera. En un pizarrón escrito con tiza naranja se puede leer algo de todo eso: un cronograma semanal lleno de actividades y propuestas que protagonizan jóvenes e infantes del barrio. En este espacio de infancias, que arrancó como una idea entre un mate cocido y un almuerzo –muchos proyectos surgen cuando se comparte el alimento–, pasaron de ser tres a ser cuarenta chicos y chicas que vienen los martes y jueves por la mañana a compartir algunas cosas:

—Estar con mis compañeros, jugar a la pelo, comer juntos, dibujar. Tengo once años. Me llamo Miquea. Vivo atrás de la escuela, Camilo Aldao y la vía.

—Gabriel, tengo once. Lo que más me gusta es jugar a la pelota y pintar.

—Me gusta venir a disfrutar con mis compañeros, escuchar música, pintar, jugar a la soga y a la pelota. Los profesores son buena onda. Vivo con mi papá, mi mamá y mis hermanos, acá cerca pasando la vía. A mis papás les gusta que estemos acá, se libran de nosotros. Keyla Loreley, diez años.

—Abraham, ocho años. Me gusta jugar a la pelota, pintar y ver películas.

—Jugar al fútbol. Gabriel, diez años.

—Giovani, siete años. Jugar a la pelota, pintar.

—Me gusta pintar. Me llamo Nerea y tengo diez años.

Foto: Tomás Viú

En el equipo de coordinación de Infancias están a la cabeza Bichito, Ludmila y Peclo. Agustín, Damaris y Esteban también participan dando una mano. “Yo me llamo Peclo Silva y estoy hace cuatro meses con Infancias. Está bueno porque sacás a muchos chicos de la calle”. Peclo es el primero en llegar, abre la puerta entre las siete y media y las ocho de la mañana. Si lo ven llegar, algunos ya se acercan a esa hora. “Se ve que les gusta venir porque llegan muy temprano, desayunan y jugamos”, cuenta. Quien habla ahora es Ludmila Fernández, que tiene veinte años y llegó al espacio en febrero de 2021: “Decimos que la jornada arranca 9.30 pero los pibes caen más temprano. El espacio de niñez está martes y jueves hasta el mediodía, comemos y después los chicos ya se van a la escuela. Los otros días hay otros talleres”.

El trabajo sostenido en un lugar genera puntos de referencia. De esa manera, con la prepotencia de trabajo se habilitan espacios donde encontrarse a compartir. De esto habla Ludmila cuando dice que La Hormigonera es un espacio comunitario. “Estar acá todo el día con los chicos. Estamos bancando a quienes están girando. Juegan a la pelota un rato, otro rato pintan. Y según el círculo de intimidad a veces pintan charlas. Lo que pasa en casa, por lo que está pasando cada uno”. Cuando los espacios se vuelven cotidianos, se multiplican las posibilidades. Además de las decenas que participan del espacio de infancias, entre los otros siete espacios que la organización sostiene suman alrededor de cien pibes y pibas.

Lo pre-existente

Cuando desde La Hormigonera empezaron a dar los primeros pasos, allá por mayo del 2020, la pandemia de Covid-19 no llevaba mucho tiempo en la agenda pública. Bichito Gauna va a explicar que si “nunca se encuarentenaron” no fue por rebeldía sino por la imposibilidad de hacerlo. “Empezamos a cocinar para compartir la comensalidad y darle batalla a todo esto. Lo de la pandemia era nuevo, pero nosotros, a sabiendas de que nos podíamos contagiar, le metimos el cuerpo para sacar esto adelante”. En estos territorios aparecen las complejidades para hacer una cuarentena cuando se trata de barrios privados de necesidades básicas. El hashtag quédate en casa chocó de frente en barriadas populares donde el acceso al agua es escaso o nulo y donde lo mismo ocurre con otros servicios y derechos humanos postergados como una vivienda digna, condiciones de higiene y seguridad y otros elementos de una lista larga. Lo que sí está garantizado en estos territorios, probablemente como respuesta frente a esas cosas que faltan, es la organización popular. En muchos espacios de los tantos barrios rosarinos se trabaja para apuntalar algunos ejes presentes en las campañas electorales: educación, cultura, salud, alimento. “Capaz muchos pibes vinieron porque los otros espacios estaban cerrados. Los protocolos son para los que no tienen necesidades o están asegurados para poder cumplirlos”, argumenta Bichito.

¿Por qué La Hormigonera?

Peclo: —Porque es como un equipo que son laburantes

Ludmila: —Un caminito de hormigas.

Peclo: —Un caminito de hormigas que se ayudan entre todas. Eso es lo que estamos tratando de hacer, llevar esto adelante con los pibes. Después está la mochila que hicieron los Pibes Improvisando Presente.

Foto: Tomás Viú

Pibes Improvisando Presente es el nombre de un grupo de jóvenes que venía trabajando en La Cabida y que continúa en La Hormigonera. La mochila a la que se refiere Peclo está pintada en el frente: desde el fondo de la mochila emerge un árbol con ramas que se bifurcan y flores que brotan de colores. Las ramas más bajas del árbol enmarcan dos ojos que miran fijo, sin pestañear, interpelando. “Es una mochila con una carga disfrutable, una mochila que nos da gusto llevar”, explica Bichito Gauna, mientras agrega que tiene que ver con el trabajo acerca de la identidad que vienen construyendo. “Venimos discutiendo el por qué de la identidad, el para qué. Queremos continuar con el legado de Edgardo (Montaldo) y de Pocho (Lepratti) pero con nuestra impronta”. En la mochila que llevan hoy en La Hormigonera seguramente está la cebolla que llevaba Pocho y la cosecha de aquello que Montaldo fue sembrando, pero también lo que fueron generando con la experiencia de la organización que continuó en Ludueña luego de ellos. 

La importancia de compartir la comida es uno de esos aprendizajes heredados. “Empezamos con la comensalidad porque además de la necesidad queríamos compartir con ellos y charlar”, cuenta Bichito. Al principio cocinaban junto con los y las pibas pero un tiempo después empezaron a sentir que les quitaban tiempo de juego y recreación. “Estaba bueno, muy romántico, pero le robábamos tiempo de la infancia”. Bichito cuenta que la decisión de priorizar el juego por sobre la cocina la tomaron en asamblea con los mismos chicos y chicas. “Es re difícil sostener una asamblea con ellos pero se la bancan, nos discuten, se paran de manos”, describe, mientras Ludmila agrega que en el espacio de niñez a veces hacen asambleas “para saber qué quieren hacer, qué actividades prefieren y quién se va a encargar de cada cosa”. 

Marta es la persona que se sumó a la organización para ayudar con la cocina. Como hoy tenía turno con el médico, es Bichito quien revuelve la olla y condimenta el guiso que en un rato estará servido en los platos que comerán los pequeños al sol que entibia la mesa larga que está desde temprano sobre la vereda, la misma mesa en la que ahora están dibujando y pintando.

Alrededor de veinte pibas se encuentran lunes y miércoles a la tarde para llevar adelante el espacio que desde hace poco tiene nombre: Las pibas de la Hormi. Están empezando a autogestionarse con un taller de tejido mexicano, juntando plata para hacer el tejido cuya técnica ya vienen practicando. Próximamente tienen la meta de abrirse a la venta. Ludmila repasa que inicialmente se juntaron y empezaron a charlar cómo iba a ser el nombre y qué cuestiones abordarían. “Se trabajan cuestiones de género pero de a poco, respetando lo que piensa cada una, la historia que tiene cada una. Algunas están decididas que son feministas, que están a favor del aborto y toda la bola, y otras son pibitas que están recién arrancando”. Dice que la idea es que cada una pueda ver y descubrir qué quiere pensar. “Recién están saliendo de las casas. Si decían acá vamos a hablar de aborto o vamos a ser todas feministas, las familias les cortaban el chorro ahí nomás. Pero las pibas siguen viniendo al espacio y cada día son más”.

El corazón

En el espacio de panificación Hormigonearte, que funciona lunes y miércoles a la tarde, están haciendo bingos para autogestionar la producción de pizza, bizcochuelo y pan casero. Entre otros espacios de La Hormigonera está el de Comunicación (los viernes de 16 a 18) y ADN Caimán, donde lijan vasos y hacen pulseritas de macramé. En ese espacio también participa Peclo junto con Cone. “Son botellas cirujeadas que cortamos con una maquinita, hacemos los vasos y los lijamos”, explica Peclo acerca de este espacio en el que participan quince jóvenes. Los martes a la tarde y miércoles a la mañana tiene lugar el taller Dibujate, que es coordinado por Mauro Gentile. Ludmila, que es acompañante del taller, cuenta que la mayoría arranca sin saber nada y van aprendiendo las distintas técnicas. Dice que antes de ponerse a dibujar, comparten el desayuno o la merienda y charlan un rato para saber en qué andan. “Saber quiénes somos, con quién estamos, no ignorar si alguno está colgado, por qué está así, seguir conociéndonos”. Ese espacio se da en el marco del programa provincial Santa Fe Más. Sin embargo, Bichito aclara que muchos días están más horas que las que estipula el programa. “Estaremos unas horas más capaz pero es lo que nos salva. Los vasos comunicantes que tanto predicó Edgardo”.

Los martes es el día en que también tienen la reunión de equipo entre las catorce personas que llevan adelante la organización que ya consiguió su personería jurídica: Hormigas de Barrio Asociación Civil es el nombre que figura en los papeles. El horizonte hacia el cual caminan es que la organización funcione bien como una institución. “Terminar con el voluntariado eterno y ser laburantes de lo comunitario”, sintetiza Bichito Gauna. Uno de los objetivos trazados es conseguir el financiamiento del recurso humano para que cada quien pueda cobrar por el trabajo realizado. “Estamos tratando de buscarle la vuelta para poder vivir de esto. Las doñas de San Cayetano se están muriendo como mujeres colaboradoras y no como mujeres trabajadoras y eso a nosotros nos rompe la cabeza”, dice. Algunos números de los gastos fijos que tienen actualmente: entre mil doscientos y mil seiscientos pesos por día cada vez que cocinan y un piso de veinte mil pesos de alquiler.

Algo que destacan desde la organización es el hecho de que el noventa por ciento de quienes participan en La Hormigonera son del barrio. “Continuar con el legado de Edgardo y de Pocho es eso, que la gente crea que tiene esa capacidad de organizarse”, explica Bichito, y agrega: “Es estar, es lo humano. Sin querer queriendo estamos disputando el territorio a todo lo que está pasando”. Cuando Bichito dice “todo lo que está pasando” se refiere a la fuerte presencia que tiene Ludueña en los crónicas policiales y a la necesidad de desarmar esa violencia. “Cuando pasa alguna situación violenta los pibes la cuentan como algo natural. Nuestro desafío es desnaturalizar eso”. Ludmila aclara que “los pibes entienden re bien lo que está pasando” y que “desde los cinco años ya saben cómo está armado el problema”. Dice que hay veces en las que pueden estar involucrados los propios parientes de los pibes que relatan esas situaciones. Ahí aparece nuevamente la importancia del cuidado colectivo. “Que entiendan que se tienen que cuidar, que no es un juego”, dice Ludmila. 

Bichito dice que no tienen ni “la espalda ni la fuerza para pelear contra ese monstruo”, pero sin embargo enumera algunas fuerzas poderosas de esas que no hieren sino que regeneran tejidos. “Las balas que tiramos nosotros son éstas: la pintura, el taller, la soga para saltar, la pelota, la palabra”. Peclo suma otro costado del asunto: “Lo que me gusta es que los chicos también nos hacen felices a nosotros. Nos hacen sentir bien con el corazón”.

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