El cantante y ex futbolista Cucuza Castiello, que se dio el gusto de entonar las estrofas de El sueño del pibe frente a Maradona en plena cancha de Argentinos Juniors, rescata la humanidad del 10.

Jueves 5 de julio de 1984, más de 80 mil personas copan las tribunas del Stadio San Paolo de Nápoles, pese a que no se disputa allí partido alguno. Un ejército de fotógrafos apunta con sus cámaras a la escalera del túnel por la que asoma la enrulada cabellera de Diego Armando Maradona. La multitud explota, mientras por los altoparlantes suenan los acordes de El Choclo, y el Diego, remera y jogging celeste, zapatillas desatadas y bufanda al cuello, se pone a bailar un tango con la pelota.

“El fútbol y el tango están totalmente relacionados a la crianza. La que me dieron mis viejos y el barrio, un sector popular, de gente laburante”, dice Hernán Castiello, muchísimo más conocido como Cucuza, quien supo jugar de pibe con el Turquito Maradona –el hermano de D10S–, y agrega: “Mis viejos eran de clase media, más tirando para baja. Me crié cerca del club Argentinos Juniors y al tango lo incorporé estando en casa y escuchando. Y al fútbol con la típica, de jugar en la vereda, y todo eso lo hice con total libertad”.

El barrio al que hace referencia es Villa Ortúzar, uno de los 100 barrios porteños, y al tango, al igual que al fútbol, lo abrazó de purrete. “A los 4 años ya me ofrecía para cantar. Recuerdo una situación en las peñas de tango que se armaban en los clubes de barrio y yo con 6, ya cantaba ahí”, rememora Castiello, y repasa: “Me recuerdo de pibito en un ambiente cerrado, estaba tocando el tío del Gordo Galván y como en esa época se podía fumar adentro, tengo esa imagen de un lugar de luces rojas, con mucho humo, y de escuchar el tango Silbando. Ese tango tiene letra, pero sólo tocaban la versión instrumental. Yo estaba sentadito ahí y recuerdo que se me puso la piel de gallina, se me pararon los pelos del brazo. Yo lo cantaba desde los 4, pero ahí algo me pasó”.

El club me ha mandado la citación

“A los 6 años estábamos jugando y pasó un tipo, de esos que buscan jugadores, buscatalentos que le dicen, que se llamaba Tito Patiño. Me ve jugar con unos pibes más grandes en Las Malvinas, que es la sede de Argentinos Juniors, y me dice «che, por qué no le decis a tu papá que el sábado te lleve a jugar al Club Parque». Y así empezó, todo muy sencillo, mi carrera de jugador que duró hasta los 25 años. Primero en Club Parque y después me pasaron a Argentinos, y a la par siempre canté tango”, resume Cucuza Castiello su breve pero intenso paso por el fútbol, en el que se dio el lujo de jugar con Fernando Redondo, Fernando Cáceres, Hugo Turco Maradona, entre otros, y de ser dirigido por José Néstor Pekerman. “Tuve la suerte de jugar en una división que fue muy buena. No lo digo solamente yo, también lo decían los veteranos del club. Decían que las mejores divisiones eran la 60, que era la de Diego, la de los Cebollitas; la 62, que era la del Checho Batista, y después la 69, que era la mía”, se enorgullece, y agrega: “Hay otros nombres que estaban y no trascendieron tanto, como Gabriel Marino, que era el capitán del juvenil que dirigía Pachamé y salió campeón acá del Sudamericano, y un número 3 que era compañero mío y nunca vi jugar a otro como él”.

Como lateral por derecha llegó al banco de suplentes del Bicho, y luego tuvo fugaces pasos por Tigre y Aldosivi de Mar del Plata, donde le puso fin a su trayectoria con los cortos puestos luego de una dura lesión, cuando apenas tenía un cuarto de siglo.

De los primeros tiempos con la pelota en los pies tiene “imágenes difusas, pero por lo cotidianas”. Y recuerda viejos clásicos con los de la otra cuadra: “Jugábamos en las calles de mi barrio, principalmente un partido desafío contra los que vivían de la calle Tronador para allá. Yo era muy chiquito, y con 5 o 6 años ya jugaba con los pibes de 9 o 10”.

El sueño más lindo que pudo tener

El 29 de junio de 1986, Diego Armando Maradona sentía el peso de la Copa del Mundo por primera vez en su vida. Después de esas gloriosas tardes mexicanas, aterrizó en el país para continuar con los festejos, y luego se refugió en la casa de Devoto, antes de partir nuevamente a Nápoles, donde conseguiría –al año siguiente– el primer scudetto de ese modesto club del sur pobre de Italia.

En esa breve estadía en la Argentina, unas 300 personas lo esperaban en la puerta de su casa para saludarlo y agradecerle por el fútbol, por las lágrimas. Y entre esa muchedumbre estaba Cucusita. “Fui con un compañero de la secundaria, y tengo la suerte que justo me ve Lalo, el otro hermano de Diego. Todos se morían por entrar a la casa, y Lalo me invita a pasar”.

Lo que pasó puertas adentro se parece más al más bello cuento jamás escrito que a un hecho real. “Ahí lo veo a Diego en el jardín de la casa, fue la primera vez en mi vida que vi un césped sintético, no sabía lo que era eso (risas). Es una imagen imborrable para mí, Diego estaba colgando, boca abajo, con una especie de arnés, y yo lo veía ahí desde el comedor de la casa. Pasó un rato, ya no sé si una hora o un año, porque uno pierde noción del tiempo en esos casos. Después me enteré que había venido bastante resentido de la cintura. Yo no le podía ni hablar, porque además hacía rato que no lo veía, y el chabón se me acerca y me dice «qué hacés Cucu, cómo anda el tango». Era Diego Maradona, que venía de ser campeón del mundo, del gol a los ingleses, y tenía el registro mío”, cuenta emocionado la voz de Ya no me muero, dedicado al ídolo de Fiorito. “Siempre tuvo esa humanidad, te hacía sentir cómodo. Siempre que nos cruzamos me hizo sentir que me tenía en cuenta, como cierto cariño. Eran para mí situaciones irreales”, agrega quien le bajó el telón, a puro tango, al evento Diego nos une, que se realizó el pasado sábado 6, en la ex Esma.

Otro episodio maradoniano de Cucuza ocurrió cuando aún era Cucusita y tenía sólo 11 abriles: “Cuando el Diego ya estaba jugando en Barcelona, se ve que habían hecho un impasse en el campeonato de allá, así que nos viene a ver a un partido que nosotros jugamos contra Independiente en cancha de Argentinos Juniors. Lo ganamos, salimos campeones, él baja a la cancha a dar la vuelta olímpica con nosotros y al día siguiente nos invita a la famosa Quinta de Moreno, donde nos preparó un asado, jugamos un picadito y nos metimos a la pileta. Jugué un partidito de tenis con Diego, que no le gustaba perder ni a la bolita”, se ríe este amante del 2×4, y sentencia: “A Diego siempre lo admiré, y tuve la suerte de conocerlo por mi cercanía con el Turco desde chiquito, de tener cierta relación con doña Tota y don Diego, y tuve la suerte de cruzármelo en algunas situaciones”. 

Usted me conoce, me llamo Cucusita

“Hola Cucuza. Cucusita, porque de tanto tiempo que te conozco me cuesta decirte Cucuza”, arranca el genio del fútbol mundial en un sentido mensaje grabado desde Culiacán, México, al tanguero que cumplía 50 años. Y el por entonces entrenador de Dorados de Sinaloa, cierra el saludo con un “quiero mandarte un abrazo de amigo, de fiel maradoniano”, y lo remata: “Los tiempos no nos dan para encontrarnos, pero cuando nos encontremos, el quilombo que se va a armar para separarnos”, y la risa cómplice al final.

El reencuentro tuvo lugar, nada menos, que en cancha de Argentinos Juniors, en el estadio que lleva el nombre de quien esa tarde fue protagonista en el partido homenaje y benéfico al periodista fallecido Sergio Gendler. “Sin saberlo, esa fue la última vez que lo tuve cara a cara”, dice Cucuza sobre aquel diciembre de 2019. “Después hablé por teléfono con él un par de veces, pero ahí fue la última vez que lo vi”, aclara con nostalgia. Y tras un lindo momento en el vestuario, en el verde césped logró el sueño del pibe: “Ahí pude cantar con él, que era algo que tenía en mi cabeza, y además fue en la cancha de Argentinos, todo muy emocionante”.

Este hombre que le debe su apodo al tango escrito por Carlos Lucero y cantado por Miguel Montero, entre otros –como el propio Maradona en un evento solidario en 1992 en Tres Arroyos, y también en un disco grabado en 2002 para el Hospital de Niños–, apunta que la cosa no se agotó en la cancha. “Todas las veces que lo vi al Diego, que no fueron tantas, fueron muy separadas una de otra en el tiempo. Y en la anterior yo era bastante más joven, tuve un cambio porque me pelé todo y engordé y toda esa historia. Y entonces lo vuelvo a ver en ese vestuario. Ahí estaban el Checho Batista, Juan Pablo Sorín, Placente. Yo estaba en el medio de ellos, y cae Diego”. Advirtió su arribo al “sentir ese ruido a Diego, el murmullo que va creciendo y se hace una especie de ovación, que es cuando el Diego se va acercando”. Y sigue: “Yo estaba sentado adelante, así que medio como que lo recibo yo. Y como hacía mucho tiempo que no lo veía, le abro los brazos y me presento como Cucusita. Y se me ríe el hijo de puta, como haciéndome saber que me conocía. Y me dice: «Cucuza, la concha de tu hermana, te pasó un tren por encima»”. Tras un largo rato de risas, cierra la anécdota: “Fijate el fanatismo de uno, que lo único que me importó en ese momento era que el chabón se acordó de mí, que el más grande del mundo me tenía siempre presente. Yo le acariciaba la cara, como se hace con una mina de la que estás enamorado. Lo vi muy feliz de estar ahí”.

A la memoria del Diego

El sábado 6 de noviembre, Maradona y los derechos humanos volvieron a tirar paredes, como en tiempos épicos en los que el Pelusa despotricaba contra Videla y todos los genocidas, o como cuando apoyaba fervientemente las distintas campañas de Abuelas de Plaza de Mayo para recuperar a sus nietos y nietas. O como en esos fundidos abrazos con Estela de Carlotto o Hebe de Bonafini, y tantas otras referentes.

El escenario fue la ex Esma, y los organizadores la escuela de periodismo Tea&Deportea, junto a Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas. Ex jugadores, periodistas, escritores y artistas que de alguna manera u otra sintieron el flechazo maradoniano en sus corazones, se congregaron en aquel lugar emblemático del horror transformado en espacio de memoria. La jornada estaba saliendo redonda, hasta que apareció Dalma Maradona y le puso el broche de oro. El cierre estuvo a cargo de Cucuza Castiello y su voz.

“En la ex Esma –donde canté ya varias veces– justamente le comentaba a Patota Cardozo, otro amigo y compañero de Argentinos, que en mi familia eran claramente peronistas, sobre todo mi viejo, y yo me crié en un ambiente peronista. Pero a pesar de esa cuestión social y popular, no éramos del todo conscientes de lo que se estaba viviendo en la época de los milicos”, admite el cantante y compositor, y concluye: “Después, con los años y antes de la llegada de la democracia, que se empezaron a conocer algunas cosas, ahí sí tuve más conciencia y ya el tema se tocaba en casa. Yo era adolescente en ese momento. Creo que hay también un mérito de los milicos que lo escondían bastante bien”.

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