CyR Ediciones acaba de publicar un nuevo libro de Jorge Isaías, La Camiseta Celeste. Se trata de un título que se viene a sumar a una serie integrada por decenas de títulos, entre los que descuella, como verdadera opus magna, la Crónica Gringa, esa verdadera recherche donde el Poeta de los Quirquinchos se sumerge en sus recuerdos para recrear, de forma bucólica y nostálgica, un paraíso perdido.
La Camiseta Celeste no se separa de esa línea poética; por el contrario, la continúa. Pero ahora bajo otros caracteres o rasgos escriturarios, porque lo que el libro contiene es una serie de prosas publicadas en la contratapa de un medio local.
Aunque en el caso de Isaías, las fronteras entre los géneros literarios son permeables cuando no difusas. Sus poemas muchas veces suelen ser narrativos –como lo prueba la misma Crónica Gringa–, del mismo modo que sus prosas pueden ser poéticas. Los géneros parecen ser, en su caso, vertientes que se recorren indistintamente, sin que ello suponga sujetarse a rígidas convenciones formales.
Por ello, estas prosas exhiben las mismas cuestiones, los mismos intereses y las mismas búsquedas que caracterizan a sus textos poéticos. En ellas, como en aquellos, de lo que se trata es de activar la memoria como si fuese un motor, o una potencia, que permite adentrarse en el mundo de los recuerdos, siempre situado en un tiempo ya ido, que fue pero que ahora no es: un tiempo literalmente inexistente.
O que existe tan sólo como reminiscencia o anamnesis. En ese lugar irreal, fantasmagórico, hecho de seres y cosas que tan solo son en ese mundo evocado, la prosa de Isaías recrea escenarios, figuras, y por sobre todo representaciones de la naturaleza, que parecen compuestas por la paleta brillante de un pintor detallista.
Las prosas de Isaías hablan, o mejor, muestran, texturas, olores, sabores, como si estuviéramos en presencia de ellos. Hay un verdadero placer en el recrear esas sensaciones que conformaron, muchos años atrás, las primeras experiencias de vida de alguien que, con el tiempo, devendría en poeta.
Porque el mundo evocado es, esencialmente, un mundo rural. Un mundo donde la relación con las cosas se sitúa en un marco despojado y abierto, un marco donde no sólo el horizonte parece infinito sino también la libertad y la vida.
En él transcurre la niñez del poeta. Una niñez hecha de carencias materiales, tanto como de goces emocionales y de felicidades diversas. Recorrer los campos en sulky una gélida noche de invierno, apreciar los frutos cultivados o silvestres que embellecen al pueblo, y por sobre todo jugar a la pelota, hasta convertirse en jugador de uno de los equipos locales, son los modos que cobra una existencia agraciada.
De ese mundo rural habría de partir el poeta en sus años mozos, para convertirse en un personaje urbano. Tan urbano que se entregaría a las letras, esa práctica social tan propia de las ciudades, donde la escritura parece suplantar la experiencia directa de la vida y del mundo.
Aunque no es aquí ese el caso. Ya en la ciudad, donde habrá de transcurrir ininterrumpidamente su vida adulta, el poeta no deja de volver a través del recuerdo a ese mundo perdido. Como una obsesión, podría decirse, pero también como una misión que le da sentido a su vida.
Porque escribir, para Isaías, no es otra cosa que recuperar raíces. Todo lo que es, todo lo que su presente amerita, no tiene otro sentido que el de reponer aquello que fue su paraíso: el lugar prístino de la inocencia y la libertad absolutas.
Las prosas de Isaías, como sus poemas, nos proponen el interrogante de su estatuto ontológico: ¿qué son esos recuerdos?, ¿de qué materialidad, si es que la tiene, está hecha su memoria? Porque se trata de entes ciertamente inasibles, evanescentes, y sobre todo fugaces. Los recuerdos van y vienen, o aparecen y desaparecen, sin que sea necesario beber una infusión introduciendo una masa en su líquido para que irrumpan.
Son, de tal modo, cosas que existen tan sólo en su memoria. Pero no se reducen al plano de lo meramente subjetivo, ya que provienen de un exterior, de una mundanidad que trasciende las acotadas fronteras de su palabra y de su conciencia.
Un célebre investigador del psiquismo humano acuñó alguna vez el término extimidad, para significar con él aquello que es próximo e interior, sin dejar de ser, a la vez, exterior.
Parafraseándolo, podríamos decir que los textos de La Camiseta Celeste, como todos los textos isaianos, se tejen en ese lugar paradójico, donde lo externo al hablante se ubica en lo más íntimo de su ser: y de eso será, justamente, de lo que siempre hable su persistente discurso.
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carlos piccioni
09/12/2021 en 19:05
Muy buen comentario critico, literario, con el vuelo que siempre tienen las Notas, por asi llamarlas, de Roberto, sobre la PROFUNDIDAD PERSISTENTE del Universo que se describe , en los textos de nuestro amigo Jorge Isaias..