Yo no sé no. Ese diciembre que se iba como el año, con días largos, largos porque aclaraba temprano y a las 20, con cierta claridad, la pelota todavía se veía. Pedro, para aprovechar al máximo el tiempo, se había aprendido el horario de casi todos los negocios del barrio, y sobre todo aquellos que los últimos días del año tenían ese cartelito que decía “hasta el 31 inclusive horario corrido”. Si a las 5 de la tarde ya estaban todos los mandados hechos, tenía tres horas de veredas para disfrutar y sólo podía interrumpir el último juego algún mandado de urgencia. Entonces, para la última Pica se cantaba “el último salva a todos”, o para el último partido con luz natural se cantaba “el gol gana”. Siempre era mejor terminar los juegos así, y no por imposición de los padres. Además, para el último mandado, aunque sea una cajita de fósforos, Pedro se mandaba una disparada para el lado de Ovidio Lagos, donde había una heladería que siempre tenía un helado como para su presupuesto: unas cuantas monedas producto de las propinas del día. Para cuando se fue a vivir a otro barrio, el último mandado en esos diciembres en que los días eran más largos, si nos mandaban para lo de don Mauricio (uno de los últimos grandes almacenes que vendían de todo y que estaba en la esquina de Quintana y Vera Mujica, el problema era no tentarse y quedarse en alguna de las dos canchitas que uno se cruzaba en el camino o jugarse una arrimadita con las figus.
Para cuando habíamos terminado séptimo, ante la angustia que a uno le agarraba por dejar ese barrio Acindar, el de la escuela, el del metegol, el de aquella piba, lo bueno era que con Pedro habíamos descubierto un kiosco al lado del tanque que atendía todo el verano con horario corrido y cualquier mandado nos pegábamos una disparada a ese barrio.
Cuando íbamos al Superior, el horario de todo y para todo era un corrido de 5 de la tarde a 1 de la mañana, y en diciembre las dos primeras semanas de ese mes.
El otro día, cuando escuchábamos a una señora preguntarle a la piba de la granja si el 31 atendía con horario corrido, Pedro me dice: “Eso de Navidad y Año Nuevo tendría que durar un mes, es tan bueno tener todos o casi todos los negocios con horario corrido”. Y antes de que le pregunte, me dice: “Es que uno corre menos y hay menos estrés. Los días, por más que sean calurosos son lo suficientemente largos como para que te alcance para todo. Eso sí, tiene que aparecer el poder adquisitivo en los bolsillos de todos”. Y mirando unas chiquillas que recogen unas monedas que se les habían caído y rumbeaban hacia la heladería con una sonrisa de oreja a oreja, Pedro me dice: “Se hace lo que se tiene que hacer en materia económica, que garantice, entre otras cosas, para que en el último mandado, las y los pibitos, con sus monedas, encaren para el lado de los helados. Y yo creo que así estaremos rumbeando bien para que arranque un buen año para la Patria”.
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