Hace pocos días se publicó una entrevista (**) a Ana María Borzone -presentada a título genérico como investigadora del Conicet- sobre la escritura y la lectura en las infancias, concretamente cómo éstas aprenden a escribir y a leer.
En dicha conversación, Borzone habla de “una tragedia educativa y fracaso escolar” atribuible a la “psicogénesis de la escritura”. A la cual describe como una “propuesta de enseñanza de la lectura y de la escritura que se instala a través de un discurso ideológico en el sistema educativo”. Y que básicamente sostiene que así como las niñas y los niños “aprenden por inmersión a hablar, por contacto con otros que hablan, van a aprender a leer y a escribir por inmersión en un medio escrito”.
Por el contrario, Borzone afirma que “el sistema de escritura es dominar las correspondencias sonido-letra y poder leer y escribir palabras”. Y en esa idea se instala para explicar cómo entiende que debería enseñarse a leer y a escribir en las escuelas.
El enfoque por destreza propuesto por Ana María Borzone considera que el sistema de escritura es un código constituido por grafemas, que se corresponden término a término con los fonemas que acontecen en la oralidad. Por esta razón, se estima que la conciencia fonológica –que implica la asociación entre sonidos y letras– es la estrategia que les permitirá a las niñas y a los niños comprender la naturaleza alfabética del sistema, reduciendo así la complejidad inherente a la lengua escrita, su funcionamiento interno y sus propias normativas, entre ellas la ortografía, el uso de las marcas gráficas que acompañan a las letras (los signos de puntuación), la utilización de mayúsculas y minúsculas, las particularidades de cada género discursivo. Reglas que permiten construir e interpretar sentidos en aquello que se lee y escribe.
Se propone la ejercitación sistemática de habilidades perceptivo-motoras y destrezas correspondientes a diferentes áreas del desarrollo. En efecto, la lectura se reduce al descifrado de marcas gráficas y la escritura se limita a la copia de grafías. La lengua escrita es concebida como transcripción de la oralidad, limitándola a un código y reduciendo el proceso de aprendizaje a un adiestramiento mecanizado. De este modo, se vacía de significación a la lectura y la escritura.
Desde esta perspectiva, no existe una concepción de sujeto. Las niñas y los niños son una “tábula rasa”. Cumplen un papel pasivo en el aprendizaje, son meros receptores de los estímulos que se les ofrecen. No se valoran sus saberes previos ni las conceptualizaciones que desarrollan en torno a las marcas gráficas de la escritura. Se desestiman sus capacidades lingüísticas y cognitivas. Porque lo que prima es el estímulo que se brinda para el aprendizaje del objeto que, en este caso, es la lengua escrita. No interesa el proceso que subyace a las respuestas brindadas por los/as estudiantes ni los tiempos de aprendizaje, que son lógicos y no cronológicos, que son siempre singulares. Tampoco importan los saberes de los/as docentes, quienes se convierten en “técnicos” o aplicadores de un método. Por estas razones, se trata de un enfoque asociacionista, que se sustenta en las premisas del conductismo.
Sin embargo, las niñas y los niños son sujetos que construyen los saberes en el encuentro con la cultura, la comunidad y los objetos de conocimiento. Las y los docentes son profesionales que cuentan con saberes y experiencias para desarrollar prácticas educativas que promuevan la alfabetización. Y la lengua escrita es un sistema de representación lingüística, que no puede ser reducido a un código. Porque la lectura y la escritura son actividades complejas y reflexivas, son prácticas sociales y comunicativas.
En este sentido, Vigotsky afirma que la escritura no es una habilidad de transcripción. Por el contrario, se presenta como un lenguaje abstracto, una compleja operación intelectual, una práctica cultural. Paulo Freire sostiene que “la alfabetización es más que el simple dominio psicológico y mecánico de las técnicas de escribir y de leer (…) Es entender lo que se lee y escribir lo que se entiende. Es comunicarse gráficamente”. Mientras que Emilia Ferreiro explica que “es la falla de la visión mecanicista de la alfabetización la que se cuestiona, porque ella, que se encuentra desprovista de todo contenido lingüístico efectivo respecto de la palabra escrita, hace una confusión sistemática entre la escritura y la reproducción de formas gráficas, confundiendo además el verdadero acto de leer (que implica interpretar realmente) con la reproducción en voz alta de una serie de letras. Y, lo que es peor aún, esta visión tradicional deja totalmente de lado las capacidades cognitivas de los niños, ya que prohíbe toda reflexión antes de haber establecido las asociaciones «correctas»”.
Desde luego, existen diferentes enfoques acerca del aprendizaje de la lengua escrita y cada uno de ellos expone sus concepciones acerca del mundo, de la educación y del conocimiento. Por eso destaco los aportes de quienes han indagado acerca del desarrollo infantil y los aprendizajes de manera respetuosa, entendiendo la complejidad de estos procesos y procurando explicar el modo en que las niñas y los niños construyen nuevos saberes. Referentes como Ferreiro, Freire y Vigotsky, entre otros/as valiosos/as pensadores, nos aseguran que debemos trabajar para que la escuela garantice el derecho a la alfabetización, promoviendo el acceso a los bienes culturales a través de la reflexión y la construcción.
Para finalizar, tomo prestadas las palabras de la maravillosa escritora Liliana Bodoc: las y los docentes “debemos preparar a nuestros niños para la pelea del pensamiento, porque la opción es la pelea o la esclavitud”. Para lograrlo, debemos contribuir a la formación de lectores y escritores que puedan pensar de manera crítica y que no se conviertan en simples copistas.
*Licenciada en Fonoaudiología y docente de la UNR. Especialista en Alfabetización e Inclusión (CEI, UNR).
** Entrevista a Ana Borzone: “La escuela está generando niños prescindibles y la causa tiene nombre y apellido”, Infobae, 30 de enero 2022.
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