En noviembre del año pasado la Editorial Brumana publicó y presentó Línea Materna, el primer libro de Lila Paolucci (Rosario, 1980) y se inauguró, con este título, la colección Cyborg, dedicada “a los géneros inclasificables”. En esa profusión de registros están los 27 relatos que componen Línea materna, enlazados unos a otros desdibujando los límites entre la narrativa, la prosa poética, el diario de escritor/a y el ensayo. La infancia, la mitología familiar, la pérdida, la escritura y la maternidad se mezclan y se superponen en lo sucesivo de todos los días. La escritora Mariana Travacio refrendó en la contratapa: “El texto avanza a fragmentos, con la persistencia de lo indomable (…) a puro empeño de estabilizar un relato posible. Nada entero sobrevive, decía Paul Valéry. Así funciona la construcción de Línea materna: nos quedan las ruinas, los fragmentos, las palabras: esas esquirlas”.

En Línea materna, Paolucci narra las pequeñas obsesiones, las anticipaciones y los rituales que ordenan el (su) mundo a cada paso: los recorridos de los colectivos, las tareas de limpieza de la casa, la planificación de una mañana de trabajo, y recién después atesora, y transforma en una historia todo lo que ocurre fuera del cálculo, la sorpresa. Como narración autobiográfica, o autorreferencial de la experiencia cotidiana, Linea Materna pone en juego una prosa intimista que queda siempre más acá de lo poético que de lo testimonial. Todos los acontecimientos, desde los más pedestres a los más trascendentales, son transfigurados en los afectos que transmiten. Como si describiera su propio procedimiento poético, Lila escribe: “Mi pensamiento es como un camalote que deriva y en el camino se engancha y pierde gajos, y también enreda yuyos y alimañas y, arrastrado por la corriente, llega un punto en que no es un camalote, sino un animal”. 

Si se pudiera dibujar un mapa de lectura del libro, el diario del duelo sería una ruta que lo atraviesa de principio a fin: está dedicado a Silvia Saborido, su madre fallecida, y concluye con un agradecimiento a Rita, su pequeña hija. En el medio reconstruye el delicado y fatigoso vínculo que se anuda entre madres e hijas. La pérdida de su mamá dará lugar a severos autoreproches, la aparición de la culpa, pero también al recuerdo vivo de la mujer que fue. La voz narrativa es la de una hija, pero también la de una escritora que reelabora un lazo primordial a través de algunos signos poderosos: “Mi mamá cocinaba perfecto, y leía a Stendhal y a Agatha Christie y a Miguel Hernández. Sus gustos moldearon mi paladar”, y así decretará que la comida y su mamá son “entidades indisociables”. Helen Cixous llama a la leche (como al amor) “el don sin retorno”. Algo así como una deuda fabricada que no solamente no se puede pagar sino que no se debe. ¿Cómo se devuelve y se retribuye el alimento de ese amor, violento, desorganizado? El don sin retorno, pensémoslo así (porque no vuelve, sino que va hacia adelante, cargado de futuro) es la deuda-semilla que se hereda entre abuelas, madres, hijas y nietas; que rubrica ese linaje y a la historia de amor que se escribe. 

Lila Paolucci nació en Rosario en 1980. Es Profesora en Letras por la UNR. Da clases de Literatura en nivel medio, coordina los talleres de lectura y conversación literaria de El club de lectura de la señora Hawkins, lee y escribe. Ha publicado textos en revistas literarias, en Femiñetas (periódico feminista ilustrado) y lleva adelante el blog Meresunda. En 2020, participó del libro colectivo Bitácora del virus: palabras del reposo. Línea materna es su primer libro.

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