Los números en todo el mundo mostraron una enorme desigualdad en el acceso al agua: una mirada con perspectiva de género y en clave de justicia social, porque quienes más padecen son mujeres y las familias más pobres del mundo.

Ni mercancía, ni alimento: derecho humano. Desde ese postulado, la Cátedra del Agua de la Universidad Nacional de Rosario y sus escuelas itinerantes conmemoraron el pasado martes el Día Mundial del Agua, que, como toda efeméride, sirvió para visibilizar, concientizar y poner en relieve las profundas desigualdades en el acceso a este bien social. Aníbal Faccendini, director de la Cátedra, estimó que 2.200 millones de personas no acceden al agua potable en todo el mundo. 

Faccendini es un estudioso del agua y el medio ambiente. Habla desde una vereda, la del ambientalismo inclusivo, y desde ahí explica. “El agua es un derecho humano, no una mercancía ni un alimento. Es un bien común público por fuera del mercado, porque sin ella no se puede vivir”, remarca. Desde esa mirada, su denuncia toma una gravedad insoslayable: asegura que 2.200 millones de personas no acceden al agua potable en el mundo, cuatro mil millones de personas pasan al menos un mes sin acceso al agua, cuatro mil niños y niñas mueren por día por no acceder al agua segura. 

Desde la Cátedra del Agua también se habla de una categoría trascendente: la de “mujeres del agua”. Y es que, sostienen, el 80 por ciento de las personas que recolectan agua en el mundo son mujeres, niñas y adolescentes. Se estima que son entre tres y cuatro horas diarias las que dedican sólo a eso: buscar agua para tomar o higienizarse, es decir, para vivir. La recolección de agua es, para estas mujeres y niñas, una más de esas tareas de cuidado que generan profunda desigualdad con los varones y que se traduce en ausentismo en la vida social, en la escuela, en el trabajo, en los deseos y proyectos de vida. Pero además se trata de un escenario de injusticia social, porque la falta de agua es una cuestión de clase. Esto le pasa a las familias más pobres del mundo. 

Las imágenes de recolección de agua, de falta de agua, suelen remitir a países lejanos, a un desierto, a una extrema pobreza que no es la de al lado del río Paraná. Sin embargo, esta problemática es también de nuestro país. El Registro Nacional de Barrios Populares que se llevó adelante en 2017 arrojó que en el 98,21 por ciento de estos barrios no hay acceso formal a la red de agua corriente. Esto es: puede haber alguna conexión informal, alguna canilla, un tanque, un vecino, pero no hay Estado presente en ninguna de esas casas. 

A su vez, la Encuesta Permanente de Hogares, que realiza el Indec y caracteriza a la población según la inserción socioeconómica en 31 aglomerados urbanos del país, indica en su última actualización que el 12,3 por ciento de los hogares de esos aglomerados –unos 9 millones, aproximadamente– no tiene acceso al agua corriente. 

Frente a estos números, Faccendini habla de dos categorías: la escasez física y la escasez social del agua. La física es producto de climas profundamente áridos, con una obstaculización enorme para el acceso pero, al fin y al cabo, producto de la naturaleza. La escasez social, en cambio, es producto de la decisión política, es esa que aparece pese a estar la fuente de agua cerca, cuando el Estado no dedica recursos económicos para garantizar el acceso al agua potable.

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