
Yo no sé, no. Pedro a la hora de los primeros mandados, después de la siesta, sabía que le habilitarían la gran llave de adelante, la del portón, tan grande que no cabía en ningún bolsillo y que además tenía una soga que terminaba rodeando su cintura. Ahí, a la altura de su diestra, la gran llave era imaginada por Pedro como un arma lista para desenfundar. A la vuelta de la granja, ya con la llave colgando del cuello, cuando se acercaba para saludar a la verdulera pensaba que ésta le comentaría a su hija Gracielita que él ya era tan responsable como para llevar la llave de su casa. A veces, cuando pasaba por el café donde siempre iba su padrino, se tentaba de preguntarle a los mozos cuál elegían más los muchachos, si la Bols o la Llave, a la hora de brindar o compartir la reunión, aunque a él se le había pegado el cantito de las ardillitas: “Y dale, dale, dale ginebra Llave”.
Mientras tanto, la solución –o por lo menos una de ellas– del país era terminar con la proscripción política, permitir que el peronismo participara en las elecciones y que el general pudiera volver a la Patria. Esa sería la gran llave para empezar a liberarnos de ese coloniaje que desde el 55 se había vuelto a instalar. Al otro año, ya en otro barrio y aunque era más grande, las llaves iban menos con él y se quedaban debajo de alguna maceta o algo parecido. Y así en la mayoría de las viviendas. La primera vez que vió una tranquera, Pedro pensó: qué pedazo de llave debe tener ese candado, pero la tranquera de Tito, el del tambo, siempre estaba abierta y la presencia del candado era casi simbólica. Y para los vecinos que iban a comprar leche suelta, el sólo decir bien fuerte “Tito, venimos por un par de litros” ya servía como llave de entrada. Pegadito al tambo, en una pequeña canchita a la hora de los partidos picantes, Pedro sabía que en el equipo tenía que estar uno que vivía cerca del primer puente de la Vía Honda, que aparte de habilidoso y jugar siempre para el equipo, se conocía todos los pozos del terreno. Tanto que a veces, hasta en patas, parecía que jugaba en una mesa de billar y era la llave que te abría el partido haciendo fácil lo que parecía muy difícil.
Una noche en un bar cerca del Supe, una compañera, en vísperas de una elección que venía picante, le dijo a Pedro: “Cada voto vale, pero si convencemos a los de segundo y a los de tercero, tendremos un par de años con un piberío con muchas ganas de hacer un cambio más a largo plazo, nacional, popular y revolucionario, para que haya una educación para todos. Eso sí, hay que empezar ya”.
El otro día, mirando un cartel de un negocio que está cerca de donde estaba aquella primera tranquera del tambo, Pedro me dice: “Lo de la carne y la leche son precios que duelen”. Y agrega: “Pensar que parecía que con los primeros arreglos con la deuda iba a aparecer la llave que destrabara el crecimiento y el desarrollo de nuestra economía. Tenemos que lograr que cada lapicera que tengan nuestros dirigentes se transforme en la llave que nos permita acceder a la comida, a la vestimenta, a la educación, al esparcimiento. La llave para tener Patria es una decisión política y está en nosotros si nos animamos a usarla como algunas vez lo hicimos.
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