Hugo Soriani, uno de los fundadores y actual editor general de Página 12, nació en un hospital militar, es hijo de un oficial de infantería y en los 70 estuvo casi diez años preso por su militancia política. Una vida signada por el fútbol, el periodismo y los derechos humanos.
Hugo Soriani nació el 18 de agosto de 1953 en un hospital militar, su padre era militar y, capricho o paradoja del destino, pasó casi diez años de su vida preso por militar. Criado en el barrio porteño de Almagro, sus inquietudes lo llevaron a integrar las filas del Frente de Lucha de Secundarios (FLS) y a participar de las revueltas contra la dictadura del general Lanusse. En 1972, ya como estudiante en la facultad de Derecho, se vincula al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). En diciembre de 1974, mientras cumplía el servicio militar obligatorio, es detenido. Serán más de diez años entre las cárceles de Magdalena, Caseros, Rawson y Devoto, hasta que en 1983 (otra vez un diciembre) recupera la tan ansiada libertad. En 1987, este apasionado por el fútbol, el rock y la comunicación, será protagonista de la fundación de Página 12, diario que acaba de cumplir 35 años y en el que actualmente se desempeña como editor general.
Los días eran así
“Como la mayoría de los pibes, yo crecí en una ciudad que no es la de hoy. Era un Buenos Aires de los 60. Familia de clase media en un barrio clase media como Almagro”, rememora Hugo en diálogo con este semanario, y detalla: “En esa época, la pelota era parte de uno mismo, era como la extensión de los pies. Ya de chiquitos sabíamos que no se podía agarrar con la mano. Del básquet no teníamos ni idea, porque para nosotros la pelota era con los pies. Había muchos partidos callejeros, ahí en Yatay entre Potosí y Cangallo. Era una vida de barrio espectacular, vivía en una calle de empedrado por la que pasaban el lechero y el verdulero con carros”, recuerda deslizando entre risas que se siente “viejísimo”, y agrega: “Después vino el pavimento, que nos obligó a tener que esperar a que se terminara, y más adelante nos íbamos al Parque Centenario. Jugábamos en plazoletas rodeadas de calles donde pasaban autos, así que cuando pasaba uno, alguien gritaba «auto» y todos paraban. Era como el juego de las estatuas, muy cómico. Y cuando pasaba el auto, todo continuaba, era como poner pausa, stop y después play”.
Hugo confiesa que la tradición futbolera viene de su padre (“un 5 de categoría que hacía todo lo posible para que yo jugara de 5, pero no había caso: yo jugaba de 7, y así lo hice toda la vida”), y que de ese oficial de infantería también heredó el amor por la camiseta blanca con la banda roja. “Soy hincha de River de toda la vida, íbamos a la cancha desde chiquito, a la San Martín Alta, donde no había Borrachos del Tablón ni barrabravas, al contrario. A mí me alzaban cuando no podía ver y me dejaban prenderme de la punta de la bandera, lo cual era una emoción muy grande”, repasa con un dejo de nostalgia, y saca a lucir la memoria: “Era una época en la que River formaba con: Carrizo; Ramos Delgado, Etchegaray; Sainz, Cap y Varacka, Onega, Pando, Artime, Delém y Roberto”.
Entusiasmado por las gambetas tiradas en el empedrado, Hugo metió sus sueños en el bolsito y se fue a probar suerte en un par de clubes. “Me fui a probar a Chacarita y me echaron. Tenía 12 años y la verdad es que jugué horrible”, admite el autor del libro Los días eran así. La cárcel, la política, el periodismo, el fútbol y el rock contados desde la última página, y argumenta: “Era muy flaquito, muy débil en aquel momento, y me apretaron de una manera a la que yo no estaba acostumbrado en el barrio. Después fui a Ferro y quedé, pero creo que fue más por la palanca del padre de un amigo que por mis habilidades. No jugaba mal, pero mi nivel no daba para competir. En un momento el técnico me dio un régimen de dieta para engordar, que incluían unas inyecciones que mi viejo no me quiso dar porque decía que me podía desequilibrar por otro lado. Ahí se acabó mi sueño de ser futbolista profesional, aunque seguí despuntando el vicio en los torneos internos de GEBA (Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires), donde llegué a jugar con Sabella”.
Sacá del medio
“La comunicación me gustó siempre, sin darme cuenta. Me pongo a hablar y no paro más”, sentencia entre risas Soriani, respecto del nacimiento de otra de sus grandes pasiones, y fundamenta: “Tengo una facilidad para hilvanar un tema y otro, que es propio de los periodistas, sobre todo de los radiales o televisivos cuando tienen que estirar. Hoy decís que vas a estudiar periodismo deportivo y es normal. En aquella época, decías eso y tus viejos te echaban de tu casa. Te mandaban a ser arquitecto, médico, ingeniero. A mí también me cruzó la militancia en ese momento. Yo estuve detenido nueve años por mi compromiso político y empecé a escribir en los órganos partidarios, ya desde la secundaria, en los finales de los 60. Y también en la universidad, en los órganos del Partido Revolucionario de los Trabajadores, mi organización política. Cuando caí preso y estábamos aislados, en celdas individuales en la cárcel militar de Magdalena, uno de mis entretenimientos era improvisar programas de radio. El fútbol, la música y la comunicación han sido mis pasiones desde pequeño y todo eso confluye en esa aventura que fue Página 12, que pensamos que duraba seis meses y aquí estamos, festejando los 35 años”.
Respecto del diario que revolucionó la forma de hacer periodismo gráfico en la Argentina, sobre todo desde sus originales y potentes tapas, Soriani señala que “en aquel momento se alinearon los planetas: un grupo de escritores e intelectuales que se unían para un proyecto que resultaba imposible y que encuentra un hueco en la sociedad que evidentemente estaba desatendida en materia de comunicación, que estaba harta del mensaje de los medios hegemónicos, y de alguna manera nosotros intuímos ese espacio”, y añade: “No te voy a decir que había una elaboración teórica muy grande. Veníamos de la revista mensual El Porteño, que fue quizá la cuna de Ernesto Tiffenberg, también trabajaba Lanata (perdón por la palabra) y ahí nació la idea. Éramos muy jóvenes, yo tenía 33 y ninguno renunciaba a su otro trabajo porque pensábamos que eso duraba seis meses”.
Las cartas del capitán
“Yo crecí al lado de un padre que era un tipo de derecha, como todo militar, pero era un padre amoroso que me apoyó absolutamente en todo menos en la militancia. Aunque tampoco se opuso”, remarca Hugo, respecto de las veredas que transitaron los Soriani, y se explaya: “Discutíamos mucho de política y él era muy respetuoso del camino que yo había elegido, y la prueba está en que él me acompañó durante los nueve años de mi prisión, no faltó nunca a una visita y me escribía dos cartas por semana. Muy entrañable. Era un militar fracasado, llegó a capitán y lo retiraron por conspirar contra Perón, justamente. Esas cartas que me escribía las estoy recuperando y escribiendo en Página 12 en una serie que se llama Las cartas del capitán. Las tenía mi madre guardadas, ya que a nosotros, en la cárcel, nos dejaban leerlas pero nos la quitaban luego y las devolvían a la familia. Muchas se perdieron, obviamente, pero había otras que estaban en una caja en la casa de mi madre y las estoy volviendo a leer. Es un pequeño homenaje que le rindo, porque ahora que soy padre puedo dimensionar el amor con el que me acompañó, siempre desde sus posiciones políticas. Él nunca me dio la razón, ni yo a él. Hasta que murió, en el 89, seguíamos discutiendo como el primer día. Y todo el tiempo me advertía, no de la posibilidad de desaparecer, porque yo caí en el 74, pero sí con mucho dolor porque veía que yo cada vez estaba más comprometido. Mi madre sí me pedía que dejara la militancia. Ojo que hay muchos hijos de militares que estuvieron detenidos, y otros que están desaparecidos. Incluso con algunos hubo un particular ensañamiento por el hecho de ser hijo de militares”.
Por último, al ser consultado sobre las expresiones que se vienen dando en el planeta fútbol respecto de la lucha por los derechos humanos, Hugo sentencia: “Creo que ha habido avances y lo celebro, pero falta mucho todavía. Las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo han hecho un trabajo muy importante, y algunos de nuestros colegas como Julián Scher y Gustavo Veiga, entre varios otros, también. Pero lamentablemente falta un enorme camino por recorrer y soy muy crítico del papel jugado por Menotti y varios campeones del 78. Cuando fue el Partido por la Memoria a 30 años del Mundial, en cancha de River, los únicos tres jugadores de la Selección que estuvieron fueron Luque, Villa y Houseman. Y después no fue ninguno. Me parece que el Flaco Menotti tuvo su oportunidad de hacer una mirada crítica, sin haberle pedido por eso que renunciara a ser técnico, ni ningún acto heroico que claramente no se le podía exigir a nadie en ese momento del terror”.
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