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El triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva para un nuevo mandato como presidente del Brasil abre un camino de esperanza para la región, y en particular para la educación. El pedagogo Pablo Imen asegura que se trata de una gran oportunidad para dejar atrás el oscurantismo de Bolsonaro y recuperar la esperanza marcada por Paulo Freire, y que Lula abrazó desde el inicio.
Pablo Imen es también educador, profesor de la Universidad Nacional de Luján, autor de numerosos libros y publicaciones, presidente de la Asociación de Graduados y Graduadas en Ciencias de la Educación, secretario de Formación e Investigaciones del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini y un referente del Movimiento Pedagógico Latinoamericano (MPL).
En charla con El Eslabón, el profesor Imen recuerda al dirigente del cooperativismo y militante comunista Floreal Gorini para señalar la oportunidad de cambios que trae la conquista brasileña: “Gorini hablaba de los vientos, de los temporales, decía que en los momentos de vientos a favor hay que correr, correr y correr para adelante todo lo posible y en los momentos de vientos en contra quedarse bien (parado) para retroceder lo menos posible. Ahora que estamos en un momento de ofensiva, de triunfos con todos los límites que hay, la tarea del pensamiento crítico, del intelectual orgánico, es acompañar con todo el cuerpo, con el corazón, con el cerebro estos avances y tratar de forzar la marcha de transformaciones más profundas, que se vuelvan en lo posible irreversibles, a favor de una educación más democrática”.
Y para esa tarea rescata la referencia que representa el gran educador latinoamericano Paulo Freire. “Una gran brújula”, dice del pensador.
También trae a la conversación el ensañamiento de Bolsonaro con Freire, con su figura y todo lo que representa su legado para los pueblos libres. Recuerda que en cierta oportunidad lo calificó como un “energúmeno”, un calificativo que de manera transitiva trasladó a Lula.
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Eso pasó en diciembre de 2019, cuando Bolsonaro decidió cerrar un canal educativo con estos argumentos: “La programación de ese canal era totalmente de izquierda, de ideología de género, y eso tiene que cambiar. De acá a cinco, diez años, eso va a tener un reflejo. Treinta años machacando con la ideología de ese Paulo Freire, ese energúmeno que fue ídolo de la izquierda”.
La victoria de Lula es además –señala Imen– un empuje para el Movimiento Pedagógico Latinoamericano, la estrategia político organizativa que se dieron los sindicatos docentes para impulsar medidas educativas.
—¿Qué significa para la educación brasileña el triunfo de Lula?
—Un punto fundamental por la negativa es que deja de estar Bolsonaro. Porque Bolsonaro, en términos de su proyecto político, civilizatorio y en sus valores, promovió una política que combinó una perspectiva neoliberal con un ajuste sostenido del presupuesto educativo, o sea del compromiso del Estado con la educación pública, con una perspectiva neoconservadora y neocolonial, que significó desde el cierre de canales educativos de televisión por ser “espacios copados por la izquierda” hasta persecuciones ideológicas abiertas, y la creación del movimiento Escuelas sin Partido (Escola sem Partido), por el cual a través de una supuesta desideologización de la educación se imponía una educación de carácter filofascista. Que no esté Bolsonaro a cargo del Poder Ejecutivo habilita, en principio, el retorno de una política educativa mucho más democrática, que permita el acompañamiento a la situación social a los sectores más vulnerables; recordemos que el nivel de desigualdad y de pobreza se expandió considerablemente durante la gestión de Bolsonaro y la anterior de (Michel) Temer, con las que desarmaron las conquistas sociales de los gobiernos del PT (Partido de los Trabajadores). Y, después, una democratización, el derecho a concepciones académicas y educativas diversas en lugar de perseguir a las posiciones críticas y radicales del sistema.
—¿Y qué proyección tiene para la educación latinoamericana?
—Es mayor todavía, porque Lula es un gran promotor de la unidad regional. Para América Latina la presencia de Lula implica un cambio radical respecto de la política de Bolsonaro, que fue la misma de Mauricio Macri: vaciar los organismos regionales (Unasur, Celac), constituir grupos de gobierno de derecha como fue el Grupo de Lima. Entonces en ese marco, con su concepción más solidaria, más bien de justicia social, seguramente Lula facilitará que en la región se avance en algunos acuerdos mucho más de integración. Hay que mirar el mapa con respecto al 2018, que gana Andrés Manuel López Obrador en México, luego se recupera el gobierno democrático en Bolivia y gana el Frente de Todos en la Argentina, y empieza una segunda vuelta de gobiernos populares y progresistas, con todos sus límites, complejidades y contradicciones que hoy nos muestran un escenario muy diferente al de 6 años atrás y que, por supuesto, es un escenario que no está garantizado para siempre. El año que viene hay elecciones en la Argentina, el escenario está abierto. El triunfo de Lula puede ser una plataforma para impulsar procesos más audaces en la región.
—¿Cómo puede impactar también este triunfo en el Movimiento Pedagógico Latinoamericano?
—El Movimiento Pedagógico Latinoamericano fue una creación de la Internacional de la Educación para América Latina (Ieal), es decir de los sindicatos docentes, que son el enemigo principal de la derecha pedagógica y de la derecha en general. Hay un paralelo entre Macri y Bolsonaro, más allá de los matices de forma, porque en ambos casos la docencia se convirtió en un enemigo muy fuerte para las políticas públicas de sus gobiernos. Recuerdo que en el origen del Movimiento Pedagógico, en el discurso de Hugo Yasky (presidente de la Ideal), en 2011 en Bogotá, marcó que era preciso construir una pedagogía, una didáctica, una política educativa acorde al proyecto de Patria Grande, en el contexto del siglo XXI, y esa construcción la tiene que llevar adelante un sujeto colectivo. El colectivo docente es un actor fundamental pero no exclusivo ni excluyente, porque el movimiento estudiantil, las organizaciones territoriales, las familias, los movimientos sociales, el propio Estado deben ser convidados a esa tarea colectiva. La tarea que el Movimiento Pedagógico se planteó en 2011 sigue más que vigente y más que pendiente, porque en estos años de gobiernos neoliberales hubo una prioridad muy elemental que era sobrevivir a los ataques de la derecha, que dificultaron mucho los avances de esta construcción pedagógica alternativa. Ahora se generan condiciones políticas –insisto, complejas, contradictorias, con límites– para que el Movimiento Pedagógico retome una fase ofensiva, de construcción de una pedagogía; es un momento para que el Movimiento Pedagógico interpele a las instituciones, a los colectivos, a los territorios en este horizonte político que es el mismo que se planteaba Simón Rodríguez en el siglo XIX: cómo construir en el siglo XXI pueblos y repúblicas libres, qué tipo de seres humanos hacen falta para eso y qué modelo educativo desde el acervo histórico y las prácticas actuales podemos reinventar desde la escuela. El Movimiento Pedagógico tiene un rol fundamental en el llamado y la dirección de ese proceso; en el caso argentino la Ctera es la responsable de esa convocatoria. Es una gran oportunidad.
—“Con Lula vuelve Paulo Freire a las escuelas, volverá la educación a ser un derecho de todas y todos”, escribió el ex ministro de la Nación Alberto Sileoni en las redes sociales para celebrar el triunfo de Lula y lo acompañó con una foto, que muchos educadores también compartieron, en la que se ve a un joven Lula junto a Paulo Freire. ¿Qué representa esa imagen?
—Esa foto es una respuesta al oscurantismo de Bolsonaro, pero puede ser también una esperanza a la política educativa del PT en esta próxima gestión, que tiene tantas urgencias que resolver. Tal vez la crisis sea una oportunidad para transformaciones muy profundas del campo educativo y en ese sentido Freire es una gran brújula para ayudar a repensar la escuela y la universidad.
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