Sin temor a la correlación de fuerzas, los militares, la policía, las milicias y los medios neoliberales, el líder fue a fondo: “No sería justo ni correcto pedir paciencia para quien tiene hambre”, dijo, y anunció que los ricos deberán pagar más impuestos.
La pesadilla autoritaria terminó. Y le abrió paso a un sueño colectivo que habrá que construir con paciencia y contra muchas adversidades. La sensación es que la democracia y el pleno funcionamiento de las instituciones volvieron a Brasil tras un período caracterizado por un desprecio explícito a la voluntad popular y una permanente reivindicación de las dictaduras militares genocidas. El gobierno de Jair Bolsonaro tuvo su origen en las urnas, pero actuó como un régimen autoritario cívico-militar en el que el segundo componente tuvo un peso enorme, mayor al de las instituciones de la democracia. La gestión del ex militar dejó tierra arrasada: “Ruinas terribles”, fue la expresión que utilizó Lula en uno de sus discursos el día de la asunción.
En sus dos intervenciones, el líder se presentó como un garante de la democracia dispuesto a reconstruir Brasil y hacer que se reencuentre con sí mismo, con la región y con el mundo. Hizo un repaso minucioso por todos los aspectos de la realidad que se necesitan cambiar y dijo, además, cómo iba a hacerlo. Lula propuso reconstruir lo destruido, restaurar lo desmantelado, y devolver lo que el autoritarismo escamoteó a la sociedad.
Además, anunció dar marcha atrás con las medidas neoliberales que destruyeron al Estado, prometió ponerle fin al negacionismo ambiental (el ecocidio de la Amazonía, entre otros) y puso como eje la necesidad de terminar con los obscenos niveles de inequidad social existentes.
La clave para lograr esto último no implica receta mágica alguna: reforma tributaria para que los ricos paguen más impuestos y mayor presupuesto para ayuda social. Son medidas tan conocidas como detestadas por el establishment. Sin embargo Lula, más allá de la correlación de fuerzas, más allá de no tener mayoría en el Parlamento, más allá de los militares y los militaristas, fue a fondo con la cuestión.
“No sería justo ni correcto pedir paciencia para quien tiene hambre. Ninguna nación se levantó sobre la miseria de su pueblo. Venimos a sacar del hambre a 33 millones de personas y a 6 millones de personas de la pobreza”, señaló.
Garante de la democracia
“Si estamos aquí hoy es gracias a la conciencia política de la sociedad brasileña y al frente democrático que formamos a lo largo de esta histórica campaña electoral. Fue la democracia la gran victoriosa en esta elección”, dijo el mandatario, que caracterizó al gobierno de Bolsonaro como un “proyecto autoritario de poder” y de “destrucción nacional inspirado en el fascismo”, que además ejerció la violencia política.
El líder destacó la necesidad de formar un frente amplio y diverso para vencer al autoritarismo: “Comprendí que debería ser un candidato más amplio. Este frente se consolidó para impedir el regreso del autoritarismo al país”, señaló, sin olvidarse de reconocer la actitud, el valor, la paciencia y el sacrificio del pueblo brasileño durante el bolsonarismo. Para buena parte de la ciudadanía, no fue nada fácil. Lejos de eso, los ataques, las amenazas, los insultos y el desprecio a los militantes sociales, los afrodescendientes, los pueblos originarios, las mujeres y las identidades sexuales no hegemónicas, entre otros grupos discriminados y demonizados, fueron moneda corriente.
“Mi gratitud a ustedes, que enfrentaron la violencia política antes, durante y después de la campaña electoral, que ocuparon las redes sociales, tomaron las calles bajo sol y lluvia para conquistar el único y precioso voto, que tuvieron la valentía de vestir nuestra camisa, y al mismo tiempo agitar la bandera de Brasil cuando una minoría violenta y anti-democrática intentaba censurar nuestros colores y apropiarse del verde-amarillo que pertenece a todo el pueblo brasileño”, afirmó Lula al iniciar su discurso desde el Planalto.
El líder analizó la situación social no en términos de división o grieta, sino como el enfrentamiento de dos visiones del mundo diferentes. “Este proceso electoral también se caracterizó por un contraste entre distintas visiones del mundo: la nuestra, basada en la solidaridad y participación política y social; la otra, basada en el individualismo y la destrucción del Estado en nombre de supuestas libertades individuales”, señaló Lula.
“La libertad que ellos pregonan es la de oprimir al vulnerable e imponer la ley del más fuerte. El nombre de eso es ‘barbarie’”, agregó.
La herencia recibida: “ruinas terribles”
“El diagnóstico que recibimos es aterrador, vaciaron los recursos de la salud, desmantelaron la educación, la cultura, la ciencia y tecnología, destruyeron la protección del medio ambiente, no dejaron recursos para merienda escolar, vacunas, seguridad pública, protección a las selvas y la asistencia social, desorganizaron la gobernabilidad de la economía, del financiamiento público, el apoyo a las empresas, a los emprendedores y al comercio externo, dilapidaron a los recursos estatales y de bancos públicos, entregaron el patrimonio nacional, los recursos del país fueron hechos rapiña”, describió el mandatario.
“Es necesario que las personas sepan cómo encontramos a este país. Entregaron el patrimonio nacional. Dejaron un desastre presupuestario”, agregó, haciendo especial hincapié en uno de los más aterradores actos del gobierno cívico-militar.
Además, fue contundente con relación a los delitos cometidos: no quedarán impunes. “El periodo que culmina estuvo marcado por una de las mayores tragedias de la historia, la pandemia del Covid-19. En ninguno de los países del mundo la proporción de muertes en relación con su población fue tan alta como en Brasil. Esto solo se explica por la actitud criminal de un gobierno negacionista, oscurantista e insensible a la vida. Esta responsabilidad por este genocidio debe ser investigada y no debe quedar impune”.
Del dicho al hecho
“Los bancos públicos y las empresas como Petrobras tendrán un papel fundamental en nuestro nuevo ciclo. Vamos a impulsar a las pequeñas y medianas empresas. La rueda de la economía volverá a girar, y el consumo popular tendrá un papel central en este proceso. Vamos a acabar una vez más con las filas del seguro social, otra injusticia establecida en este periodo de destrucción”, anunció Lula en su discurso de asunción, en el que también insistió con la necesidad de recuperar soberanía. “Debemos romper el aislamiento al que fue sometido el país. Debemos ser dueños de nuestro destino”, agregó.
“Vamos a iniciar la transición energética y ecológica. Nuestra meta es alcanzar la deforestación cero en Amazonia. No es necesario tumbar ningún árbol ni invadir nuestros biomas”, señaló el mandatario, que dejó claro que, sin perder tiempo, es necesario des-bolsonarizar Brasil.
“Revocaremos los decretos de acceso a armas y municiones que tanta inseguridad y mal causaron a las familias brasileñas. Brasil no quiere y no necesita armas en las manos del pueblo, necesita seguridad, libros, educación y cultura para que podamos ser un país más justo”, anunció.
“Hoy mismo estoy firmando medidas para reorganizar las estructuras del Poder Ejecutivo, de modo que vuelva a permitir el funcionamiento del gobierno de manera racional, republicana y democrática, para rescatar el papel de las instituciones del Estado, bancos públicos y empresas estatales en el desarrollo del país, para planificar la inversión pública en la dirección de un crecimiento económico sostenible ambiental y socialmente”, señaló, disparándole al corazón del dogma neoliberal. Destacó el “papel fundamental” que tendrá tanto la empresa petrolera estatal Petrobras (que Bolsonaro quiso privatizar) como el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social.
“A partir de hoy la ley de acceso a la información volverá a ser cumplida, el portal de la transparencia volverá a cumplir su qué hacer, los controles republicanos volverán a ser ejercidos”, señaló.
Y no fueron solo promesas y declaración de intenciones. A pocas horas de los anuncios llegaron los hechos, las decisiones concretas a través de la firma de 13 decretos que apuntaron a problemas sociales, económicos y políticos.
A horas de asumir, Lula frenó en seco la locomotora neoliberal. Dejó sin efecto los procesos de privatización de la Empresa Brasileña de Comunicaciones, el correo, la petrolera Petrobras, el Servicio Federal de Procesamiento de Datos y la Empresa de Tecnología e Información de Seguridad Social.
“Es necesario garantizar un análisis riguroso de los impactos de la privatización en el servicio público o en el mercado”, señaló el líder, dejando claro que con su asunción se terminó el Programa Nacional de Privatizaciones.
Asimismo, derogó el decreto de Bolsonaro que redujo a la mitad los impuestos que pagan las grandes empresas. Y decretó la continuidad del programa Bolsa Familia, una ayuda social de 600 reales (unos 20 mil pesos) que perciben 21 millones de personas.
Lula derogó además los decretos que facilitaban el acceso a las armas de fuego: suspensión de nuevos registros de armas para particulares, coleccionistas, cazadores, tiradores; reducción de los límites para la compra de armas y municiones; obligación de que todas las armas compradas desde mayo de 2019 sean registradas nuevamente en un plazo 60 días; y la suspensión de nuevas inscripciones de clubes y escuelas de tiro. Durante el gobierno anterior, la venta de armas aumentó más del 400 por ciento y aumentó en forma exponencial la cantidad de clubes de tiro.
También durante sus primeras horas en el gobierno, Lula dispuso la reactivación del Fondo Amazonía, que cuenta con financiamiento de Noruega y Alemania y había sido suspendido por Bolsonaro en 2019. Se trata de unos 600 millones de dólares destinados a preservar ese ecosistema, y está a cargo del ministerio de Medio Ambiente encabezado por Marina Silva.
El mandatario revocó asimismo el decreto de Bolsonaro, firmado en los últimos días de su gobierno, para ampliar las licencias para la explotación de recursos minerales en la región amazónica, incluyendo tierras de pueblos indígenas.
El gobierno de Lula cuenta con 37 ministerios, de los cuales 11 están encabezados por mujeres.
Incluye representantes de nueve partidos. Los desafíos son enormes. En primer lugar, hacer funcionar esa amplia alianza, que sirvió para ganar las elecciones, a la hora de gobernar. Y también, acaso el desafío mayor, cómo construir los consensos necesarios para llevar adelante su tan ambicioso plan de reconstrucción de Brasil con un bolsonarismo todavía presente y bien articulado con los militares, la policía y los milicias de los grandes terratenientes.
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