Un libro reúne historias de vida, reflexiones y poemas de internos de las Unidades Penitenciarias 3 y 6 de Rosario. Se llama No somos lo que piensan y es el resultado de los talleres que lleva adelante Alfabetización Santa Fe, una organización de la sociedad civil que tiene como lema “aprendemos juntxs a leer, a escribir y a transformar el mundo”.
Son más de 200 páginas en las que se habla de la familia, de la niñez sin escuela, de las adicciones, los errores de la vida y la presencia de Dios para cambiar el rumbo. Son los internos de las cárceles de Zeballos al 2600 y Francia al 5200 quienes le ponen su voz a la escritura.
A fines de diciembre hubo un acto en el que se entregaron certificados de participación en los talleres de alfabetización y de escritura, y también un ejemplar de este libro a cada participante. Y no les alcanza con lo producido: quieren que se difunda, que se conozca, este logro. Por eso también proyectan para marzo próximo hacer una presentación pública de lo hecho.
Las primeras páginas del libro están dedicadas a un breve repaso sobre qué es y qué hace Alfabetización Santa Fe, recientemente formalizada como sociedad civil. La tarea central que tiene es la de alfabetizar a personas jóvenes y adultas de las cárceles y de barrios populares de Rosario, “donde la comunidad atraviesa una situación de vulnerabilidad social”.
La organización tiene su antecedente en la Multisectorial de Solidaridad con Cuba, responsable de llevar adelante el programa de alfabetización cubano “Yo, sí puedo”. A través de esta iniciativa un buen número de internos volvió a encontrarse con el valor social de la escritura y la lectura, y logró terminar su escolaridad obligatoria.
Otro de los aspectos que se resalta en esta presentación son los acuerdos con la universidad pública, ya sea para sumar voluntarias y voluntarios a la organización social o bien para desarrollar programas como el de Alfabetización y acceso a la justicia, junto a la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario. También hay convenios con las Facultades de Psicología y de Humanidades y Artes (UNR), con el mismo espíritu de colaboración e intercambio.
El acento de Alfabetización Santa Fe está puesto –expresan en el prólogo de la obra– “no sólo en restituir el derecho a la lectoescritura, sino también en tender un puente entre las personas ya alfabetizadas”. Esto porque consideran que “la alfabetización es una herramienta para restablecer el lazo social, además de que es un derecho universal para la condición humana”.
Desde la cocina de los talleres
Florencia Dietrich es docente jubilada. Desde hace un buen tiempo se sumó a Alfabetización Santa Fe, concretamente a uno de los talleres de la Unidad 6 para alfabetizar y acompañar como facilitadora el acceso de los internos al derecho a educarse. En ese espacio trabaja junto a Laura de la Vega, otra docente también jubilada (Taller Soñando libertad).
Señala que el trabajo que encaran lo hacen dentro de lo que se conoce como educación no formal, o educación popular. Como sea, la pedagogía que lo sustenta es la de Paulo Freire. El trabajo de las y los talleristas es voluntario y ad honorem. Hay docentes, estudiantes universitarios y personas de diferentes profesiones. Si se quiere, una militancia por la educación como derecho humano y social.
La intención de esta organización es “lograr la alfabetización en Rosario y a largo plazo en toda la provincia”, replica Florencia sobre lo manifestado por quien encabeza la movida educativa y solidaria, Guillermo Cabruja.
Los números sobre cuántas personas analfabetas hay en Rosario se vinculan directamente “con los datos de la pobreza extrema, a quienes viven por debajo de la línea de la pobreza”, dice la educadora.
La realidad que encuentran en las cárceles es que hay muchas personas jóvenes y adultas que han pasado por la escolaridad primaria pero no pueden dar cuenta de esos aprendizajes. “Me he encontrado con hombres que tienen 5to grado y no saben leer. ¿En qué condiciones estuvieron en la escuela? ¿Cómo pasaron de grado?”, comparte Florencia sobre preguntas que asegura las interpelan como docentes, que llevan a preguntarse qué pasó con esas historias escolares.
Y una vez más la profesora trae la pregunta por cuánto, cómo y qué se hizo (y hace) por las chicas y los chicos que tienen un pasar complejo por las aulas. “Entiendo que hay diferentes realidades (de enseñanza y aprendizaje). Mi experiencia como docente me dice que se puede salir siempre adelante”.
El trabajo en los talleres en las Unidades 3 y 6 se centra en enseñar a leer y a escribir, a potenciar lo que cada uno sabe y trae a cada encuentro. De ese intercambio, salen historias, anécdotas y se comparten dolores. La posibilidad de salir de los encierros lo da en parte la escritura.
¿Y cómo se hace esa tarea alfabetizadora? Florencia repasa que en los inicios apelaban al programa cubano “Yo, sí puedo”, apoyado en cartillas y en ciclos audiovisuales. Al que fueron enriqueciendo con otros aportes como el del Programa Nacional de Alfabetización y Educación Básica para Jóvenes y Adultos Encuentro, impulsado en 2003 por el Ministerio de Educación de la Nación.
Florencia asegura que el desafío es lograr “una propuesta creativa ajustada al grupo”, que difiere en cada pabellón donde funcionan los talleres.
La pregunta por cómo se vincula el trabajo de tallerista y la situación extrema de violencia que se vive en Rosario se impone como necesaria en la charla. “Entramos despojadas de prejuicios, sin mirar con desconfianza. Ellos nos preguntan «Ustedes, ¿por qué vienen acá? Si de nosotros se dice que somos la lacra, la resaca, y hasta se pide que nos quemen a todos». Y nosotras repreguntamos: ¿Y por qué no?”, dice Florencia para manifestar su convencimiento de que la educación es un derecho humano y también puede cambiar vidas.
Más sobre los talleres
La idea de hacer el libro surgió del taller de la U6 No somos lo que piensan –a cargo de Laura Cheroni Moore y Brian Hereñu– que también le dio el título. La invitación a los demás talleres a sumarse a la iniciativa no se hizo esperar y así surgió la obra que reúne lo producido en 2022. Desde este espacio aseguran que se trata de una propuesta “revolucionaria” y dan sus argumentos: “Porque la creación de un libro, escrito por pibes en contexto de encierro, es el resultado de lo que dice Paulo Freire «enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las posibilidades para su producción o su construcción»”.
Laura y Brian sostienen que “la palabra al ser escrita deja de ser de uno y pasa a ser del que la lee y cobra inmortalidad y libertad”. Así, consideran que quienes están en las cárceles “con sus palabras atraviesan el muro, sortean la ignorancia y son un poco más libres”. de alguna manera se hacen visibles.
Los demás talleres y talleristas son Esto no es eterno (Evelyn Sabastta y Sol Godoy); Los invisibles (Viviana Giaccone y Mora Toscanelli); Biblioteca Obispo Federico Pagura (Fanny Tissembaum, Carolina Carranza y Adriana Acosta); Los lunes conversamos y escribimos (Estrella Mattia y María del Luján Lozano) y La visa que vivo (Sofia Ribas, María Daniela Rodríguez y Brian Hereñu).
En la introducción del libro, las y los talleristas manifiestan orgullo por lo producido y lo asocian con la idea freiriana del “inédito viable”: “Imaginar el inédito viable que impulsa al logro de un futuro posible, la esperanza de no repetir el presente. Un concepto para designar aquellos pensamientos que surgen como productos de elaboraciones colectivas y que permiten superar situaciones límite. Descubrir el inédito viable, imaginar futuros posibles, tiene mucho que ver con la voluntad que se debe mantener, una visión esperanzada de la realidad, porque es posible transformarla. La justicia ligada solo al castigo reproduce prácticas punitivas y da lugar a la cultura de control y vigilancia. Como comunidad tenemos el desafío de implicarnos colectivamente en esta lucha diaria por la justicia social, por una patria libre y soberana”.
Algunos textos
Ese hombre, por Sergio Soria.
Te quiero contar sobre un hombre,/ que a los doce años/ en vez de ir a la escuela,/ como cualquier niño de su edad,/ salía a trabajar y así aprendió un oficio./ Era albañil/ y a pesar de no tener estudios/ sabía hacer un plano/ y construir una casa desde cero./ Ese hombre era un trabajador incansable./ Un día conoció a una mujer,/ se casaron, formaron una familia/ y tuvieron cuatro hijos./ Era un hombre que trabajaba/ de sol a sol junto a su mujer/ solo para que ni a ella ni a sus hijos/ les falte un plato de comida./ Era un hombre/ como cualquier otro ser humano,/ tenía sus defectos,/ por ahí andaba malhumorado/ y si le hablabas a veces no te contestaba./ Pero el que lo conocía/ sabía que era un rato/ y se le pasaba el enojo./ Ese hombre/ le dio un estudio a sus cuatro hijos/ y siempre los alentó a que estudien./ Ese hombre/ el cual hoy ya no está,/ paso a una mejor vida, y yo,/ por estar privado de mi libertad,/ no lo pude ver./ Ese hombre era mi papá.
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Una copa, por Mario Emanuel Delgado
Una copa/ rebalsada de letras,/ tantas cosas/ para decir.
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Día de tristeza por un recuerdo antiguo, por Juan Leiva
Hoy toqué con mis manos una flor de jazmín,/ y la olí para ver si podía sentir su aroma./ Pero fue en vano/ hace tiempo que no siento a qué huelen las cosas,/ tristeza./ No puedo oler la fragancia que despide la naturaleza.
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De niño a ser adulto (fragmento), por Gabriel Benítez
Tenía 11 años, esta es mi historia. Recuerdo que iba a la escuela, vivía en barrio Jardín Pérez, e iba a la Escuela N° 33. Recuerdo que me quedaba dormido en clase porque mi padrastro me hacía levantar temprano, a las 5 de la mañana, para cebarle mate a eso de las 6.
Tenía que cultivar el sembrado de verdura a las 8 y entraba a clase a la 1 de la tarde. Con él y la ladrillera, mi vida era una vida de esclavo. Un día a la tardecita me manda a comprar un vino suelto, yo tropiezo, me caigo y rompo la botella. Ese día fue cuando terminó mi infancia y mi adolescencia.
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