Yo no sé, no. El sonido de los piques de una pelo en el piso del patio, ya sea de tierra o de cemento, para Pedro era inconfundible, hasta sabía por cómo sonaba de dónde venía y de quién era. Ese jueves por la tarde, estando en la vereda mateando, en un momento se levantó y nos dijo: “Me voy a devolver a la blanca de los pibes de la cortada”. Lo extraño es que sólo él la escuchó caer. Al rato volvió y nos contó que “cuando la encontré cerca del moribundo (por falta de sol, entre cosas) limonero, la tomé entre las manos con ganas de mandarla hacia… (tenía cierta duda hacia dónde) primero pensé en que vaya hacia San Nicolás y Biedma, para que en el segundo o tercer pique se encuentre con aquella pelota que me acompañaba cuando iba sobre el mediodía hasta el kiosco de diarios de José en busca de una Hijitus o una Patoruzito. O alguna vieja D’artagnan, que estaban a mitad de precio. Y cuando ganaba el nuestro, el de Arroyito: la Goles.
También pensé mandarla para el lado de Vera Mujica y Quintana, para que picara en la puerta de aquel gran almacén de don Mauricio y se impregne con aquellos perfumes que no eran ni más ni menos que el olor a quesos, fideos y salames. También se me cruzó otra dirección para la blanquita: para el lado del tercer puente de la Vía Honda, con la esperanza de que en el tercer pique se encuentre con la sonrisa de aquella piba que alguna vez anduvo por ahí tomada de mi mano. O mandarla en dirección de alguna plaza (en el barrio hay dos: la Santa Isabel de Hungría o la Galicia) para que en el segundo o tercer pique se empape con los sonidos de la alegría de las pibas y los pibes y luego ir a buscarla sabiendo que, cualquiera fuera la dirección, volverían (la pelo y él) con aquellos perfumes, aquellos sonidos, aquellas sonrisas llenas de rayos de sol, rayitos que tanto le hacen falta al limonero”.
Después se sentó, tomó el mate como para cambiarle la yerba y nos dijo: “Y, saben qué, también estoy seguro de que en ese viaje en el tiempo también se encontrará con él, que conoció todas o casi todas esas pelos y sus piques. Con él y su sonrisa”.
En ese momento, desde el patio llegó el sonido de un pique, de un segundo pique que esta vez sentimos todos. Y al tercer pique sentimos la presencia de la luminosa sonrisa del Juane.
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