Yo no sé, no. Sabiendo que la puntualidad no era su fuerte, Pedro ese viernes se fue a dormir temprano porque al otro día, en la Anastasio Escudero (la escuela de Acindar) iban a estrenar el proyector de pelis con una documental que arrancaba a las ocho de la mañana en punto. A pesar de que el horario le parecía muy temprano, aprovechó para invitar a Ana, una piba de su curso que vivía pasando barrio Plata. Quedó en buscarla como a las siete, y para eso tendría que tomar el 203 que pasaba a las seis en punto por Lagos y Biedma.
Era raro, todo raro, sobre todo tanta puntualidad para un sábado a la mañana y para ver algo parecido a una película con la chica que le gustaba. Bueno, esto último lo justificaba todo. Unas semanas después, otro sábado, en la cancha de Peñarol, había que estar a las ocho en punto ya que nos tocaba jugar el primer partido de un torneo que empezaba y terminaba en el mismo día. Otro sábado nos propusimos ir hasta Carcarañá en tren y a una de las pibas del grupo de amigos del barrio se le ocurrió que nos mandemos por la mañana bien temprano hacia el parque Sarmiento. El tren salía desde la estación Rosario Central a las seis en punto. Otro sábado, la Selección que dirigía el Flaco Menotti jugaba un partido en Europa, o en Asia, que empezaba a las seis en punto hora argentina. Como algunos dijeron que Canal 7 lo iba a transmitir, a eso de las seis menos cuarto ya estábamos en la casa de Carlos que tenía un Standard Electric, aunque blanco y negro pero con una pantalla enorme. Era el mismo tele en el que una vez a la semana, a las nueve de la noche en punto, unos años antes veíamos a Rolando Rivas, taxista.
Hace unos días, pasando por San Nicolás y Biedma, con Pedro recordamos la puntualidad que había en esa esquina, aun los sábados a la mañana, el sonido de persianas que se abrían, las de la farmacia, las de la tienda, el ruido de la moto de José –el del kiosco de diarios– llegando, y el motor del 15 listo para partir, todo a las ocho en punto.
“¿Sabes qué? –me dice Pedro–, estaría bueno que vuelva la puntualidad. Deberían volver aquellas horas en punto en las cuales uno sabe que algo va a pasar: un bondi, un tren, una proyección de una peli, el encuentro con la sonrisa de alguna piba, un partido de la Selección. Y una vez por semana estar atentos esperando alrededor de la tele que pase el tacho de Rolando”. En ese momento, justo pasa un 52 disfrazado de 128, para y se llena de pibas y pibes. Es sábado por la mañana y nos damos cuenta que la cosa ya arrancó con otras edades, con otras puntualidades.
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