En 1996 se realizó un multitudinario concierto en el barrio de Caballito, en Buenos Aires. Walter Bulacio había sido asesinado cinco años atrás y los ataques neonazis eran moneda corriente. Una feroz reyerta entre punks y skinheads terminó en un desenlace fatal.
El 28 de abril de 1996 un festival antirrepresivo celebrado en el porteño Parque Rivadavia derivó en una desproporcionada batalla campal en la que perdió la vida el presunto militante neonazi Marcelo Scalera. El festival era organizado por la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi), en memoria de Walter Bulacio y en respuesta a la gran cantidad de casos de gatillo fácil que por entonces se denunciaban a lo largo y ancho del país.
Bulacio había sido asesinado a golpes por la policía luego de ser detenido en las inmediaciones del estadio Obras Sanitarias, en la previa de un recital de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, un 26 de abril de 1991. Cierto espíritu de cuerpo del rock argentino tomó a Walter como bandera y este concierto inédito y multitudinario fue el último de unos cuantos que se realizaron para exigir justicia en su nombre.
Gente que no
Todos tus Muertos, Actitud María Marta, Los Piojos, la legendaria banda chilena Los Miserables, 2 Minutos, Un Kuartito, Los Caballeros de la Quema y La Renga compartieron escenario en aquel predio de 6 hectáreas del barrio de Caballito. Grupos de diferentes estilos, algo inusual para la época, pero que la causa por Bulacio y la resistencia al menemismo lograron reunir.
Por entonces el Parque Rivadavia no contaba con enrejado perimetral y albergaba una feria de libros, discos y casetes piratas, entre los que había un puesto de publicaciones de ultraderecha –el número 27–, donde se daban cita los skinheads o cabezas rapadas que adherían explícitamente a ideas reaccionarias y supremacistas.
Asistentes de aquel recital de 1996 cuentan que durante las primeras horas –desde el puesto 27–, los “pelados” exhibían una actitud provocadora y amenazante. En tanto, desde el escenario emplazado junto al monumento a Simón Bolívar, los organizadores del festival insistían en no responder a las provocaciones. Estas actitudes hostiles eran la manera habitual que estos sujetos adoptaban ante ciertos visitantes de la feria y otros puesteros.
Punkis, heavys y rolingas, algunos de ellos y ellas también militantes de izquierda y de organizaciones populares, compartían fraternalmente el pogo y el vino en cartón ante la lejana y desafiante mirada de los skinheads que simpatizaban con el Partido por el Nuevo Orden Social Patriótico (PNOSP), comandado por el dueño del puesto Alejandro Franze.
Entre banda y banda se escuchaban por los parlantes los nombres de mujeres y hombres, muchos jóvenes, de diferentes rincones del país que habían sido asesinados por fuerzas de seguridad. El obrero salteño Víctor Choque había caído hacía exactamente un año durante una manifestación en Ushuaia que fue duramente reprimida por la policía. Argentina atravesaba un neoliberalismo salvaje que se sostenía a través de la violencia estatal, al menos así fue hasta diciembre de 2001.
Piñas van, piñas vienen
Algunas crónicas de la época señalan que paralelamente al recital, y con la tensión en aumento, se realizó una asamblea espontánea para decidir qué actitud tomar ante las hostilidades de los neonazis. Entre los presentes se encontrarían militantes de Quebracho, Patria Libre, de partidos trotskistas y los anarcopunks matanceros de Poder Negro, entre otros colectivos. Otros testimonios dicen que tal asamblea no existió aunque todos coinciden en que entre tema y tema parte de la multitud coreaba “el que no salta es un skin”, mientras los organizadores de la Correpi insistían en ignorar a los provocadores. Hay quienes afirman que cuando la banda Un Kuartito ocupaba el escenario, una voz femenina lanzó el grito de guerra “¡Muerte a los skinheads!” y la cosa se desmadró. Otros dicen que fue cuando tocaba Actitud María Marta.
De los 30 mil asistentes del concierto se desprendió un numeroso y variopinto grupo de jóvenes que se dirigió al puesto 27 donde los cabezas rapadas, munidos de cadenas y bates de béisbol, lanzaban sus amenazas. Hay quienes dicen que no sólo propalaron expresiones de odio y racismo sino que también hubo golpes y forcejeos, y que hasta llegaron a agredir a la abuela de Walter Bulacio durante las primeras horas del festival, aunque en una posterior entrevista televisiva un joven skinhead negó que tal agresión haya ocurrido.
La esquina de Rosario y Beauchef, cercana al puesto, fue escenario de una pelea desigual en la que los militantes del PNOSP se vieron ampliamente superados en número, aunque no en edad, ya que los atacantes eran en su mayoría adolescentes y los neonazis tenían un promedio que superaba los 30 años. La batalla duró alrededor de media hora y fue con una saña brutal. Sin embargo la mayoría de los asistentes no se enteró del violento episodio y, sin grandes sobresaltos, el festival llegó a su fin con un cierre de La Renga a puro rocanrol.
Del parque y la ciudad
“Era difícil ser punk, morocho o extranjero. Yo vivía en el Bajo Flores y era una constante. Los pelados nos salían a «cazar» en grupos”, cuenta Raúl Pity Astorga en el grupo de Facebook Punk Argento. En el mismo foro, Nati Libertad escribe: “Nos esperaban en grupos a la salida de cada recital, en Obras era terrible, salir y correr porque ellos nos querían pegar. Hasta que llegó este reci del Parque Rivadavia, y lamentablemente tocó que uno de ellos muera. No llegábamos a los 20 años, nadie quería matarlo”.
Alejo Cancelo, otro de los asistentes al concierto antirrepresivo, recuerda que mucho antes de la batalla campal “todo el tiempo se escuchaban rumores, de que había corridas, se decía que andaba la bandita de skinheads en los alrededores del parque agarrando gente suelta”.
Aquella noche otoñal de 1996 se registraron 32 detenidos y 26 heridos, uno de ellos muy grave sufrió fractura de cráneo y quedó internado en el hospital Fernández donde falleció días después. Marcelo Scalera tenía 32 años y era técnico de histología. Su familia negó que haya sido militante neonazi y afirmó que el día de la pelea había ido al parque a comprar libros.
“Marcelo Scalera asesinado por la intolerante horda drogada anarcobolchevique, tu muerte será vengada por una legión de camisas negras”, se leía en afiches y alguna que otra publicación difundida por el PNOSP. Durante las semanas y meses siguientes a la trifulca, algunos medios porteños especularon con la concreción de una posible revancha por parte de los skinheads. Pero nunca sucedió.
“Toda esa violencia terminó en la muerte de Marcelo Scalera”, concluye Pity Astorga, quien con quince años participó del pogo en aquel pulmón verde del centro geográfico de la Capital Federal. “Fue como una devolución, un vuelto, una respuesta a las basureadas que se mandaban todo el tiempo los fachos”, describe Alejo, quien en ese momento no le dio relevancia al hecho que a pocos metros se estaba consumando y siguió disfrutando del show.
Aquel trágico desenlace marcó el final de la violencia skinhead y el barrio de Caballito –como decían los anarcopunks– fue “la tumba del fascismo”. La frase “Inmigrantes ilegales deportación”, pintada a brocha gorda sobre un paredón del parque, fue tapada. Alejandro Franze perdió poder frente a Alejandro Biondini, quien se impuso como nuevo líder de la extrema derecha, aunque con un perfil más político que belicoso que lo llevó a fundar el partido Bandera Vecinal.
Hacia fines de los noventa, prácticamente no se registraban altercados con los skinheads racistas, y entrada la primera década del siglo 21 los activistas de esta ultraderecha marginal canalizaron sus inquietudes primero en blogs, y luego en foros virtuales como 4Chan y –su versión argentina– Rouzed, o a través de videos en YouTube y páginas de Facebook, aunque los mencionados foros siguen siendo los favoritos por contar con una mínima o nula moderación que les permite expresarse en absoluta libertad.
Panic show
A partir de 2012, el Parque Rivadavia –con enrejado perimetral y garitas de seguridad– fue escenario de otro tipo de batallas: las competencias de freestyle rap, un género musical de raíces negras en el que se consagraron jóvenes artistas argentinos como YSY A, Duki, Wos, Paulo Londra y Trueno, entre otros tantos. El evento fue conocido como El Quinto Escalón, ya que originalmente se realizaba en la escalinata de ingreso al parque, y se celebró durante cinco años –domingos de por medio– con una concurrencia que fue escalando en masividad.
La violencia skinhead volvió a aparecer en escena años más tarde, como reacción a iniciativas políticas y sociales que en cierto sentido golpearon fuerte al conservadurismo. En 2013, los estudiantes que habían realizado la toma del Colegio Nacional de Buenos Aires –en el marco de una extensa lucha que involucró a otros institutos secundarios–, fueron amenazados por un grupo de cabezas rapadas que se concentró en la entrada del edificio escolar. “Basta de zurdos”, y otras frases que se leían en internet o en reductos habitados por estos siniestros personajes, aparecieron pintadas con aerosol en paredes cercanas al colegio junto a cruces esvásticas.
Llegó 2015 y el giro a la derecha que llevó a Mauricio Macri a la Casa Rosada pareció haberlos envalentonado. Desde entonces hubo una escalada de violencia, como los brutales ataques homofóbicos perpetrados por neonazis en Mar del Plata, que venían cometiendo sus fechorías desde años previos con amenazas a la comunidad boliviana y la vandalización de un sitio de memoria. El documental El Credo (Alan Sasiain, 2019) narra magistralmente y con rigor estos acontecimientos en los que asoma la complicidad de la policía bonaerense y de organizaciones que reivindican el terrorismo de Estado de la última dictadura cívico militar.
Rosario no fue ajena a este resurgimiento, con la irrupción de un provocador en la ronda de las Madres de Plaza 25 de Mayo en 2017. Este militante de Bandera Vecinal, Marcelo Contreras –un viejo conocido en el ambiente punk local–, volvió a dar la nota años después cuando ante las cámaras de TV denunció que a su madre le habían aplicado la vacuna Sputnik y como efecto colateral –según aseguró– un imán se le quedó pegado al brazo. Así fue que durante las movilizaciones anticuarentena, junto a los autopercibidos libertarios y otros energúmenos, las cabezas rapadas volvieron a brillar.
Entre los autores del fallido atentado contra Cristina Fernández de Kirchner han sido identificados elementos fascistas. El sol negro –signo de los neonazis ucranianos– tatuado en el brazo derecho del pistolero Fernando Sabag Montiel es apenas un botón de muestra.
El Centro Cultural Kyle Rittenhouse, en La Plata –que se llama así por el asesino de dos personas durante movilizaciones contra el racismo y la brutalidad policial yanqui conocidas como Black Lives Matter–, fue allanado en 2022 luego de que de su principal referente, José Derman, publicara un video en YouTube celebrando el ataque a la vicepresidenta. La investigación del caso encontró conexiones entre Derman y altas jerarquías de la derecha argentina, como Patricia Bullrich y Javier Milei, quienes rápidamente salieron a despegarse.
Los discursos negacionistas de la dictadura y las expresiones de odio antipopular –que se extiende hacia pueblos originarios y diversas minorías– son la radicalización hacia la derecha del campo de lo decible y, junto a la crisis de representación política que atraviesa una vez más la sociedad argentina, son el caldo del cultivo del que emergen estas cabecitas.
Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 29/04/23
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