“Mi madre me cuenta un sueño. Emplea la palabra ‘pesadilla’, después duda. “Bah, no, un sueño, no sé, fue un sueño feo”. Dice que estábamos limpiando la casa; dice que en un momento me pide que tire la basura; dice que al abrir la puerta vio agua, mucha agua, y –entre risas- dice que me dijo ‘¡Oh, no! No vayas; se está inundando la calle. Y dice que el agua corría pero no entraba en la casa, como un bloque firme de agua fluyendo, y dice que me ordenó que cerrara las ventanas en caso de que el agua quisiera entrar”.

1

Cae lluvia como si martillaran, como si trataran de tapar un pozo, cae y la gente mira por las ventanas. Cae lluvia como toneladas. Cae lluvia como tortura. La lluvia parece de vidrio, no, de plástico, no, de goma, de una goma cristalina o transparente. La lluvia cae como pedradas, y así se oye en las chapas de los techos. La lluvia se espesa, se engrosa; la distancia entre cada gota se achica, hasta, casi, unirse.

2

Están sentados en uno de los cordones, Esteban juega con los trastes de la guitarra, sacándole sonidos breves y estúpidos. Miran hacia el fondo de Larrea; allí donde la vista se pierde entre árboles, paredes y autos. Del lado derecho, un resplandor naranja o rojo, se les filtra en la cara. Les hace fruncir el ceño. Están en silencio, simplemente, miran hacia el fondo de calle Larrea. Detrás de ellos está la madre de Esteban, y dos de sus hermanas. Del lado donde el sol pega, ven, en la esquina a dos chicos, cada uno en distintas veredas. Lo que hacen es patear una pelota marrón ¿o es gris? Parece el color del barro podrido de la zanja. La madre de Esteban vuelve a repetir la historia de los pastizales. Va a decir que ese fondo de Larrea hace años no existía. “Cuando yo era chica esto era todo pastizal. Solo existía la casilla y esta casa. Allá era todo pastizal hasta Juanjo, Juanjo era una calle de tierra. Lo que sí estaba era la vecinal”.

3

El otro ve cómo Esteban y el resto de su familia comienzan a levantar los muebles, a alejarlos lo más posible de la superficie. El otro, al principio, no entiende; después comprende que lo hacen por las amenazas de la creciente del arroyo. Ni siquiera es un río, pero se sabe que años anteriores ese arroyo creció con la furia de un río grande y tapó algunas casas, en otras llegó hasta el techo y se comió varios muebles o los arruinó. El otro va a decirle a su madre que el arroyo está creciendo y que hay miedo de que tape las casas y que hay que levantar los muebles. La madre del otro dice que no, que no va a pasar nada.

4

Desde la puerta el otro ve a Esteban que sale con una bicicleta.

-¿Vamo’ a ver el río?

-Arroyo.

-Es lo mismo. ¿Vamo’ o no?

-Vamos… pero a pata, en bici no.

A medida que se acercaban a la parte del Arroyo de Génova y Chaco, veían cómo las casas mostraban las puertas abiertas, y dentro, utensilios entrando en cajas, ropa saliendo de cajones, muebles subiendo a los techos. En el aire se percibía un clima atípico, como si la vida se detuviera en un paréntesis y se perdieran las cosas cotidianas, y las urgencias de ir a trabajar o ir a la escuela fueran actividades menos prioritarias en comparación con un inminente desborde del arroyo.

La desembocadura del arroyo, que costea a un lado del Shopping, está más llena y furiosa que el brazo que pasa por Génova y Almafuerte. El caudal que arrastra la cuenca trae a personas asustadas, sorprendidas, seducidas por esa furia que amenaza con comerse sus muebles. Algunas sacan fotos con sus celulares. Hay quienes se han saltado la valla y se han sentado en un pedacito de barranca. El agua pasa muy cerca. Si uno estirara las piernas podría tocarla, pero la insolencia no es tanta. Al arroyo se le tiene respeto. Quienes han saltado la valla solo lo han hecho para mirarlo bien de cerca, en el agua ven su temor y nerviosismo.

5

Es la hora en que la gente regresa de la jornada. La hora en que la luz se vuelve naranja, agonizante y los pájaros se despiden. Es la hora del mate de la tarde, de la torta asada, sea invierno o verano.

La reposera está abierta en el patio, una banqueta sostiene la pava y la bolsa con pedazos de torta asada.

Ofrece el mate.

-Sí, ahí era la entrada. Había un arco gigante. “Bienvenidos a Empalme Graneros”. Era el centro. Estaba el mercadito- Chupa la bombilla, muerde un pedacito de torta.

El nieto escucha atento. Mira los jilgueritos en sus jaulas. Es la hora silenciosa de la tarde.

No se escucha el canto del heladero, aún no ha aparecido el chillido violento del churrero.

-Era todo campo…

6

-Dijeron que las vías iban a traer al Progreso. Pero nada de eso vino. Las armaron, algunos de estos hombres de acá pudieron trabajar ahí. Pero nada de lo bueno vino. Nos repitieron una y otra vez: Progreso. Pero cuando se terminó y eso tardó mucho, lo que quedó fue una línea, un muro. Sí, un muro quedó. No hubo nada de eso. Después de las vías quedamos más lejos.

Repone la serenidad. Chupa el mate.

-Está frío.

El nieto se levanta a cambiar la yerba. El abuelo, ahora calmado, parece otro hombre. La cara muestra tranquilidad. Y la lentitud con la que forma las palabras hace pensar en un hombre muy sereno. Como si el ritmo de los días fueran a una velocidad ajena a él. El nieto cuando piensa en las pausas de su abuelo, piensa que eso le viene del campo. Pero su abuelo no es del campo. Y el nieto entiende que eso que llaman campo no existe. Deja la pava en la hornalla. Lava el mate y busca otro que esté seco. Parece un mismo silencio en el que reposan el abuelo y su nieto. El nieto mira por la ventana de la cocina mientras espera el agua. El abuelo espera en su reposera, con sus pensamientos. El nieto ve la esquina de la casa de enfrente. Las zanjas empiezan a llenarse. La basura no deja que el agua corra. Se distrae en la bolsa que flota y se contorsiona por las gotas que la golpean. Vuelve con la pava en la mano.

7

Hay en el aire ese olor metálico de la lluvia. Es el viento el que lo trae, y sacude y hace crujir la bolsa que contiene la torta asada.

-La puta, se viene.

El nieto levanta los ojos del mate. Increíblemente, el cielo liso y azul del mediodía, ahora, se ve blanco y esponjoso. Con el viento de lluvia las cosas parecen inquietarse, como si los objetos inanimados compartieran el mismo temor de las personas. Después, más tarde, cuando la lluvia sea un hecho y parezca aplastar las cosas, él mirará el limonero, verá la obstinación de las hojas en mantenerse firme ante cada golpe de gota, pensará en la fuerza de las ramas que sostienen los limones gordos y pesados, y sentirá por un momento que el árbol es real.

8

El aire frío de la lluvia se siente en los bordes de la galería.. El nieto ve caer las gotas gordas que se desprenden del techo. Tiene un color gris esa lluvia o cromado o plateado, el nieto no lo sabe muy bien. Ve el fondo del patio, ve cómo el agua –casi un enjambre- va aflojando el suelo. En un rato nomás será barro, piensa el nieto. El abuelo sigue con la ronda del mate. No es una lluvia de verano, es de invierno. Pero no hay temor. La cara violenta del arroyo al límite del desborde es un fantasma del pasado. Un recuerdo que revive los temores de las casas. El abuelo va a decir que antes cuando llovía uno se agarraba el huevo izquierdo o tocaba madera o se ponía a rezar. Ahora no. El arroyo aguanta. Pero por las dudas el abuelo se agarra el huevo izquierdo mientras chupa la bombilla. Lo único que se oye es la lluvia, la pava soltando el agua, la bombilla tronando, el crujir de la bolsa de torta asada.

Por momentos parece que va a aflojar esa lluvia de hierro frío. Sin embargo, retoma el repiqueteo a cada ratito, más fuerte.

-La puta que se largó

-Parece, nomá´.

Después el silencio, como si la lluvia no diera ganas de hablar, como si la lluvia sea algo para mirar calladito, como si la lluvia les hablara de un tiempo que amenaza regresar.

9

La calle Juan José Paso parece una bañera con agua sucia. Al querer cruzarla, el agua llega casi a las rodillas. Paró de llover pero el pronóstico amenaza. A mitad de cuadra, el anciano, ve un niño que corre como si llevara la noticia nueva.

-¿Qué pasa, chinito?

-Se viene el agua, don.

-Peeero no. no va vení´. Eso no rebalsa.

-Qué no, mire cómo está Juanjo.

Niega con la cabeza. Te digo que no, parece decir. El niño sigue su camino, inocente y ajeno al temor al agua.

El nieto, ante la evidencia del arroyo en las calles, duda de las palabras del abuelo. Algo se repite en el silencio de su cabeza: vendrá, vendrá. Pero el abuelo insiste en que no.

En la noche, algunos de los más viejos, sentirán en el cuerpo el temor antiguo de la inundación y los jóvenes saborearán algo que les parecía lejano y extraño, algo que nunca llegaron a sentir; el miedo.

10

La radio confirma la satisfacción del viejo. En sus ojos y en la boca que muestra la dentadura, el nieto ve las palabras que el abuelo no pronuncia. Te dije, eso no rebalsa. Con la soberbia y orgullo del perro viejo, del viejo bicho, el anciano se dirige a la galería, a paso lento y cortado, con la pava curtida en la mano. En la reposera, el nieto pone los ojos en el cielo. Un fondo celeste con manchas grises, oscuras. La presencia ausente de la lluvia, la imagen furiosa del correr del agua, aún los rodea. Pero el abuelo, la pava, el mate, los objetos, no participan. El alivio de las cosas contrasta con el residuo de aquello que en la noche y el sueño el nieto ha aprendido. Aun lo ronda una pregunta, aún lo siente en la boca: ¿vendrá el río?, ¿vendrá nuestro miedo?

 

*Profesor de lengua y literatura. Socio de la Biblioteca Popular Mariano Moreno de la Vecinal de Empalme Graneros. Dictó en la biblioteca talleres de literatura. La Vecinal Empalme Graneros celebró sus 100 años este viernes 25 de agosto. 

 

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