Este es un año muy importante para la historia de los y las argentinas. Podemos celebrar, por primera vez en nuestra historia, que hemos pasado cuarenta años ininterrumpidos de vida democrática.

Es cierto que existen deudas pendientes, que en estos años hemos pasado muchas crisis económicas, que tenemos el mismo PBI per cápita que hace 40 años, y que la desigualdad de los ingresos es similar a la de 1986. También es cierto que casi la mitad de la población vive en situación de pobreza, y alrededor de 6 de cada 10 niñas, niños y adolescentes (NNA), viven en hogares pobres.

Existen enormes deudas educativas, que nos golpean especialmente, porque es la tarea a la que hemos dedicado la vida. En nuestra provincia los NNA representan el 29% de la población y son el 40% de los pobres, y es sabido que las deudas representan la privación de un derecho y que la pobreza se roba la niñez.

En Buenos Aires, el 70% de su población vive en el 5% de su territorio, y hay distritos que en los últimos años han incrementado su población en 60 mil ó 100  mil habitantes, lo que hace muy difícil la tarea del Estado, que, con frecuencia, llega más tarde.

En materia educativa, creemos que los problemas más apremiantes son alcanzar la cobertura total en el sistema educativo (sobre todo en los primeros años y en el nivel secundario), lograr que mayor cantidad de estudiantes egresen, y sobre todo, mejorar los aprendizajes en todos los niveles y modalidades.

Dicho esto, pensamos que resulta necesario consignar lo que la sociedad ha hecho bien. No pensamos que nuestro país tenga una sociedad malograda, que reiteradamente incumpla sus objetivos, ni pensamos, como se ha escuchado, que “ningún argentino o argentina puede decir que la democracia le mejoró la vida”.

Es estimulante advertir que, en una sociedad agrietada y violenta, hemos conquistado un fuerte consenso a favor de la democracia como sistema político y de vida, la que se concibe como un bien supremo e indiscutible. No es poco.

Siempre apreciamos aquella expresión de Raúl Alfonsín, que aseguraba que con la democracia “se come, se cura y se educa”. No porque se hubiera satisfecho tamaño desafío, sino porque se incluía la educación como un valor primordial de la vida democrática.

Algunos datos a favor: en 1983 la ley prescribía 7 años de educación obligatoria, y ahora son 14, simplemente el doble.

En 1981 la tasa de escolaridad de la educación secundaria era del 42%y en estos años subió al 92%. Por su parte, en el nivel inicial, la escolaridad de la sala 5  en 1991 era del 45% y en 2023 roza el 98%. Hace 40 años, las salas  de 4 y 3 años eran casi inexistentes y las y los estudiantes universitarios pasaron de 300 mil a 2.5 millones.

Hemos logrado elevar al 6% del PBI la inversión educativa, existe una sólida legislación general sobre nuestro sistema, y también referida aspectos específicos, como Educación Sexual Integral, Educación Técnico Profesional, Centros de Estudiantes, cantidad de días de clases, protección de derechos, entre otros temas.

Hemos construido miles de escuelas, distribuido millones de libros y netbooks, creado universidades públicas, y los sectores más carecientes están cada día más presentes en las aulas del sistema educativo nacional, en todos sus niveles y modalidades.

Solo habremos de satisfacer las deudas con un Estado más activo, más presente, con más inversión en docentes, formación, oportunidades educativas, mejores edificios, tecnología y equipamiento.

En estos días la sociedad está decidiendo su futuro político, y si bien hay tres fuerzas con posibilidades, hay solo dos proyectos de país.

Formo parte de una tradición nacional, popular y latinoamericana que comenzó hace más de 200 años con nuestros Padres Fundadores. Manuel Belgrano decía: “Fundar escuelas es sembrar almas”; luego la ley 1420 de 1884, la Reforma Universitaria de 1918, la gratuidad de la Universidad de 1949. Venimos de ahí, somos esa sociedad.

Por eso, resulta muy impactante vernos envueltos en la discusión de una agenda dolorosamente regresiva que pone en entredicho la educación y la salud públicas, que alienta “vouchers” a partir de la dictadura del mercado, y que discute la memoria e intenta introducir el negacionismo, siquiera como posibilidad. A eso, decimos no.

No queremos la sociedad que nos proponen las versiones de una derecha que piensa en un Estado mínimo, que destruye las protecciones sociales, un sistema que “irradia indiferencia”, como decía Richard Sennett.

En ese marco es fundamental el papel de la educación, que sigue intentando construir sociedades más justas, más éticas, impidiendo que nos transformemos en subjetividades individuales, aisladas.

Hace falta repetir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo; la escuela enseña sin simplificar y aporta una matriz explicativa del mundo que incluye la necesidad de la justicia.

La escuela le enseña a la sociedad a pensar un futuro con todos adentro, incluidos, todos hermanos y hermanas sin discriminación, ni racismo, ni violencia. La escuela enseña a preferir la ley, y enseña el valor de la verdad.

A cuarenta años de la recuperación de la democracia argentina, asumimos errores y deudas, pero ratificamos que las pagaremos con más Estado, con más derechos, con más justicia e inclusión, con más educación.

*Educador, Director general de Cultura y Educación de la provincia de Buenos Aires. 

 

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