El Flaco Skay paseó sus rocanroles por Rosario y volvió a demostrar que es uno de los grandes músicos de la historia argentina. El espíritu ricotero hecho bandera flotó en el aire de un Metropolitano repleto.
El parque Scalabrini Ortíz se vuelve a llenar de esas bandas inconsolables que, tras la disolución de los Redonditos de Ricota en el convulsivo 2001, siguen a todas partes al Indio (ahora a sus herederos Fundamentalistas), a Skay y a Los Decoradores (la agrupación que formaron el saxofonista Sergio Dawi, el bajista Semilla Bucciarelli y varios músicos que en algún momento fueron parte de esa aventura piloteada por Patricio Rey). Los trapos, las remeras, las banderas, confirman que la magia sigue intacta y que las frases se siguen haciendo carne en miles de pibes y pibas, tal cual ocurría con los pibes y pibas de finales de los 70 y principios de los 80 y las generaciones que siguieron después. Esta vez es el turno del Flaco, “el corazón de Patricio Rey” como cantan las huestes en la previa de otra noche que promete ser especial. Y lo será.
Todo un palo
Skay arriba del escenario rejuvenece varias décadas. Se mueve como una suerte de gusano, repta, mientras hace gemir la viola (si esa guitarra hablara) y provoca el delirio de las masas. Se lo nota feliz (el pibe que fue no deja de jugar) y eso se traslada al público que salta y baila (mi amor) al ritmo de las canciones. De entrada nomás, tras el arranque demoledor con Suelo chamán, el espíritu de Patricio Rey sobrevuela el inmenso espacio del Metropolitano con El pibe de los astilleros y Nuestro amo juega al esclavo, a modo de popurrí y con esos acordes ya inoxidables. A lo largo de la noche, las bandas también delirarán con el poguero JiJiJi (a diferencia del Indio y de la última época de los Redondos, Skay nunca lo toca al final), La parabellum del buen psicópata, Todo un palo y Criminal mambo.
Los clásicos del Flaco también son muy bien recibidos por esos cuerpos que se encienden y contagian entre sí mientras se suceden –intercalados por algunas baladas que dan respiro al caníbal que hay en cada uno de los presentes– temas de la talla de Tal vez mañana, Aves migratorias, Oda a la sin nombre, Astrolabio, El golem de Paternal, Lejos de casa y Flores secas (¿cómo puede dedicarle semejante homenaje a un callejón y a la vez curtirlo porque nunca fue calle ancha ni avenida ni bulevar?).
Un poco de felicidad
A la salida del recital, y con las pulsaciones todavía a mil, El Eslabón recogió testimonios en las inmediaciones del Scalabrini Ortíz que seguía convulsionado y latiendo al ritmo de las canciones que ahora sonaban en los altavoces de los autos estacionados. “Escucho a los Redondos desde chica, primero por herencia familiar, por uno de mis hermanos, pero después también con mucho de descubrimiento personal, de las letras, de la música”, suelta Florencia, quien destaca que es la tercera vez que va a ver a Skay, que estuvo en el último show del Indio en Olavarría, en lo que asegura fue una experiencia “inolvidable e inexplicable”, y que también asistió a conciertos de Los Fundamentalistas y de La Kermesse (Los decoradores). Remarca que en todas esas oportunidades, a diferencia de cuando va a escuchar a otras bandas, le gusta ir un rato antes para “compartir la previa y vivir todo eso que se genera”. Tras destacar que “las mejores versiones de los temas de los Redondos son las que hace Skay”, y que le fascina “cómo mueve las piernas arriba del escenario, como si fueran dos serpientes” concluye: “Me gusta disfrutar primero desde atrás para ver las banderas, la gente saltando, y después ir yendo cada vez más adelante. Todo un palo fue el momento más lindo de todos los recitales de mi vida y se notaba que él también sintió algo parecido. Ese abrazarse con cualquiera y sentir que la vida vale la pena es lo que me llevo de esta noche”.
Martín recuerda que vio por primera vez a los Redondos en Córdoba, “aunque los venía escuchando y mucho desde muy chico” y tira una anécdota imperdible: “Cuando fuimos a ver al Indio a Olavarría se nos fundió la camioneta y cuando vino la grúa, en vez de volver o llevarla a arreglar a algún pueblo cercano, lo hicimos ir hasta Olavarría porque no nos íbamos a perder el show ni locos”. Martín admite que “a Skay al principio no le daba tanta bola hasta que un amigo me convenció de ir” y que ahí sintió perfectamente eso de que “la magia se produjo cuando se conocieron con Skay y empezaron a hacer música juntos. Porque en sus recitales escuchás la esencia de los Redondos, lo mismo que cada vez que viene la Kermesse”.
Lisandro, por su parte, confiesa que “aunque me gustaría que toque más temas de los Redondos entiendo que tiene que tocar los suyos porque es una nueva propuesta”, y reconoce que fue a ver a los Redondos y al Indio pero no a Los Fundamentalistas porque no le gusta que toquen los temas de los Redondos sin Skay y los del Indio sin el pelado cantante. De los shows del Flaco explica que le gusta “esa intimidad que se da al no haber tanta multitud”, y asegura que “cada vez que toca lo voy a ver porque lamentablemente es finito el número de veces que lo pueda seguir yendo a escuchar. Es un nervio, el cable que va del cerebro al cuerpo”.
Por último, Bruno, oriundo de Larroque, Entre Ríos, pero con larga residencia en Rosario, cuenta que “es la primera vez que lo veo a Skay y me encantó”, y argumenta: “Me fascinó el recital, la gente, la previa, pero lo que más me impactó es la mística que el tipo despliega en el escenario. Se lo ve muy apasionado y esa pasión la transmite, te llega y te conmueve. Genera como una cercanía con el público y se nota que disfruta de la misma manera que los que estamos abajo. Y teniendo en cuenta la edad que tiene y cómo se mueve y entrega, todo eso te hace quererlo aún más”.
Dos días después del show, en su cuenta personal de Instagram, el Flaco sentenció: “Nos olvidamos de todo por un rato, no?”, y resumió lo que sentimos todos los que estuvimos en el Metropolitano en esa noche especial que no nos quisimos perder.
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Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 30/09/23
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