Yo no sé, no. Desde temprano una chicharra que estaba en el paraíso de Pasaje Y (hoy Laprade) y Rivas nos anunciaba con su chicharreo que el calor iba a seguir por lo menos un par de días más. Ese anuncio a nadie le caía bien, sólo Manuel estaba de buen humor. Cuando le preguntamos por su optimismo, nos dijo: “Miren, hay que aguantar un par de días, a lo sumo una semana, y esto empieza a darse vuelta, el calor insoportable se cae, empieza a llover y nuestra suerte cambia”.
Recién cuando venía de la quinta, cuando pasé cerca de la laguna que está al lado de Uriburu escuché a las ranas cantar con todo. Para mí se habían sumado los cuises, sapos y culebras a un llamado o anuncio de lluvias. Luego de unos cuantos chaparrones, la cuestión de tener los bolsillos vacíos empezará a cambiar.
Ahí nomás se empezó con las preguntas: “¡José, imaginate un toquito de billetes en los bolsillos, ¿en qué los gastarías?” José, sin dudarlo, le dijo: “En una plomada y un buen nivel para el laburo. Aparte, un par de líneas con unos buenos anzuelos para cuando voy para el lado del Mangrullo”. Raúl le dijo que de tener plata ya iría al fliper que estaba por Mitre, pasando San Lorenzo, y después se iría a los juegos del Parque Independencia. Carlos se gastaría la plata en una chomba de piqué de color arena, que había visto en el centro. Huguito, el más chico de todos, dijo que de tener plata la gastaría en La Furia (una potranca recién nacida hija de la Morocha) para verla trotar y no solamente tirar de un carro como la madre. El Colo dijo que él había visto a uno que vivía por Biedma que tenía unos trompos fantásticos, entre ellos dos trompos chanchitas, uno de Central y otro de Ñuls, y que se las compraría para hacer de vez en cuando unos clásicos detrás de la capilla Santa Isabel de Hungría. Juancalito quería la plata para viajar. Cuando le preguntamos a dónde, respondió: “Por acá nomás, con el 15 o el 52. Lo que estoy necesitando son dos capicúas, uno para pegarlo en el álbum de figus que se viene y el otro para el cuaderno de matemáticas de sexto, que ando flojo”. Tiguín se gastaría la plata en comprar unos rulemanes para preparar él mismo un piñón para su bici. Pedro dijo que la plata la gastaría en nalga especial, esa nalga especial que promocionaba la carnicería que estaba pegada a la casa de Graciela y la Susi. Ahí un cartel decía “Nalga especial, para milanesa”.
Pasaron unos cuantos días con un calor bravito hasta que una tarde, cerca de la Vía Honda, vimos a La Furia que empezó a trotar y hasta se pegaba unos galopes cortos relinchando, al mismo momento vimos cómo el bicherío de la laguna de las ranas arrancaba con un fuerte canto, llegamos a suponer que Manuel tenía razón: era un coro no sólo de ramas sino también de cuises, sapos y culebras. Al otro día llovió casi todo el día. A la tarde siguiente aprovechamos que el pronóstico de calor se había caído y encaramos para el Cilindro. Mientras José nos mostraba unos anzuelos, Manuel nos dijo: “¿Vieron que la cosa no está tan brava?”
Y algo de razón tenía. Raúl, con las propinas del laburo, tenía para encarar el fliper y los juegos; Huguito tenía una sonrisa de oreja a oreja por ver a La Furia trotar; a Carlos le aumentaron al doble las horas extras y tenía para la de piqué; Juancalito, que si bien no tenía todavía ningún capicúa, nos mostraba un boleto al que le erró por uno, y con optimismo nos decía “es como haberle pegado al palo, la próxima la emboco”; Pedro le dijo a Manuel (que en ese momento se acomodaba el jopo con perfume a glostora lavanda): “¡Vos dijiste que la cosa mejoraría, pero para la milanesa todavía no hay!”. Manuel le respondió: “¡Y bueno, la nalga especial no es barata. Con los buenos augurios de las lluvias y el bicherío no alcanza”. Habrá que hacer algo más.
Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 10/02/24
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