Yo no sé, no. Manuel llegó hasta detrás del arco que daba a Quintana –donde estábamos sentados mirando un partido desafío de los de Biedma con unos de Carlos Casado– a decirnos que estaba preocupado por lo que le había dicho una gitana cuando le leyó las líneas de la mano: “Veo que si no te esfuerzas, no habrá días coloridos ni para vos ni para tu familia”. Y Manuel agregó mirándonos: “Ustedes son mi familia”. José, Raúl y Carlos lo calmaron diciéndole que, con el cobro de la primera quincena (los tres trabajaban en la fundición del Pelado que estaba por Lagos), les estaba alcanzando para pagar la deuda que teníamos todos en bizcochos, y para ponernos al día con la deuda en fichas del metegol y del honguito que estaban cerca de la panadería Santa Isabel. A Tiguín y a Pedro, que por la tarde trabajaban en una verdulería chiroleando chiroleando, esa primera quincena de febrero les había alcanzado para pagar una parte de la inscripción del equipo a un torneo en la cancha de Acindar que comenzaría en marzo. Pií, con las horas extras de ayudante de albañil, juntó para dejar señada una hachita y un pequeño serrucho porque quería –aparte de hacer mejor los revólveres y las pistolas– construir un Metegol de madera. A Manuel, mientras tanto, apenas le alcanzaba con las propinas de los mandados para cuatro papeles de barriletes y una madeja de hilo. “A lo mejor la piba (por la gitana) es muy joven y todavía no la ve o no sabe leer el futuro”, nos dijo Manuel, mientras sacaba un paquete de cigarrillos HF que tenía en las medias.
La segunda mitad de febrero había arrancado junto a la cuaresma, a la que sólo Tiguín nombraba porque había sido monaguillo, y para preocuparlo más a Manuel le decía que había comenzado un periodo de ayuno, y no sólo de carne, y que también habría una ausencia de alegrías y de colores. Manuel, al escucharlo, pensó que las ciruelas que estaban cerca del callejón para la segunda quincena no serían ni rojas ni verdes, serían incoloras.
A la otra semana, un sábado después de ver tres pelis a colores en el Sol de Mayo, mientras comíamos una gran sandía correntina al lado de la cancha de Cilindro, le dijimos a Manuel que por cómo venía esa segunda quincena la situación no había empeorado. El Manu, mientras se limpiaba la trompa y nos mostraba una docena de pinturitas cortas, nos dijo: “Ya sé, la gitana no es que se equivocó o no la vio, la volví a encontrar y le mostré esta mano”. Eran casi las 9 de la noche y Manuel nos mostraba las líneas coloreadas de la palma de su mano izquierda.
Nota publicada en el semanario El Eslabón del 17/02/24
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