Apenas se difundió la noticia de que la vicepresidenta de la Nación y presidenta del Senado, Victoria Villacruel, les negaba los fondos para viajar al equipo de estudiantes que logró clasificar para la Olimpíada Internacional de Matemática, no sé por qué me acordé de María del Carmen Bartoloni. Entre tantas maestras y profes que trabajaron (y trabajan) en estas olimpíadas fue la primera que recordé.
María del Carmen se unió a la Olimpíada Matemática Ñandú (la versión de la primaria de esta competencia) a inicios de los 90. En 1992, para ser más precisa. Fue cuando se jubiló como maestra en la Escuela N°60 Mariano Moreno. Como secretaria de la Ñandú hacía un verdadero trabajo cuidado y silencioso. La recuerdo llegando al diario con la lista de las chicas y los chicos ganadores, divididos por niveles (5°, 6° y 7° grados), en los primeros puestos, y el pedido encarecido de “por favor nombrarlos a todos”. Eso significaba también a quienes habían recibido menciones. Ahí comenzaba otro desafío al interior del diario: el del espacio en la edición impresa. Había que demostrar que esa chorrera de nombres de pibes y sus escuelas que no eran los primeros de la competencia pero habían sido “mencionados” eran tan importantes como los ganadores. Esto se repetía con cada instancia de la olimpíada: las escolares, las zonales, las regionales, las nacionales…. Lo mismo pasaba con la versión olímpica del secundario.
María del Carmen celebraba cada nueva escuela que se sumaba a las Ñandú. Pero más si entre las y los premiados había chicas y chicos de aquellas “que nunca aparecían en nada, de nada”. “Fijate este nene, arrancó solito con su maestra y ahora va a la nacional”, decía de fulanito con infinita alegría. De cada uno conocía su historia. Todas y todos se llevaban su diploma de participación, que a esa altura era como un pasaje para seguir siendo un o una olímpica de los números.
Que la Ñandú llegase a más escuelas era una preocupación constante de María del Carmen.
“Es aprender una matemática divertida, que te invita a pensar, a saber que hay diferentes maneras para resolver los problemas, que es distinta a la que aprendés todos los días en la escuela”. Más o menos con esas palabras explicaban las chicas y los chicos por qué les gustaba tanto participar de estos desafíos matemáticos. Eso sí, en lo que coincidían sin más vueltas en esas entrevistas y era lo primero en nombrar es que las olimpíadas eran la oportunidad de “hacerse de amigos, de encontrarse, de conocer otros lugares”. En esa humanidad del conocimiento estaba el verdadero triunfo.
Puedo afirmar que esa variable afectiva siempre estuvo y está presente en cada charla con las chicas y los chicos olímpicos de todas las disciplinas y niveles. Nada más hermoso de escuchar y compartir. (Aspecto que nada tiene que ver con el absurdo marketing de las emociones promovido por el macrismo y los ignorantes libertarios).
El tiempo dedicado a “entrenar” para estas competencias de los números es otra historia. Las chicas y los chicos van a talleres fuera del horario escolar, se reúnen, y hay detrás maestras en ejercicio y jubiladas que ponen su tiempo para que la olimpíada funcione. Y cada tanto se suman las y los estudiantes más grandes, que dan una mano en esta práctica. Una verdadera ingeniería de trabajo docente que vendría muy bien siempre reconocer. Y ya que estamos, recuerdo que muchas veces tenían que hacerle entender a la burocracia ministerial que les reconocieran el día de trabajo cuando se abocaban a estas olimpíadas. No sé cómo corre esto en tiempos de Pullaro, pero seguro que el presentismo (al que el gobierno llama Premio a la Asistencia Perfecta) lo pierden.
“Poné también que se agradece a las cooperadoras escolares, que son las que nos apoyan siempre”, pedía María del Carmen para que por favor en la crónica periodística no me vaya a olvidar de nombrarlas. De allí venía la plata para recibir a las chicas y los chicos olímpicos con una rica merienda o ayudar con los pasajes y las fotocopias de las pruebas.
Con los años esas hojas prolijas escritas a mano o a máquina se convirtieron en correos electrónicos con la misma información detallada de las y los ganadores olímpicos. María del Carmen contó alguna vez en una entrevista para el 11 de Septiembre que se había comprado una computadora, y que estaba aprendiendo a usarla. Claro, también para seguir apoyando a las olimpíadas.
Yo no sé qué Prueba Pisa o Aprender registra todo este intríngulis precioso de enseñanzas y aprendizajes, pero qué bueno sería aprovechar más esta cocina pedagógica de las olimpíadas.
Este martes por la noche corrió la noticia de que “gracias a la generosidad de muchísimas personas” se logró reunir el dinero para los pasajes. El equipo olímpico (que integra además un estudiante rosarino) podrá viajar al Reino Unido para participar de la Olimpíada Internacional de Matemática (del 11 al 22 de julio próximo).
Son los fondos que Villacruel les negó con el argumento repetido de La Libertad Avanza: “No hay plata!” Que suena como una sentencia si se trata de la educación, la salud, la comida o el cuidado de las infancias, pero nunca es un límite para los viajes del presidente de la Nación, Javier Milei, a cualquier lugar del mundo para recibir premios particulares o de dudosa procedencia y para que su hermana Karina, la secretaria general de la Presidencia, haga turismo. Vale recordar que desde hace 10 años, el financiamiento para estos certámenes internacionales (de distintas disciplinas) los aporta el Senado de la Nación.
El recorte de fondos para sostener las olimpíadas es apenas un ejemplo, entre tantos otros, de que la educación no parece ser tan “esencial” como insisten en calificarla desde este gobierno libertario y sus allegados (con el solo fin de limitar el derecho de huelga).
Durante años las y los estudiantes argentinos nos han dejado en el mejor lugar de los podios olímpicos. Han conquistado medallas de todos los colores, incluidas las menciones y diplomas honoríficos. Lo mejor de todo, las historias que escriben en las aulas, con cientos de maestras, maestros, profesoras y profesoras, como María del Carmen, haciendo siempre escuela pública.
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