Yo no sé, no. “¡Máquina! ¡Máquina, tirá el centro, máquina!”, le gritaba Raúl a un flaco medio desganado al caminar, tanto que a veces parecía no llegar hasta la cancha que se detendría. Pero, cuando ya en el partido, en la primera pelota que agarraba se lo veía rápido en las gambetas como en los desbordes por las dos puntas, y como era nuevo en el barrio, muchos no se acordaban del nombre. Por eso lo empezamos a llamar Máquina. Era costumbre a los que pintaban ser buenos llamarlos así.

El flaco lo sabía y se agrandaba más cuando así le decíamos. Cuando jugábamos contra el Trébol (otro equipo del barrio) el espectáculo lo daba uno de los centrales de ellos , que sin ser tan alto, tenía por costumbre rechazar con una tijera después de un salto a la altura del marote de cualquiera. Algunos decían: “Cualquier día veremos la última media tijera de éste, porque se va a matar”.

Una tarde Tiguín y Manuel estaban como suplentes con la cara larga. Era un sábado y faltaban unos minutos para la inauguración de una nueva peluquería que iba a regalar a los cinco primeros en llegar un corte de pelo a navaja. Manuel se quería ir para el lado de esa peluquería y no lo dejamos. Tiguín, por el contrario, estaba como perdido mirando para el lado de la quinta. Ahí uno estaba desmalezando con una guadaña y en un momento dijo: “Manuel, vamos la semana que viene, a ver qué onda con el corte a navaja, me entraron unas ganas de experimentar el peligro… mirá si el peluquero falla y te pega un guadañazo”. A Manuel no le causó gracia, pero se le fue la bronca y se preparó para entrar a jugar.

La máquina hormigonera de José parecía siempre nueva. Era toda roja y tenía una calco de un jugador de nuestra selección haciendo una tijera. José, durante los partidos que jugaba la albiceleste, la ponía a andar. Decía que las vueltas y vueltas que daba ese jugador de la calco le llegaría al equipo y entrarían a jugar repila.

Carlos, esa semana, se enteró por boca del flaco Siso que en la metalúrgica que estaba por San Nicolás habían bajado una inmensa máquina. La duda que tenía Carlos era si la máquina mejoraría la producción de aberturas y las condiciones de trabajo o si venía a suplantar trabajadores y dejaría gente afuera. Cheño, ese sábado de cobro de quincena, nos decía que me iba a comprar unas botitas negras, pero no llegó después de los anuncios económicos del gobierno: “Una tijera pasó por las horas extras y por mi quincena”.

Pedro le dijo a Pichi: “Mirá, cuando se piante el de las tijeras de podar le chiflamos a las pibas que nos encontramos en la plaza”. El de las tijeras de podar era el padre de Laura y Eva, las dos de Barrio Acindar. Juancalito estaba rechocho con esa navajita escolar que suplantaba al sacapuntas de plástico. Una tarde le empezó a dar a un lápiz amarillo y negro, le navajeaba la punta.

Era sábado, casi las nueve de la noche. Sentimos que cerraba la nueva peluquería (la del corte a navaja) y que pasaba el sonido del flautín del afilador que andaba por Crespo, hasta que el viento se detuvo –el aire parecía estar cortado por algún filo invisible–, se empezó a oír más fuerte el ruido a las “máquinas del agua” (así llamaba Manuel al bombeador eléctrico; era hora de bañarse) y Juancalito nos mostraba su dibujo: una piba con el pelo corto con un corte a la navaja. Eran casi las 11, la luna aparecía cortada por la mitad y nosotros andábamos con la opinión también cortada en dos. Unos decían que la piba del dibujo se parecía a Liza Minelli; otros, a Jane Fonda en Vietnam.

Publicado en el semanario El Eslabón del 20/07/24

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