El asesinato de Pillín, jefe de la barra de Rosario Central, abre interrogantes y preocupa al gobierno provincial, que salió a bajarle el precio al hecho.
El asesinato del jefe de la barrabrava de Rosario Central, Andrés Pillín Bracamonte, supone –entre otras tantas cosas– el fin de un liderazgo regulador de las ilicitudes y violencias que rodean a esas asociaciones que, alguna vez, reunieron a hinchas más preocupados por los resultados, el juego y el acompañamiento a su equipo que por prosperar económicamente y acumular ese prestigio que se valora –aunque no sólo– en los márgenes sociales. El gran interrogante que se abre, por ahora sin respuesta, es qué efectos provocará el crimen del jefe que durante dos décadas mantuvo en cierto orden lo que, por su naturaleza ilegal, convoca al desbarajuste. La barra de Newell’s es, por contraste, el mejor ejemplo. Y, también, si la caída de Pillín provocará un derrame sobre el resto del “equilibrado” universo delictivo de la ciudad del que se vanagloria el gobierno provincial. La Casa Gris –que coordina sus decisiones en materia de seguridad con la de color rosado– salió rápidamente a afirmar que se trató de un episodio circunscripto a los paravalanchas canallas. El propio gobernador, Maximiliano Pullaro, dijo durante la reunión de la Junta Provincial de Seguridad que decidió mantener el encuentro y realizarlo en Rosario “para también poder llevar un poco de tranquilidad”. Sostuvo que “hemos avanzado muchísimo en una problemática que nos golpeaba fuertemente en la provincia de Santa Fe” y, por eso, “lo quiero poner en valor, porque si no parece que cualquier hecho, por más significativo que sea, desestructura la política de seguridad”. Quién lo sabe.
A mediados de 2018, Rosario sufría una de las cíclicas olas de homicidios que padece desde hace alrededor de una década. El ministro de Seguridad, entonces, era el ahora gobernador: Maximiliano Pullaro. Un funcionario de su cartera que estaba a cargo del análisis de la información criminal, contó a El Eslabón en aquella oportunidad –en la que Los Monos, Alvarado y las organizaciones criminales más pequeñas comenzaban a fragmentar el mercado del narcomenudeo y la violencia– los “beneficios” de contar en Rosario con lo que llamó una “banda regulada” como la barrabrava de Rosario Central.
Su líder, desde hacía más de 15 años, era el ahora asesinado Bracamonte, quien no enfrentaba causa judicial alguna. ¿Para qué patear el hormiguero, si estaba organizado?
Por dos cuadras
Seis años después, el jefe de esa organización con rasgos y actividades ilícitas pero autorregulada, fue asesinado a tiros a pocas cuadras del estadio de Rosario Central mientras, aparentemente, “levantaba” la recaudación de las actividades colaterales del espectáculo deportivo.
Desde 2018 tenía restringido el ingreso al Gigante de Arroyito, lo que no constituyó un obstáculo para la continuidad de su liderazgo. Que, entre otros “beneficios”, aportaba tranquilidad en las tribunas, ausencia de robos, escasas peleas y organización.
La mejor explicación sobre ese asunto la brindó el propio Bracamonte, en una entrevista con el periodista Germán de los Santos, que se publicó en el diario La Nación un día después del crimen.
“Rosario quedó llena de sangre porque son todos unos descerebrados. Todos se creen Pablo Escobar, y están todos presos o enterrados”, dijo Pillín en ese diálogo periodístico.
Para el jefe de “Los Guerreros”, quienes en los últimos años ejercieron la violencia desmedida como lenguaje común de actividades ilícitas y rentables, “nunca entendieron el negocio y se empezaron a matar por el control de dos cuadras”. Claramente lo que ocurrió en Rosario.
“¿Cuál es el negocio si terminás en el cementerio o en la cárcel, que es lo mismo? Durante mucho tiempo nadie puso un freno a esto”, dijo Bracamonte. “Para estar en esto tenés que ser un pesado, pero eso no quiere decir que te tengas que convertir en un psicópata. Yo me sigo agarrando a trompadas, pero jamás ordenaría que maten a un chico. En Rosario se rompieron códigos que hicieron que todo se vaya a la mierda”, abundó en la entrevista
Su ausencia –aun cuando todavía no se sabe quién lo mató y por qué motivo, lo cual no es menor– abre un interrogante que es el del destino que tendrá esa “banda” hasta ahora “regulada” por su pericia y capacidad de hacerlo.
Como ya se sabe, Bracamonte tejió durante las últimas décadas lazos con la familia Cantero, el clan originario de zona sur que lidera la banda Los Monos, visitó en la cárcel al archienemigo de esa organización, Esteban Alvarado, se codeó con policías, dirigentes deportivos y sindicales.
Al ser detenido en 2020 en una causa por lavado de dinero dijo que era un empresario, a pesar de que todo el mundo lo conocía como jefe de la barra canalla. De hecho, lo era. Tras las huellas de las sociedades a su nombre o las que tenía con testaferros fue el fiscal Miguel Moren para imputarlo por ese delito. Antes de su asesinato, enfrentaba otra causa judicial, por violencia de género.
Bajarle el precio
La frecuencia del tic nervioso del ministro de Justicia y Seguridad, Pablo Cococcioni, durante la conferencia de prensa del lunes posterior al doble crimen del sábado a la salida de la cancha –también fue asesinado otro barra y delegado del gremio estatal UPCN, Daniel Attardo–, pueden interpretarse, al menos provisoriamente, como un signo de la inquietud oficial sobre el asunto.
El funcionario se preocupó en aclarar, una y otra vez, que el objetivo del gobierno consiste en no dar marcha atrás con los casi milagrosos logros obtenidos en materia de disminución de homicidios en poco más de seis meses. No es para menos, se trata del ancho de espada de la gestión de Unidos.
Sin embargo, la preocupación por aclarar que no existen razones para que eso ocurra, es justamente lo que despierta las dudas al respecto.
Nadie en la ciudad quiere regresar a aquel pasado reciente y ominoso, pero el asesinato de Pillín pone en tensión la sustentabilidad del programa de seguridad que logró el “milagro rosarino”, cuya brusca y rápida caída de la tasa de homicidios no encuentra antecedentes históricos.
El propio gobernador decidió salir a hablar ese mismo lunes, cuando los temores sobre un rebrote de violencia hegemonizaban la conversación pública.
En el mismo tono que el ministro, señaló que el asesinato del que todos hablaban no debía opacar las políticas de seguridad y afirmó que “la baja de la violencia que estamos viviendo en la provincia y la baja del delito, en un contexto de recesión económica, es única”.
“Hemos avanzado muchísimo en una problemática que nos golpeaba fuertemente en la provincia de Santa Fe”, sostuvo el mandatario durante la reunión de la Junta Provincial de Seguridad. Y señaló que el doble crimen en las afueras del estadio de Rosario Central no debe eclipsar ese progreso: “Y esto lo quiero poner en valor, porque si no parece que cualquier hecho, por más significativo que sea, desestructura la política de seguridad, que se enmarca en un plan y un programa de seguridad, que tuvo acompañamiento pleno y mucha confianza de los diferentes poderes del Estado”.
A una semana del homicidio de Bracamonte, a diferencia de lo ocurrido con otro asesinato trascendente, como el de Claudio Pájaro Cantero en mayo de 2013, no hubo un rebrote violento inmediato.
El diputado provincial y periodista, Carlos del Frade, formuló esta semana una pregunta por ahora inquietante: “¿Cómo se reemplaza a semejante fusible que no es cualquier persona?”.
“Pillín comenzó a convertirse en una expresión individual de la enorme cantidad de negocios que encuentran en la geografía rosarina un lugar fantástico para lavar dinero. Desde el narcotráfico a las extorsiones e incluso a la venta de jugadores como la de Di María cuando en el 2007 pasa al Benfica”, dijo el legislador en una entrevista con Radio Universidad de Rosario.
También dijo hay que investigar por qué hubo una “zona liberada, con corte de luz, una policía que no actúa y un grupo de sicarios que responde a la banda de Los Menores que, a su vez, tienen relación con Esteban Lindor Alvarado”.
Los primeros pasos de la pesquisa apuntan, también y aún sin mucha claridad, hacia una pata policial de una jefa de seccional cuyo hermano pertenece a la barra Canalla. Por ahora son conjeturas.
Para Del Frade, por “esa inmensa cantidad de dinero que manejaba Bracamonte, hoy existe gente que se quiere quedar con este dinero y ahí comenzará otra lucha”. Deseó que “ojalá no suceda algo parecido a lo que pasó cuando mataron al Pájaro Cantero, el barrabrava de Newell’s Old Boys, pero no hay que descartarlo”.
Publicado en el semanario El Eslabón del 16/11/24
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