“Alivio mundial: el Senado aprobó el rescate”, fue el título de tapa –“en letras de molde”, diría Cristina– de la edición del jueves pasado del diario La Nación. Pavada de definición la del matutino de los Mitre y su Escribano. Pasto fresco para las disquisiciones del Señor I que, por lo pronto, no cree que “el mundo” sea algo tan sencillo como para usar de sujeto en una frase periodística.

Como la duda es la jactancia de los intelectuales, el Señor I duda, y entonces emprende una recorrida por diversos medios de comunicación de los Estados Unidos, para comprobar si esa particular percepción local expresada por el diario mitrista coincide con la de allá, la del lugar de los hechos. Y no, no coincide, y entonces el Señor I pasa de la duda metódica, cartesiana, del investigador, a la furia indudable del hincha del fútbol ante un referí bombero. Porque allá las cosas se ven en toda su jodida complejidad, y porque resulta que ni George Bush está tan optimista como Escribano, y tuvo que salir a explicarle a la población que el salvataje es indispensable para el futuro de su país. “Creo en la libre empresa, pero en determinadas circunstancias tiene que intervenir el Estado”, dijo Bush este sábado en conferencia de prensa desde los jardines de la Casa Blanca. Respondía, por un lado, a la indignación generalizada por la injusticia feroz, esencial, profunda, de un plan de salvataje que parece inspirado en nuestro Domingo Cavallo. Y además, por otro lado, Bush intentaba hacer callar a los que lo macartean tildándolo de rojo. Debe tenerle miedo a la CIA y el FBI, seguro. Y todo por no leer el diario de los Mitre. Porque allá, a diferencia de nuestros alegres neoliberales, están preocupados. Los testimonios que muestra reiteradamente por estas horas CNN en español son coincidentes. “Esto beneficia a los ricos, pero los trabajadores vamos a pagar el pato”, afirma un hombre de mediana edad, mexicano nacionalizado estadounidense, en plena Quinta Avenida de Nueva York. “Va a faltar presupuesto para los hospitales”, agrega una mujer portorriqueña en la misma avenida. Idénticas dudas y temores expresan el New York Times y el Washington Post, para no mencionar los discursos de los legisladores que votaron en contra, que tampoco leen La Nación, y eso se les nota che.

Harto ya de estar harto el Señor I quiere hacer propuestas, y ya se puso a redactar una carta de lectores para enviar a la revista estadounidense de análisis político The Nation, que pese al nombre no es la versión estadounidense de La Nación.
La misiva empieza así: Pero señores: Dejen de tirarle pálidas al bueno de George, dejen ya de decir (cito vuestra última edición) que la crisis financiera ha sido el final de “la fantasía del libre mercado” (a no ser que el diccionario me deje a gamba y “free market fantasies” signifique otra cosa). Señores, ayuden a su país y desdíganse: ¿Qué es eso de “la necesidad de reconocer que el viejo sistema ha muerto para construir uno nuevo, más equitativo?”. ¿Qué les pasa boys? ¿No leen La Nación, la de los Mitre?

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