El puente que une a Río de Janeiro con la ciudad de Niteroi tiene 19 kilómetros y todos en Brasil dicen que es la mayor conexión sobre el mar de todo el mundo, aunque ya hay quienes plantean que en Hong Kong hay un puente que lo está empardando. Problema de ellos. Lo más importante es lo que se ve por estos días desde ese puente cuando uno lo recorre. Mientras hace apenas dos años sólo se podían observar barcos turistas, de carga, ferrys que cruzan a gente que trabaja en una u otra ribera y los típicos catamaranes que iban y venían, ahora se ve, reinando sobre todo eso, una larga hilera de barcos y plataformas petroleras tiradas por pequeñas barcazas que esperan para entrar a los enormes astilleros de la Petrobrás y así ser reparados. El boom del descubrimiento de pozos petroleros en el litoral marítimo de Brasil hizo que proliferara la industria de astilleros y la de construcción y reparación de plataformas de extracción, lo que genera a este cronista algo de envidia por lo que podría estar sucediendo en la Argentina si YPF hubiera podido quedar en manos del Estado, o si volviese a estar en esas manos.

Por supuesto que el Estado de Río de Janeiro no ofrece sólo esas vistas con aroma a economía política. En la inmensa Niteroi, en una mañana algo nublada, en una zona algo desolada pero con una magnífica vista que da a Cobapacabana y Leme, un señor cuarentón, levemente entrado en carnes, decidió que ya era hora de dejar de disimular y de hacer una producción fotográfica a su medida y poder contar con un book.

El equipo fotográfico estaba integrado por tres personas que se notaba eran profesionales. El típico paragüitas para la luz, buenas lentes, indicaciones de posos y ángulos para aprovechar el esquivo sol animaron al tipo, que rápidamente fue poniéndose plumas, trajes de lentejuelas, pelucas y hasta un busto postizo que lo transformó en la verdadera drag queen que siempre soñó. Entre cambio y cambio de ropas de pronto él decidió perder toda sensación de vergüenza y, luego de quedarse en slips y medias caladas, se calzó un traje y un sombrero tipo Carmen Miranda. Ahí pareció desatarse del todo. No se escuchó bien lo que dijo, en un portugués que sonó a más bien a Berazategui, pero uno se lo imagina sin problemas: “Chau, papá, ésta soy yo, que me vienen a joder”. Y le tiró un beso al foco de la cámara.

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