Estamos casi sobre el Bicentenario y por todos lados se preparan recordatorios, actos y celebraciones. Algunos aprovechan la volada y la castigan a la pobre Cristina. Todo está tan, pero tan mal, que cuando fue Centenario, hace un siglo, estábamos mejor que ahora, dicen.

Y desde su punto de vista, vamos a ser sinceros, tienen razón. Hace un siglo, a la manija la tenían ellos. Que épocas aquellas, las familias viajaban a París y se llevaban la vaca en el barco, para que los chicos tomaran la leche fresquita a las cinco de la tarde.

Allá en la ciudad de las luces, lejos de la chusma criolla y los anarquistas italianos y gallegos que habían llegado a estas costas para alborotar el gallinero, ellos tiraban manteca al techo.

Que tiempos aquellos, gobernaba gente fina y delicada, no como ahora. No había moyanos ni cristinas. Eramos “el granero del mundo”. Nada de sindicatos molestando por paritarias, que salario familiar ni vacaciones ni que ocho cuartos.

En esa época no habia retenciones, la peonada sudaba de sol a sol y dormía en el suelo de los galpones. En los talleres, los obreros trabajaban doce horas diarias y si eran chicos mejor, menos mañeros. ¿Asignación universal por hijo? por favor, ahora los pobres se aprovechan de los impuestos que pagamos los ricos. Estamos mucho peor.

Antes si, eramos el granero del mundo. Y sin un estado ineficiente y metido para mantener. Todos los que gobernaban eran hombres de negocios, gente de campo que hacía el país y de paso, negocios. Y para mejor, tampoco había que someterse al escarnio del voto, meta fraude y a la bolsa. Así era en mil novecientos diez, épocas de gloria para algunos, pocos, y añorada también hoy, por varios.

Que cosa el “granero del mundo”. El Peludo Yrigoyen había sido derrotado en su revolución de febrero de mil novecientos cinco, estaba prófugo y proscripto. Lucha armada y abstención electoral mientras gobierne la oligarquía fraudulente, vociferaba el Peludo. Que lenguaje setentista el del tipo, un adelantado en eso de la crispación.

Mientras los dueños de la Argentina festejaban con ademanes afrancesados el centenario, Yrigoyen masticaba tierra en algún rincón y planeaba la revancha. Y los anarquistas y socialistas salían a la calle pidiendo huelga general por mejoras en las condiciones de trabajo. ¿Juicios laborales?, balas y palos. El Centenario se celebró con estado de sitio. Y como el criollaje se prendía al espíritu de los tanos anarquistas, se sancionó una ley que incluía a los nativos en los castigos represivos a los retobados.

Así era el “granero del mundo”, mis amados educandos. Aunque la seño solo cuente la parte de la Infanta de Borbón y los festivos almuerzos en la Recoleta.

Que bueno no ser ya el granero del mundo. El Peludo ganó la revancha, terminó con el fraude y fue presidente. Pero era muy crispado el tipo; y a la larga lo voltearon. Igual, el poblerío había ganado unos metros, había corrido un poco la raya. El estado como poco más que una oficina de negocios para los dueños del país, con un ejército sumiso y obediente, había comenzado a transformarse en otra cosa.

Después vendría el peronismo, para dar el golpe de gracia al vergonzante “granero del mundo”. Pero si anarquistas y socialistas eran retobados, si el Peludo era crispado, el General y Evita eran recontramil crispados. Y entonces, otra vez el golpe y la proscripción, palos y balas. Tanto esfuerzo derrochado, tanta energía malgastada para volver al granero del mundo. Y siempre un peronista o un radical que les arruina la fiesta.

Hubo un turquito y un pelado, que casi les hacen realidad los sueños, el “menemdelaruismo” fue una sola cosa, hagámonos cargo también de nuestros hijos extramatrimoniales.

Y así llegamos al Bicente(nario). Algunas cosas cambiaron, por suerte, y otras no. Un dedito en el bolsillo de los que más tienen, genera reacciones más sobrias que antaño. Se ha perfeccionado el ardid del disfraz y los grandes medios se acercan peligrosamente a un entero, aparato escenográfico de recreación de la realidad.

Y también ahora se acusa al gobierno popular de “crispación”. ¿Porqué tanta crispación?, dicen, dialoguemos pacíficamente y acordemos, en que la razón la tenemos nosotros. Cristina es “crispina” y Ernestina Herrera de Noble una abnegada matrona, “sus hijos son nuestros hijos”, dijo Lilita. Y P.P. (Papel Prensa) no es “Papel Picana”.

Antipáticas ironías de lado, como limitado escriba de esta sección comparto con ustedes la alegría del Bicente. Que afortunadamente, en casi nada se parece a aquel centenario del granero del mundo. Y por eso, justamente, es alegría y no otra cosa.

Vaya también, humilde, afectuosa y admiradamente, el recuerdo para todos aquellos que del “Cente” al “Bicente”, pusieron su sangre, sudor, lágrimas e inteligencia, para que este último se parezca poco al primero. Sincero y emocionado homenaje se merece nuestro pueblo, que a lo largo de los últimos cien años movió, como pudo y supo, la historia hacia un lugar más digno.

(*) Publicado en La Tribuna de Rufino.

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